Uno de los guatemaltecos más preocupados por la situación del país y agobiado por la falta de esperanza para esta patria suya, de sus hijos, nietos y bisnietos, fue el doctor Víctor Manuel Asturias, odontólogo de profesión pero dedicado en cuerpo y alma a luchar por causas justas. Ayer, cuando acababa de pasar el desastre natural por la erupción volcánica y la tormenta, y cuando empezamos a vivir el desastre nacional por el descalabro y cooptación de nuestras instituciones con el revés sufrido en la lucha contra la corrupción, dejó de existir en su natal Antigua Guatemala, de la que fue Alcalde Municipal y donde gozó del aprecio, respeto y reconocimiento de todos sus vecinos.
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Yo lo conocí como amigo de mis padres y lo traté cuando me atendió como paciente suyo mientras estudiaba mi bachillerato en La Salle. Posteriormente nuestra amistad se fue cimentando porque semanalmente venía a La Hora y platicábamos de nuestras comunes preocupaciones y angustias. El tema de la violencia y la impunidad, tan asociados con esa fragilidad de nuestra institucionalidad democrática, era obligado inicio de nuestras tertulias de los jueves que últimamente se fueron espaciando por los quebrantos de su salud. Dentista exitoso, en una época en la que los odontólogos del país se contaban con los dedos de la mano, Víctor Manuel nunca descuidó su compromiso comunitario y eso lo llevó a aceptar la Alcaldía de la Ciudad Colonial y posteriormente la Gobernación del departamento de Sacatepéquez, puestos en los que ratificó no sólo su visión patriótica, sino especialmente su honorabilidad a toda prueba con gestiones intachables. Si alguien tenía toda la boca llena de razón para hablar contra la corrupción y criticar el comportamiento irresponsable y criminal de funcionarios que usan el poder para enriquecerse, fue el doctor Asturias y en sus muchas columnas de La Hora planteaba no únicamente críticas y quejas, sino soluciones a problemas del país y particularmente de su adorada Antigua Guatemala. Y anoche pensaba yo que la partida de Víctor Manuel la siento como un mensaje aciago en estos momentos porque me consta que era de los no muchos guatemaltecos que entienden la profunda desgracia de nuestro país, las dificultades para construir instituciones eficientes y que le devuelvan al Estado su misión y función. Justo cuando se confirma el desmoronamiento de las instituciones y un nubarrón oscurece seriamente la que ya era una débil esperanza de que podamos avanzar contra la impunidad rescatando al Estado del sometimiento que le imponen los poderes paralelos, trasciende al más allá uno de los guatemaltecos que puedo definir como paradigma de la decencia que es más grande cuando se acompaña del compromiso y de la vocación de servir. Muchas veces platicamos con Víctor Manuel del daño que le hace al país la secular sangre de horchata de tanto guatemalteco que se conforma con irla pasando, son llevar su vida sin preocuparse por las lacras que nos rodean y que han secuestrado a todas las instituciones aprovechando la desidia e indiferencia de los que se sienten buenos y, siendo más, no trascienden porque jamás proyectan ni sus buenas intenciones, no digamos sus buenas acciones. Las últimas veces lo noté débil y cansado. Cansado de tanto luchar en vano por la construcción de un país mejor que, por lo que ahora vemos, se ha convertido en el sumidero del mal por la inacción e indiferencia de los buenos. Su sueño de ver un país distinto queda como herencia a sus descendientes porque él no tuvo la suerte de ver el fruto de sus anhelos y esperanzas. Descanse en paz mi querido amigo, y un abrazo para su familia, especialmente a doña Haydeé y a su hijo Luis, mi compañero de colegio.