Unidos en la adversidad


Sin preámbulos, entré de lleno al tema central, merecedor por consiguiente de prioridad uno. En efecto, sobradamente estamos enterados que una vez más resalta de cuerpo entero y vivacidad el protagonismo general. Consistente en algo encomiable, atinente como siempre al hecho positivo de estar unidos en momentos de verdadera adversidad impresionable.

Juan de Dios Rojas

Esa postura dice mucho con hechos manifiestos y no simples palabras. Se recupera al instante este valor humano de primer orden. Ajenos a decires vací­os, en el fondo exhiben sentimientos de nobleza, ayuda al amigo o vecino, también al desconocido. Un voluntariado de valí­a generoso y total. Además del enví­o de ropa, ví­veres a los centros de acopio.

A modo de recapitulación tenemos la sensación firme y convincente que los connacionales han vuelto por sus fueros, repito en circunstancias aciagas. Hay entrega a los cuatro vientos y lo más ponderable es que existen esperanzas que dicha expresión conductual de servicio gane terreno, a punto de representar un deseable y urgente cambio, que sea permanente.

Este sello de confraternidad concreta e inconfundible constituye una raí­z potente, profunda, misma que al crecer sin valladares, al contrario vencedora, hará germinar comportamientos bien cimentados, causantes de imitación en las actuales generaciones que vienen creciendo. Raí­z que sembrada en los interminables surcos del territorio nacional ha de tener frutos.

Año con año la época lluviosa causa destrozos en nuestro paí­s. Otros fenómenos naturales hacen la diferencia cada cierto tiempo, cierto ciclo más bien. Recién acaecieron calificados de calamidad, entre ellos: sismos, erupción violenta del volcán de Pacaya, lluvias torrenciales y arena arrojada por el coloso, agujeros capitalinos en el suelo y el paso de la tormenta Agatha.

De verdad no puede ocultarse la reacción humana ante la catástrofe y afloran sentimientos de dolor, llanto y muerte dondequiera. Escenas crudas, patéticas, desnudan la realidad nacional. Daños inconmensurables, pérdidas cuantiosas generadoras de mayor pobreza. Los medios de comunicación social han cubierto con profusión durante horas de horas sus informaciones.

El mismo caso viene a ser como el Mitch y Stan, que asolaron el suelo patrio, originaron tormento y pánico, agudizado en quienes son muestras de carencias múltiples, en medio de la soledad ante la pérdida de toda í­ndole. Queda más evidente que la vulnerabilidad de nuestro paí­s nos coloca en directa posición del colapso tenebroso, sin que quepa temor a dudas.

Entidades gubernamentales de cara a la inevitable prevención, quedaron a la deriva siempre y su intervención tardí­a a todas luces se repitió. En tanto cualquier siniestro generado por natura refleja sus efectos, que ni Juracán sospecharí­a. Información abundante, similar a sobreaviso, resulta un valioso factor clave, que puede evitar tantas secuelas tremebundas.

Existe conmoción y desequilibrio en las actividades cotidianas, respecto a la interrupción del sistema vial. Paralización aunada a los efectos gigantescos de los desastres, en menoscabo de la producción agrí­cola e industrial, junto a las exportaciones tradicionales, o no, constituyen una repercusión negativa en la economí­a, bastión de progreso y bienestar.

Siempre los temporales, dados sus caudas arrasadoras propician el pánico consiguiente. Sucede un intempestivo estado de cosas en desmedro personal, habida cuenta que trae consigo implicaciones inusuales, demostradas en una y otra ocasión. El cuadro antiguo tiene rostro potente, aunque los respectivos marcos tengan ejemplos notorios de modernidad y el asombro.

Impresiona sobremanera la circunstancia extraordinaria de no esperar que las autoridades cumplan con su gorda obligación, por cuanto el tiempo es oro. Asimismo, recalca bien no solamente esperar que los paí­ses amigos -comunidad internacional- hagan llegar su ayuda. Todos podemos y demostrado está sin reticencias retrecheras el compromiso solidario que tenemos.