Frí­vola historia de un fanático del futbol


Me cuenta mi amigo Mynor Letona que cierto chapí­n, ardoroso fanático del balompié, a principios de este año se fue de vacaciones en un crucero, confiado en que estarí­a de retorno antes de iniciarse el Mundial de Futbol, para disfrutarlo en su televisor de plasma de 50 pulgadas, en la sala de su casa, pero con tan mala suerte que el barco se hundió. Como pudo, Romualdo (tal su hipotético nombre) logró nadar hasta una isla desierta. No encontró más que bananos y cocos.

Eduardo Villatoro

Después de cinco meses, una madrugada, al despuntar la aurora, está meditando en la playa acerca de que ese dí­a, según su ajado almanaque de bolsillo,  se iniciarí­a el certamen balompédico. De pronto observa que se acerca una canoa remada por una mujer. El hombre no lo puede creer y pregunta: -¿De dónde vení­s? ¿Cómo has llegado hasta aquí­? La guapa chica responde: -Remé desde el otro lado de la isla donde estoy instalada desde que naufragué cuando se hundió el crucero donde viajaba.

Romualdo exclama: -¡Qué suerte que encontraste una canoa! -Yo la hice con materiales crudos de la isla -explica-. Los remos los elaboré con ramas de árboles. Entretejí­ el fondo de la canoa con hojas de palmera y los lados del bote los hice con hojas de gomero. -¿Pero dónde encontraste las herramientas? inquiere el hombre. La chica dice: -Donde estoy hay un estrato muy inusual de roca aluvial. La trituré, quemé los trozos a una determinada temperatura en el horno de barro que habí­a hecho. Se convirtió en una especie de hierro dúctil y eso usé para hacer las herramientas.

Romualdo está anonadado. La mujer le pregunta: -¿Qué te parece si remamos hasta mi casa? Luego de un rato de remar llegan a un pequeño embarcadero. El hombre está asombrado. No cree lo que ve: Un camino hecho de piedras lisas que llega a un hermoso bungalow pintado de azul y blanco.

Mientras caminan, la muchacha comenta: -No es nada del otro mundo, pero yo le llamo mi casa. ¿Querés algo de beber? Romualdo rechaza: -No, gracias; no soporto tomar más agua de coco. Ella repone: -No es sólo agua de coco. Yo hice un pequeño alambique para destilar alcohol. ¿Te gustarí­a una piña colada? El náufrago acepta. La guapa muchacha le dice que va a ponerse algo más cómodo.

Romualdo entra al baño y allí­ encuentra una navaja muy afilada hecha de caparazón de tortuga. Piensa: «Esa mujer es fabulosa, ¿qué más tendrá para sorprenderme?» Al volver a la sala, el hombre encuentra a la chica vestida sólo con hojas de viña colocadas en sitios estratégicos de su escultural anatomí­a y oliendo a perfume de gardenias.

Ella le pide que se siente a su lado, y le murmura al oí­do: -Hemos estado náufragos durante muchos meses. Vos, como yo, has estado muy solitario, y estoy segura que debe haber algo que querés hacer inmediatamente, ahora mismo, algo que has añorado desesperadamente.

La joven mira a Romualdo, a quien no le salen las palabras, el corazón le palpita fuertemente, suda, le embarga singular emoción, se recuerda de la fecha y  entonces le dice a la guapí­sima mujer: -¡¡No me digás que podemos ver los partidos del campeonato mundial de futbol!!