El Francia-Uruguay del Mundial se disputa en medio de una vieja amistad entre ambos países que data de inicios del siglo XIX, agrandada con el uso del francés como primer idioma extranjero obligatorio hasta los 90 y la formación de dirigentes uruguayos en colegios de raíz gala.
Por esto y otros puntos, Uruguay es el país más francófono de toda América Latina.
«Francia fue el primer país en reconocer la independencia de Uruguay», declarada en 1825, recuerda el embajador de Francia en Montevideo, Jean-Christophe Potton.
Incluso intervino para apoyar a la joven República en la llamada Guerra Grande (1839-1851), relata haciendo memoria.
«Una compañía francesa participó activamente en la defensa de Montevideo contra el ejército argentino de Juan Manuel de Rosas, aliado del partido Blanco», recuerda por su lado el ex presidente Julio María Sanguinetti (1985-1990, 1995-2000), salido del otro partido tradicional de centroderecha, el «Colorado».
«De 1820 a 1850, hubo el doble de inmigrantes franceses que españoles e italianos juntos. En 1850, un tercio de la población era francesa», mayoritariamente vasca, destacó el embajador de Francia.
Algunos barrios de Montevideo guardan la huella de aquella inmigración, como Villa Biarritz o el Nuevo París.
«Después, la influencia política y militar francesa bajó, pero la influencia cultural aumentó», según Sanguinetti, quien cita como ejemplo a los tres poetas franceses nacidos en Montevideo: Jules Laforgue, Jules Supervielle y Compte de Lautréamont.
El liceo francés de la capital uruguaya también educó a varias generaciones de dirigentes políticos, como el ex vicepresidente Gonzalo Aguirre (1990-1995) o el ex alcalde de Montevideo, Mariano Arana.
El presidente José Batlle y Ordóñez se inspiró del modelo francés al separar a la Iglesia del Estado desde principios del siglo XX, una excepción en América Latina.
Y al final de la Primera Guerra Mundial, Uruguay anula la deuda de Francia. «No era una suma extraordinaria pero tampoco insignificante», según Sanguinetti.
París respondió el gesto a Montevideo tras la crisis económica de 2001-2002, a través de la creación de una rama local del Instituto Pasteur entre otras medidas.
Fue una manera de reavivar las relaciones bilaterales, que habían sufrido un adormecimiento con la dictadura uruguaya (1973-1985), y luego con el abandono del francés como primera lengua extranjera obligatoria –caso único en la región– en los años noventa.