La naturalización ya no se será un acto banal


Juliana Ambrosio, migrante brasileña en Nueva York, participa en su ceremonia de naturalización. FOTO LA HORA: AFP DON EMMERT

Con la mano derecha en el corazón y una banderita de Estados Unidos en la izquierda, miles de hombres y mujeres acceden a diario a la ciudadaní­a norteamericana en ceremonias que buscan convertir en un momento especial lo que en otros paí­ses es un mero trámite burocrático.


En pleno debate polí­tico sobre la controversia migratoria y en momentos en que Estados Unidos denuncia la amenaza creciente de ataques terroristas perpetrados a veces por sus propios ciudadanos, pasar a ser norteamericano no es un acto banal y el gobierno busca deliberadamente que no lo sea.

«En Estados Unidos no hay sueños imposibles»: quien lo promete es el propio presidente Barack Obama –hijo de un inmigrante keniano– en un video grabado y difundido durante la ceremonia. Los nuevos ciudadanos escuchan, atentos.

Son 152 hombres y mujeres de 49 paí­ses, que accedieron este viernes a la ciudadaní­a de Estados Unidos en una sala de los servicios de Inmigración, en el sur de Manhattan. Para la mayorí­a, el momento fue algo especial.

«Durante la ceremonia me pasaron imágenes de toda mi vida por la cabeza», cuenta a la AFP Juliana Ambrosio, de 35 años, oriunda del sudeste brasileño, que accede a la nacionalidad norteamericana tras llegar hace 7.

«Para mí­ fue muy importante, me sentí­ muy emocionada», dice Ambrioso, antes de aclarar que no dejará de ser brasileña. Tiene a su hija Raquel en brazos, nacida hace 14 dí­as en suelo americano y, por ende, también estadounidense.

«Fue un proceso muy largo y estoy orgullosa de convertirme en ciudadana norteamericana bajo el liderazgo del presidente Obama», dijo por su parte Ariella Peist, una israelí­ de 36 años. En alusión a la situación en Medio Oriente, agrega: «Me hace sentir muy bien, en las circunstancias actuales».

La ceremonia duró menos de una hora, con el himno nacional cantado a capella por una mujer afroamericana, un juramento solemne, el mensaje presidencial y la entrega individual de los certificados de naturalización.

En el juramento, los nuevos ciudadanos renuncian a la fidelidad a otros Estados, se comprometen a responder a un eventual llamado a las armas y a defender a Estados Unidos y sus leyes «contra todos los enemigos».

«Para mí­, fue un momento muy importante y me siento orgulloso», comenta Dario Caravati, un italiano de 37 años que llegó hace seis desde Varese, cerca de Milán, y se casó con una norteamericana de origen ruso.

Según Caravati «en Italia no tenemos nada parecido, serí­a muy lindo que así­ fuese, pero hay cosas que sólo pueden suceder acá: es el sueño americano».

De hecho, la ceremonia atrajo un observador inhabitual: el ministro francés de Inmigración Eric Besson, que prepara un proyecto de ley controvertido en su paí­s y para el cual busca inspiración en el modelo de Estados Unidos.

«Obviamente, los contextos culturales e históricos no son trasladables, pero me interesaba saber cómo los norteamericanos organizan este tipo de ceremonias», dijo Besson.

«En Francia –y lo deploro– a la gente le cuesta afirmar que está orgullosa de ser francesa, mientras que aquí­ enorgullecerse de ser norteamericano no solo es deseable sino que es algo que se incentiva».

Según Besson «la forma en que se hará en Francia será objeto de una discusión en el Parlamento, pero me pareció una bella ceremonia y lo notable es que para quienes participaron fue un gran dí­a, ésa es la llave del éxito».

Más de 770.000 extranjeros accedieron a la ciudadaní­a de Estados Unidos el año pasado, según estadí­sticas de los servicios de inmigración.