Hacia una tristeza globalizada


Es curioso, mientras hace meses se nos ubicaba como un paí­s feliz (ese fue el resultado de un estudio no sé si de confiable valor), los trabajos de los psicólogos y psiquiatras de punta hablan de un progresivo estado de depresión de los ciudadanos del planeta.  Digámoslo de manera sencilla: avanzamos hacia una tristeza globalizada.

Eduardo Blandón

El diario El Paí­s lo revelaba en dí­as pasados citando a la Organización Mundial de la Salud (OMS): en 2020 la depresión será la primera causa de discapacidad tras enfermedades cardiovasculares.  Imagí­nese usted, cuando creí­amos ver superadas las enfermedades fí­sicas por el avance de la ciencia, ahora vienen los malestares psicológicos que nos oscurece el mundo. 

 

Pero si cree que la depresión es un fenómeno nuevo, se equivoca.  Según un artí­culo publicado por la revista Public Interest, firmado por Allan V Horwitz y Jerome C Wakefield, Hipócrates en el siglo V a.C. fue el primero en definir la depresión e identificarla como un desorden.  Posteriormente, Aristóteles también hizo lo suyo al elaborar la distinción entre la depresión normal y la patológica.  «Distinguió entre el estado de melancolí­a, producto de las condiciones de la vida diaria y los desórdenes de la tristeza».

 

La depresión, dicen los estudiosos, es mucho más que sentirse decaí­do.  Susan L. Simonds, en su obra Depression and women. An Integrative Treatment Approach, indica que los sí­ntomas se manifiestan en cuatro áreas: afectiva, cognitiva, conductual y somática.  Es caracterí­stico en lo afectivo el aparecimiento de un humor triste, pérdida de interés e irritabilidad.  En lo cognitivo se revelan las cogniciones negativas, problemas de concentración, dificultad en tomar decisiones y problemas de memoria.  En lo conductual se pueden ver problemas de sociabilidad y agitación psicomotora.  Y en lo somático, pueden aparecer cambios en el sueño, pérdida de apetito y energí­a.

Aunque arriba señalé que la depresión era más un problema psicológico que fí­sico, los estudiosos desaprueban tal visión.  En realidad, dicen, la primera cuestión para el diagnóstico es saber si el paciente tiene depresión bioquí­mica o psicológica.  Además, los psicólogos suelen afirmar, como lo indica la obra Understanding Depressión: A complete Guide to its diagnosis and treatment, que dado que la enfermedad depresiva frecuentemente se da en familias, los psiquiatras querrán saber sobre los modelos de la enfermedad psiquiátrica en el interior de ellas.  El récord familiar puede  favorecer un claro diagnóstico.

 

Lo curioso con esto de la depresión es que suele ser una afección más tí­pica en mujeres que en hombres.  El artí­culo arriba citado de El Paí­s indica que las mujeres padecen más depresiones leves o moderadas y de forma más frecuente, mientras que en los hombres prevalecen las depresiones de tipo grave o melancólico.  Los especialistas la atribuyen a desajustes hormonales y factores sociales, psicológicos y culturales.  El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatrí­a, por ejemplo, cree que hay una exigencia por parte de la sociedad hacia el rol de la mujer que está resultando malsana.

Volviendo al principio, hay algo que no funciona en los datos que afirman que somos un paí­s feliz y el diagnóstico de los psicólogos y psiquiatras que revelan la popularidad de la tristeza.  ¿Nos estaremos mintiendo?  ¿O les tomamos el pelo a los encuestadores que averiguaron sobre el estado de nuestra dicha?