Lo que nos enseñan las tragedias


Somos repetitivos en nuestros errores y somos solidarios entre sí­ cuando ocurren tragedias como las de la semana pasada y que aún persisten. Desde los que podemos llevar a un centro de acopio algo que sirva a los más damnificados, hasta los que gracias a su entereza y juventud pueden ir a esos lugares, tomar una pala o un azadón y ayudar a sus hermanos, en pocas oportunidades y bajo escasas circunstancias nos unimos.

Héctor Luna Troccoli

Y es que Guatemala afronta dos clases de tragedias, la que se perfila a diario con la violencia imparable, la corrupción, la politiquerí­a, la criminalidad en general, la impunidad, la indiferencia y tantos hechos provocados por supuestos seres humanos y para más desgracia, que se dicen llamar guatemaltecos, hasta la que escapa de nuestro control, cuando la naturaleza decide castigarnos aún más de lo que ya lo hacemos nosotros mismos.

La erupción del Pacaya y después la tormenta Agatha, nos dejó más desnudos que siempre y, curiosamente, nos enseñaron a conocer cosas malas y buenas, privando, naturalmente, las primeras. Vamos a ver esas cosas malas, esas que indirectamente son cómplices de un efecto de la naturaleza que no se puede controlar y que, aunque parezca irreal, se unen y confluyen con esos temas cotidianos de que hablo. Por ejemplo, con Agatha se nos enseñó, con la destrucción de puentes y carreteras, que en la construcción de estas obras de infraestructuras en este y gobiernos anteriores, la corrupción hizo que fueran mal hechas.

Los aproches (accesos) de los puentes y sus bases, no llenaban los requisitos suficientes para soportar estas calamidades para que el constructor ganara más y pagarle la mordida al funcionario, igual cosa pasó con las carreteras que se hundieron por construirse con materiales de baja calidad y sin llenar las especificaciones requeridas en sitios que no tení­an la firmeza necesaria para el paso de vehí­culos constante y para aguantar una embestida de agua y lluvias, lo cual convirtió en millonarios a ex directores de Covial y Caminos y a contratistas de la «empresa privada», sobre quienes pesa en buena medida, la sombra de los cadáveres y la destrucción ocasionada. Afortunadamente ustedes no se preocupen, esos infelices siguen disfrutando de buena vida, por la gracia de Dios.

La municipalidad (Tu Muni) después del famoso hundimiento de la zona 6, tuvo muchos llamados de advertencia de que colectores y drenajes ya habí­an soportado mas allá de su vida útil y en lugar de hacer una gran obra, como planificó Manuel Colom Argueta,  sigue «embelleciendo» la ciudad, pintando bordillos, gastando en publicidad, adoquinando algunas calles, haciendo viaductos en zonas residenciales, mientras el Alcalde recibe premios internacionales, sin fijarse los otorgantes en que por la imprevisión de él y Berger (el de los tomates rojos), los dos alcaldes de muchos años de ejercicio en el cargo, la ciudad se está hundiendo, como ocurrió en la zona 2.

Pero allí­ no queda todo. La falta de planificación adecuada ha permitido que nos llenemos de colonias, casas y sobre todo covachas que están en riesgo de caerse o de ser aplastadas por un alud, especialmente las habitadas por gente pobre. ¡Para variar!

Y después de la tempestad, Jesús Marí­a. Ya vienen los shows mediáticos y la politización de la obligación del Estado de reconstruir lo destruido y de llorar siquiera un poco, la pérdida de vidas de gente humilde. Pero no tengan pena, los puentes y las carreteras que serán reconstruidas llevarán siempre el sello de la corrupción y volverán a caer a la primera embestida, a las viviendas se les pondrán los mismos techos de láminas y los barrancos serán las ciudades de los pobres esperando que el monte que está arriba les caiga encima y el rí­o que corre abajo los inunde.

Pasarán erupciones, lluvias, inundaciones, terremotos, que el escenario no va a variar, los de abajo, como siempre serán los que sufran las consecuencias. Los gobiernos, sea cual fuere, tendrán motivos para hacer el circo y utilizarlo en la campaña, cuando el tiempo llegue.

Guatemala no cambia en su destino, siempre estará bajo la influencia de las tormentas y de los huracanes, tanto de la maldad humana, como de las que desencadena la naturaleza. Seremos solidarios en lo que podamos mientras nos pasa el impacto de lo ocurrido, después volveremos a estar en manos del crimen, la corrupción y la impunidad.

Dos cosas buenas observé dentro de la tragedia: la primera, que por primera vez, valga la redundancia, el presidente ílvaro Colom se puso los pantalones y  está al frente de las entidades obligadas a enfrentar y solucionar en primera instancia este desastre, pero, lo más importante y significativo es que su  amada esposa, ya habí­a empezado el sábado pasado a sacar propaganda en su favor bajo el concepto de la solidaridad, y Colom, con una «valentí­a admirable», dijo que (al menos por el momento) nada de politiquerí­a y los anuncios cesaron, y el segundo, que el Emperador Municipal al fin detuvo las «informaciones» que un su empleado daba en cuanto canal de televisión o radio importante uno veí­a y escuchaba y que llenó de mentiras catastróficas como la asombrosí­sima cantidad de lluvia caí­da (después desmentida por el ingeniero Edy Sánchez que parece que sí­ sabe de eso) o como cuando  Agatha, que ya nos estaba… cachimbeando,  según él, entrarí­a el lunes a las 5:00 AM (en punto) y saldrí­a a las 12:30 (en punto también). Eso sólo para poner más nerviosa a la gente y aumentar el acaparamiento de artí­culos básicos, hasta que alguien le dio la orden de hacer… silencio. Y santos en paz.

Finalmente,  el ilustrí­simo alcalde Arzú ¿por qué está desaparecido? ¿Se recuerdan de los anuncios constantes donde inaugura alumbrado, calles, parques, etcétera? ¿Qué ha pasado? ¿Seguirá recibiendo premios en el extranjero a ocho dí­as de la tragedia? Vea pues.