Anarquí­a


Algunos dicen que Guatemala es un Estado fallido, otros la catalogan como un Estado débil, en lo particular he dicho primero, que Guatemala, como Estado, se encontraba agonizando y después, en otra columna proclamaba la muerte del Estado de Guatemala.

Héctor Luna Troccoli

Creo que todos los guatemaltecos de buena fe compartimos la preocupación por lo que ocurre en nuestra tierra, aunque Espada diga que nuestra nación es «mentirosa, hipócrita y corrupta», a lo cual ya me referí­ creo que en mi última columna, por lo que ya no es necesario agregar más leña al fuego.

Sin embargo, no puede uno  dejar de pensar en su patria, ni dejar de meditar acerca de lo que le ha ocurrido durante estos años, Fue así­ como me puse a repensar lo que ya en varias ocasiones he escrito y a leer un poco más en mis viejos libros de derecho y de filosofí­a, no en la búsqueda de respuesta, sino en la búsqueda de algo que ilumine mi pensamiento. Y lo encontré.

El Estado de Guatemala vive una total anarquí­a que aún puede acrecentarse más. Anarquí­a, dice uno de mis libros es «desorden y perturbación de un Estado por debilidad, falta o supresión de la autoridad, forma social sin gobierno alguno». Ese es el meollo de la cuestión. ¿Por qué nos sobrepasa la violencia? ¿Por qué nos envuelve la corrupción? ¿Por qué nos agobia la impunidad, la pobreza, el enriquecimiento indebido, las desigualdades sociales, el crimen y la muerte? ¿Por qué nos hemos vuelto insensibles e indiferentes ante las acciones de unos pocos que a diario matan, roban y atropellan los derechos de los guatemaltecos, empezando por el más sagrado, el de la vida?

Cabanellas y Alcalá Zamora, dos tratadistas del derecho nos dan una respuesta al decir que «la anarquí­a propugna la impunidad absoluta y, por lo tanto, el estí­mulo para delinquir, sin otro temor que el de la venganza, ni más sanciones que el desfavorable juicio de los demás». Esta expresión, define de alguna manera la caracterí­stica más importante del presente de la nación: la impunidad con la eficaz colaboración del sistema de justicia y la corruptela gubernamental, estimula a los delincuentes que saben que fácilmente pueden asesinar a cualquiera y quedar sin el más mí­nimo castigo, ya no digamos otros hechos delictivos que a diario acontecen, los cuales no tienen ningún temor ante las autoridades constituidas, pero deslegitimadas por su pobre actuación y no tienen más sanción que la venganza que alguno de los afectados por la criminalidad pueda tomar por mano propia o la venganza que puedan utilizar sus rivales en el crimen teniendo como única sanción de la sociedad honesta, el juicio desfavorable de los demás, es decir, lo que a diario nos repetimos todos, que «eso estuvo mal» y que lo «condenamos» con toda nuestra «energí­a» (puchis) y de allí­ no pasamos, porque es más fácil que un inocente sea el culpable, que lo sea el autor o cómplice de un delito.

«De materializarse la anarquí­a -dice otro autor-, significa el DERROCAMIENTO INSTITUCIONAL ABSOLUTO EN LO JURíDICO Y EN LO POLíTICO, HACIENDO CADA CUAL LO QUE QUIERA, DENTRO DE LO QUE PUEDA». Al hablar del derrocamiento, no pensemos en los golpes de Estado de otras épocas, que aún algunos añoran, sino en algo más grave y silencioso, en el derrocamiento y desmoronamiento de todas las instituciones del Estado que no funcionan, que no sirven, que no están para garantizarnos los derechos que nuestra Constitución nos otorga y cada quien, efectivamente hace lo que quiere dentro de lo que pueda, es decir hacer lo que quiera por acción o por omisión ya sea robando, corrompiendo o asesinando o bien manteniendo la indiferencia absoluta hacia lo malo que nos rodea, hacia los que ostentando el poder, no lo pueden ejercer porque están copados, para hacerse de lo que quieran, cuando puedan.

Así­ de triste es nuestra realidad que duele y lastima. Una sociedad indiferente, y un Estado en su conjunto, al servicio de intereses personales y consciente o inconscientemente, doblegado hasta el lí­mite del suelo o la ciénaga por los poderes fácticos que oscurecen el porvenir de Guatemala.

¿Somos cómplices de este proceso anarquizante? Posiblemente sí­. No importa si es nuestro silencio o si son nuestros gritos sin respuesta los que se prestan al juego de la anarquí­a que estamos viviendo. Varias veces he dicho que necesitamos de una revolución con similar sustento de unidad, honestidad y valor de la del 44, pero el problema es que los politiqueros ya han copado todo espacio disponible y no permiten que surjan nuevos lí­deres y no hay tampoco hombres y mujeres dispuestos a llegar al sacrificio para cambiar al paí­s. La anarquí­a nos abruma y eso, al menos para mí­, es peor aún que un golpe de Estado clásico, cometido por militares agrupados en «clicas» en donde, aunque no estén en la primera lí­nea siguen manifestándose como poder fáctico dispuestos a seguir destruyendo Guatemala.

No, Dr. Espada, ni mentirosos, ni corruptos, ni hipócritas, simplemente anarquistas, gracias también en una buena parte, a gobiernos como el actual, a instituciones de todo tipo supeditadas, manipuladas, dirigidas por criminales que han ocasionado la debilidad del Estado y la falta de autoridad de sus integrantes que han socavado de verdad la institucionalidad, tanto en el ámbito polí­tico, como en el jurí­dico.

No sé si los chapines somos masoquistas o estoicos cuando con resignación nos escondemos en la frase de que «sea lo que Dios quiera», «aquí­ ya no se puede vivir», «que se haga la voluntad de Dios». Creen acaso que Dios quiere y tiene voluntad para ayudar a los criminales que nos doblegan o somos nosotros los que no podemos reinventar una nueva nación en donde los malos, literalmente, ya no existan, tal como el mismo Dios hizo con el diluvio universal y la destrucción de Sodoma y Gomorra. ¿Nos hará la campaña el Rey del Universo, o le echamos una ayudita?