El invierno sigue haciendo estragos en Guatemala y destruyendo la infraestructura del país; ayer el aguacero de la tarde provocó derrumbes en varias rutas principales y provocó caos en la misma ciudad Capital porque uno de sus principales accesos quedó taponado por los deslaves.
Carreteras y puentes se destruyen por el efecto de las correntadas de agua y eso únicamente confirma que somos un país altamente vulnerable, sumamente expuesto a los riesgos de los desastres causados por cuestiones climáticas. Pero esa vulnerabilidad no se puede achacar a nuestra geografía sino que debe sindicarse, principalmente, a la corrupción en la ejecución de la obra pública, puesto que en nuestro país lo que se valora no es el diseño de una obra ni la calidad de sus materiales, sino el tamaño de la mordida que el contratista entrega al funcionario, sea éste un alcalde, un diputado, un gobernador, un ministro o aun al mismo presidente si el tamaño del proyecto así lo justifica. Es cierto que nuestra bendita ubicación en el planeta, en medio de los dos océanos y gozando de variaciones que van desde las playas paradisíacas hasta las hermosas alturas de nuestras montañas, también complica las cosas porque nuestro caudal hidráulico, en vez de servir para generar energía, sirve para tomar fuerza destructiva cuando crecen las corrientes. Pero si a ello sumamos que, como dijo el cínico director local de la OIM, aquí no hay obra sin sobra, tenemos que entender por qué todo parece desechable en nuestro país. Puentes recién inaugurados que se caen al primer invierno, carreteras tan mal diseñadas que con cada aguacero quedan inservibles por los derrumbes o por el socavamiento del subsuelo. El problema, al final, vuelve a ser la impunidad porque aquí nadie paga por sus errores o delitos. Los que se enriquecieron con un contrato espurio pueden gozar del dinero sin preocupación de rendir cuentas, menos de ir a la cárcel. Ni siquiera ante evidencias tan concretas como los hoyos de los drenajes se pasa siquiera una factura política, no digamos de responsabilidad. Reconstruir se vuelve una oportunidad para aumentar los negocios y armarse más de lo que se puede en condiciones normales, porque la «emergencia» es la manga ancha para contratar sin preocuparse por controles ni por especificaciones exigentes. Se negocia la mordida, el soborno, la «sobra», pero no la calidad y durabilidad de la obra. Terminar con esa desgracia es más urgente que cualquier otra cosa. Si algo nos urge es un gobierno decente, honrado, cabal, que invierta lo justo para que el pueblo se beneficie y no sus paniaguados. Hoy, tristemente, el listado geográfico queda a un lado porque Agatha se convirtió en piñata.