El miércoles por la noche estaba viendo televisión cuando se anunció que estaba en marcha la posibilidad de un juego perfecto en béisbol y sintonicé el canal que lo transmitía para ver la última entrada del juego entre los Tigres de Detroit contra los Indios de Cleveland. Lanzaba el joven venezolano Armando Galarraga y al enfrentar al primer bateador del noveno inning su jardinero central le hizo una atrapada sensacional que presagiaba el final del vigésimo primer juego perfecto de la historia del béisbol profesional de los Estados Unidos.
ocmarroq@lahora.com.gt
Destaco ese detalle porque con la enorme cantidad de juegos que hay anualmente, apenas en 20 oportunidades lanzadores han concretado un juego perfecto que, para los no aficionados a ese deporte, consiste en retirar a los 27 bateadores que toman turno sin conceder ningún hit, ninguna base por bolas y sin que nadie se embase por un error. El bateador número 27 del juego fue Jason Donald de Cleveland, quien sacó un batazo sobre primera base que capturó Miguel Cabrera. Galarraga cubrió la base, recibió la bola y sacó el out. Pero el árbitro Jim Joyce fue posiblemente el único en todo el Estadio de Detroit que no apreció así la jugada y cantó «quieto» ante el asombro no sólo del lanzador que perdía su juego perfecto, de sus compañeros de equipo sino de millones de espectadores. Los fallos de apreciación de los árbitros en béisbol son inapelables y por lo tanto Jim Joyce, un árbitro con 22 años de brillante carrera y gran experiencia, arrebató al joven Galarraga la oportunidad, seguramente irrepetible, de un juego perfecto que hubiera sido el tercero de este año, hecho ya insólito, y el vigésimo primero de la historia. El público lo abucheó y los jugadores y entrenadores de los Tigres lo encararon, pero el primer gran ejemplo a la juventud lo dio el mismo Galarraga que se mostró estupefacto pero nunca agresivo ni molesto. Incrédulo ante lo que ocurría, pero no reclamó ni hizo gestos airados. Jim Joyce, el umpire, fue a ver la repetición en los camerinos e inmediatamente enfrentó a la prensa y pidió una disculpa a Galarraga, los Tigres y el público. Dijo que había estado absolutamente convencido de que el corredor había vencido al tiro, pero que al ver la repetición se dio cuenta que cometió un gravísimo error, el mayor de su vida, al cantar equivocadamente la jugada. Sabía que no se podía reparar el error y lo que significaba para el lanzador venezolano. Con lágrimas en los ojos, Jim Joyce pidió públicamente una disculpa a todos los aficionados del béisbol sin tratar de justificarse ni de encontrar excusas. Simplemente admitió que la había regado y lo hizo con la hidalguía que requiere más valor que enfrentar al mundo tratando de justificar los hechos. El conductor del programa Today de NBC, Matt Lauer, tras entrevistar al árbitro dijo que su ejemplo le servirá para la formación de sus hijos, en el sentido de lo importante que es dar la cara, asumir la responsabilidad y pedir una disculpa sin escudarse en tontas excusas o justificaciones. En general la lección de un gravísimo error, irreparable en términos de que se anuló la posibilidad de que en la historia del béisbol quedara consignado un juego perfecto, lo que para los aficionados al buen béisbol es uno de los mayores acontecimientos de ese deporte, se convierte en un ejemplo por la hombría de Joyce. Cuánto no quisieran muchos de nuestros políticos tener siquiera un ápice de esa dignidad y hombría.