Daniel Barenboim y Edward W. Said: Paralelismos y paradojas. Reflexiones sobre música y sociedad


Daniel Barenboim (Buenos Aires, 15 de noviembre de 1942) es un músico argentino de familia judí­a de origen ruso, nacionalizado israelí­ y español, y con la ciudadaní­a palestina. Logró la fama como pianista, aunque con posterioridad ha obtenido gran reconocimiento como director de orquesta, faceta por la que es más conocido.

Eduardo Blandón

A simple vista es difí­cil juntar términos aparentemente opuestos o personas presuntamente antagónicas. Imposible. A menos que se trate de dos sujetos inteligentes y con intereses comunes. Esta especie de realidad dialéctica en donde conviven los contrarios se refleja en la experiencia periodí­stica que dio vida al presente libro.


Portada del libro

Paralelismos y paradojas es un texto en donde Barenboim, israelí­ -y director de la orquesta Sinfónica de Chicago y de la í“pera Estatal de Berlí­n- y Edward Said -crí­tico literario y comprometido analista del conflicto de Oriente Próximo-, comparten visiones, conceptos, ideas y sentimientos respecto a la realidad que aparece ante sus ojos. Es una especie de diálogo en que se combinan la apertura y la inteligencia celosa que no permite concesiones ni reproducción de palabras huecas.

Aunque los temas abordados son diferentes: música, literatura, polí­tica, arte y economí­a, entre tantos otros, en realidad buena parte del intercambio intelectual se centra en la música. Es así­ que Barenboim se convierte en el principal conversador. El melómano (porque se muestra apasionado por su oficio) habla de su experiencia personal como músico y director de orquesta, de Wagner, Beethoven, Bach y Mozart, y del horizonte futuro de la actividad creadora.

Según Barenboim la música no tiene frontera y está más allá de los conflictos polí­ticos y las guerras. En este sentido, toma distancia de los judí­os que como protesta al antisemitismo de Wagner se privan de escuchar sus composiciones. Barenboim dice respetar esa posición (que por otro lado comprende), pero afirma que quien realiza esa acción se pierde de un plato fuerte de la música clásica.

El judí­o, más allá del antisemitismo de Wagner, que no lo niega y critica (aun y cuando reconoce que en la familia del compositor también hubo quienes se mantuvieron distantes y crí­ticos del odio a los judí­os), alaba al genio alemán en virtud de un talento que le parece excepcional. Sus obras, indica, no tienen parangón y su contribución a la música no puede sino ser reconocida.

Said, que no es un novicio en temas musicales, también contribuye en la reflexión, pero lo hace desde la óptica del filósofo que intenta descubrir el valor de la obra creadora y la esencia del arte. Además, se pregunta por el significado de la interpretación musical. ¿Se trata de una vulgar repetición de la lectura de las partituras o hay una contribución por parte del director?

El director, meditan, no es sino aquel que traduce los textos musicales y en un ambiente preciso, con la intervención de los músicos y sus instrumentos, dan vida a una obra determinada. El director le pone su toque, los músicos ofrecen un «plus» y en un «hic et nunc» aparece el milagro del genio. Aquí­ hay una sí­ntesis curiosa que permite la revelación de lo bello.

Este milagro no sólo aparece en la reproducción de la obra de Wagner (de quien hablan mucho), sino también en Mozart. Este genio es para los crí­ticos musicales casi la reunión de lo mejor que ha producido la humanidad. En él se combina no sólo la peculiaridad del personaje, la originalidad de su música y la versatilidad en el uso de los instrumentos que supo aprovechar, sino lo mejor que se pueda esperar de un músico.

En cuanto a la formación musical de las nuevas generaciones, los pensadores se lamentan del poco interés que ponen los sistemas educativos. Los resultados, explican, están a la vista: no sólo hay desinterés, sino una ignorancia supina en estos temas. Ellos abogan porque en el futuro se pueda incorporar materias educativas que despierten la sensibilidad musical y tengan los oyentes la aptitud de entender la música.

«La música requiere un tipo de educación particular que, sencillamente, no se da a la mayorí­a de personas. Y, como resultado, se sitúa todaví­a más aparte. Tiene un lugar especial. Hay personas familiarizadas con la pintura y la fotografí­a, con el teatro y la danza, que no pueden hablar con la misma facilidad de la música. Y sin embargo, como Nietzsche escribe en El nacimiento de la tragedia, la música es, potencialmente, la forma de arte más accesible porque, al reunir lo apolí­neo y lo dionisí­aco, produce una impresión más intensa y apasionante que las otras artes. Y la paradoja es que aunque la música sea accesible, nunca puede ser comprendida».

En el libro son interesantes también los momentos biográficos narrados por los artistas, los orí­genes de Barenboim y su primera educación, las crisis de Edwar Said y sus constantes viajes. Todo en ellos hace pensar en similitudes variadas y pasión por sus propios oficios, sin menoscabar los rasgos diferentes de carácter y sus orí­genes étnicos y geográficos.

Barenboim afirma que tuvo «la inmensa fortuna de haber encontrado un magní­fico maestro en mi padre. Aprendí­ más o menos cosas de otras personas a causa de mi admiración por ellas. Pero no hay nadie a quien pueda llamar maestro, a excepción de Nadia Boulanger, quien me enseñó, entre otras cosas, a contemplar la estructura como un medio de expresión emocional y a comprender la emoción como estructura. He aprendido muchí­simo de los magní­ficos músicos que se han cruzado conmigo. Comencé a tocar en público a los siete años y desde entonces entré en contacto con músicos dos o tres generaciones mayores que yo, de los cuales pude aprender muchas cosas».

Said en cambio dice que «uno de mis recuerdos más tempranos es el de la añoranza, el deseo de estar en otro lugar. Pero con el tiempo, he llegado a pensar que se supervalora mucho la idea de casa. Hay mucho sentimentalismo ligado a la patria, la tierra natal, que a mí­, en verdad, no me interesa (…). Cuando viajo, especialmente cuando vuelvo allí­ donde crecí­, en Oriente próximo, me descubro pensando en lo mucho que me resisto a volver. Por ejemplo, cuando regresé a Jerusalén en 1992 con mi familia, me encontré con un lugar totalmente diferente (…). Además, la Palestina donde pasé parte de mi juventud se ha convertido en Israel. Yo no crecí­ en Cisjordania, así­ que lugares como Ramallah, un sitio maravilloso donde Daniel dio un recital hace más o menos un año, no son realmente mi casa. Me siento muy en casa en un lugar como El Cairo, donde pasé la mayorí­a de mis años de formación. El Cairo tiene algo eterno. Es una ciudad fantásticamente complicada y sutil y es su estilo particular lo que finalmente me puede».

El libro presentado es fascinante, pero su no lectura no afectará la salvación de su alma. Es absolutamente prescindible. Eso sí­, si quiere aprender de la inteligencia de otros y ponerse en busca de personajes singulares. Esta obra es para usted. Puede solicitarlo en Librerí­a Loyola.