Suciedad, pupitres desvencijados, falta de material y hacinamiento forman parte de la vida cotidiana de buena parte de los 1,4 millones de alumnos de la escuela pública en Nicaragua en el nuevo año escolar, iniciado con la educación gratuita instaurada por el gobierno sandinista.
«Aquí hace falta de todo: materiales de estudio, de limpieza, borradores, libros, cuadernos…», dijo Leyla Sandy, maestra de sexto grado del colegio «Gabriela Mistral», ubicado al noreste de la capital, donde lo único que sobra es el polvo que hace imposible mantener limpia la ropa de los alumnos.
En este centro estudian 630 alumnos de primaria originarios de familias pobres, favorecidas con la política del gobierno sandinista de restablecer la educación gratuita para garantizar el acceso masivo a los centros de enseñanza pública.
El gobierno de Daniel Ortega ha prohibido a los colegios que cobren matrículas y exijan a los padres que contribuyan a la compra de materiales escolares como se hacía antes.
Pero ahora, los colegios no tienen dinero ni para comprar una escoba con que barrer las aulas ni desinfectantes para limpiar los baños, que los estudiantes han dejado de usar porque están sucios y hediondos.
La situación lamentable de los centros ha hecho que algunos estudiantes, cuyos padres ganan «un poquito» más que los demás, lleven una escoba, un lampazo y una manguera para regar y asear las aulas, tapadas por el polvo esparcido por los vientos de esta época seca del año.
Tampoco hay «suficientes libros, tenemos que prestar o estudiar en pareja», se quejó Mauricio Bermúdez, de quinto grado del colegio Gabriela Mistral.
Las limitaciones han obligado a los maestros a colocar sillas para que los alumnos no escriban en el piso, mientras que en los primeros grados, donde se ha registrado mayor asistencia este año, las aulas parecen colmenas de niños amontonados en cuartos de seis metros de largo y cinco de ancho.
«Yo atiendo a 64 niños y la otra aula tiene 65, es difícil dar clases así», se queja Selmira Muñoz de primer grado, mientras trata de calmar a los niños que gritan, ríen y revolotean como hormigas por todos los lados.
«Â¡Silencio!», grita constantemente la maestra, a la que se aproxima una niña sollozando porque quiere irse; otra pide permiso par ir a comprar algo de comer, mientras un pequeñín de seis años reclama que una niña le pegó «una patada en la cabeza» cuando quiso saludarla por el día de los enamorados.
«Mentira, lo que pasa es que él me quiso tocar las nalgas», se defiende la afectada, Yennifer López, una niña menuda de 11 años que lleva tres cursos repitiendo primer grado. El problema es que no le gusta ir a clase porque los chicos «son groseros, los baños hieden y la profesora del año pasado le pegaba».
La bulla, el calor, la suciedad y las carencias son parte del ambiente de este centro escolar, donde 15 maestros, que ganan menos de 150 dólares al mes e intentan sortear como pueden las dificultades, esperan que el ministerio de Educación explique cómo se van a superar las limitaciones financieras.
Según fuentes oficiales, la mitad de los 9.400 centros escolares existentes en el país están en pésimas condiciones y se necesitan 10 mil aulas nuevas para atender la demanda escolar.
El gobierno sandinista anuló la denominada «autonomía escolar», que regía en algunos centros públicos para que estos buscaran mecanismos de autosuficiencia económica.
El restablecimiento de la educación gratuita había atraído a las aulas, hasta la segunda semana de febrero, a más de 1,4 millones de estudiantes matriculados en primaria y secundaria, un 15% menos que el año pasado, debido principalmente a que muchos padres no tienen dinero para comprar zapatos y cuadernos, confesó Vilma García, madre de tres hijos.