He estado leyendo los artículos de los connotados periodistas del Diario La Hora, el licenciado Oscar Clemente, el licenciado Eduardo Villatoro y otros con sus sugerencias a actuar unidos para parar la criminalidad y la violencia que ésta trae con ella. Si bien es cierto que el crimen organizado y la violencia en Guatemala han alcanzado un grado alarmante, es también cierto que sus raíces no han sido ni siquiera consideradas.
Mientras no nos encaminemos a atacar la base, nuestros esfuerzos por querer cortar las ramas para curar el mal, nunca trabajará. Parte de nuestros males nacieron cuando se firmó la paz en 1996. Se descansó a miles de personas, con una particular manera de ganarse la vida. Cuya única experiencia sería usada para proteger acaudalados y negocios o empezar sus propias agencias de crimen. Otra parte del crimen se ha venido generando con las pérdidas de respeto a los gobiernos, tanto centrales como municipales. Como descubrimos que éstos robaban, todos nos dedicamos a robar al fisco. Parece que esto no tuviera nada que ver en el asunto, ya veremos.
Son tres las cosas que más han contribuido al crimen y su violencia. De estos tres, el peor, es el suplir de drogas a los países con el mayor consumo en el mundo. Europa y los Estados Unidos. Lamentablemente la corrupción es tal, que los gobiernos de éstos, tiran dinero a los gobiernos de los países traficantes o puentes de acceso, más éstos se dedican y justifican apresando a los peces pequeños y pequeñas cantidades de la droga. Nunca a los que en realidad tienen conectes en las más altas esferas de los gobiernos.
La guerra al tráfico de drogas es real, más nunca será ganada, mientras los países que sufren el abuso de narcotraficantes se unan y juntos obliguen a los Estados Unidos a que en definitiva se comprometa a atacar al tráfico de drogas en su territorio y ofrezca la rehabilitación a los usuarios. Otra de las cosas importantes causantes de lo que sucede es la economía mundial, ya no digamos la nacional. Esta que danza al son que toquen los países poderosos del mundo, que en su afán de mantener su poder económico, se olvidan del daño que indirectamente causan a las naciones subdesarrolladas. Entre lo más despiadado es la actitud de las petroleras, que con el afán de saciar su avaricia, se olvidan que los pobres en las ciudades donde el automóvil no es un lujo, sino una necesidad y hasta un seguro de vida, como el caso de Guatemala con la despiadada matanza de conductores y pasajeros en los autobuses por parte de los descorazonados extorsionistas. Estas gentes con automóviles en nuestros países tienen que hacer determinaciones difíciles, entre comprar el combustible o comida para la familia. Los artículos de consumo diario, suben de precio cada vez que se incrementa el precio de los combustibles, pues éstos se usan para la transportación de los productos al mercado y la producción en la maquinaria en la agricultura. Como ven, todo tiene correlación, estos ingratos, tanto distribuidores nacionales como la industria del petróleo internacional, mientras el mundo se muere de hambre. Por último, es la corrupción en los gobiernos, el sistema ha sido estructurado de manera que esconde la evidencia. Aunque hay que ser honestos, la corrupción no existiera, si no hubiera ciudadanos que la alimentan. Hombres de negocios que pagan por licitaciones, contratos que no se cumplen, o los efectúan despacio, para cuando los cuatro años del gobernante se termine, dichos contratos se quedan sin terminar, sin nadie ni leyes que los obliguen a cumplir los compromisos. Cuánto huisache tramita licencias de manejar fraudulentas, cuánto automóvil robado circula sin los papeles legales, cuánto profesional practica con diplomas comprados. Increíble pero todo esto amamanta la criminalidad y la violencia que ésta trae, si estamos prestos a comprar carros y enseres domésticos robados.
La solución: Es demasiado tarde para crear cárceles, pues tendríamos que enviar a la mitad de la población a éstas, no es factible, el gobierno no tiene los fondos para mantener presos a tantos delincuentes y entre más delincuente esté preso, más fuerza toman dentro de estos recintos, a la altura de formar ciudades y sistemas de mando capaces de operar desde dentro con impunidad.
Lo que sí es factible es apresar a los cabecillas, sus lugartenientes de todas las bandas ya sea de narcotraficantes o mareros. Luego crear leyes que castiguen el secuestro, el asesinato y la extorsión con penas de muerte o penas de por vida en cárceles impenetrables con señales de teléfono y un sistema de micrófonos para escuchar cuando los familiares lleguen a visitar, después de todo al delinquir y causar tanto dolor a la ciudadanía, no merece menos. A los seguidores que aún no hayan cometido crímenes graves, darles una oportunidad bajo el control de las autoridades en programas para reingresarlos a la sociedad productiva y respetuosa de las leyes.