Homenaje a Robert Schumann en los doscientos años de su nacimiento (V)


En esta columna de sábado continuamos en torno a la música de ese gran maestro Robert Schumann y como homenaje a Casiopea dorada, auténtica y única constelación del mar danzante de Marte, corola de luz, ánfora perfecta de agua-miel y florecida semilla que elabora el surco que abraza la raí­z de mi vida. Agua de lucero y camino escondido de lirio marino, iluminada como la música de Schumann.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

Ciertamente, muerto Beethoven, muerto Schubert, el único capaz de asimilarse, y de traducir en toda su serena belleza la profunda y poética esencia del poema de Goethe, era Schumann. Poeta y músico se compenetraron de manera admirable en aquellas escenas de alta poesí­a intitulada el Réquiem de Mignon, y en el solo proyecto de volverse a compenetrar en ese drama incomparable de Fausto, sentí­ase enardecida y llena de entusiasmo el alma del malogrado músico.

Y como el entusiasmo era el incitante más eficaz del temperamento del compositor, en sus cartas de 1844 son de ver, por primera vez, las preocupaciones que experimenta ante la grandiosidad del asunto. Sufrí­a por entonces grandes fatigas nerviosas, que imposibilitaban todo trabajo cerebral. Una nota hallada en su cartera nos entera, entre otros proyectos, que elige el asunto del Fausto como texto de ópera. En una carta al director de los conciertos d»Emdem, le pregunta al doctor Kruger: «Â¿Qué le parece la idea del asunto en forma de oratorio?». En un viaje que emprende hacia Rusia, coloca en su maleta la primera edición del «segundo Fausto». Una indisposición le impide continuar el viaje más allá de Dorpat; durante el forzado reposo, elige las escenas que mayor impresión le producen, entre todas, la transfiguración de Fausto, de la cual traza las lí­neas generales. Brotan espontáneamente y sin vacilaciones, los números 1, 2, 3 y 7 de la tercera parte, ya la idea de escribir una ópera queda rechazada desde aquel punto. La fatiga nerviosa reaparece, y en 1845 escribe a Mendelssohn: «La escena de Fausto descansa en mi pupitre, y tengo miedo de repasarla. La emoción provocada por tan sublime poesí­a, particularmente por la conclusión, me decidieron a emprender esta obra, que no sé si la publicaré jamás».

Sobre este punto vacila, hasta 1848, en que las vivas insistencias de sus buenos amigos le reclaman el Fausto para festejar el jubileo de Goethe en 1849. Se decide, entonces, a continuar su trabajo, estimulado al darse cuenta de la buena marcha de la partitura, de la cual, como dice él mismo, «El Paraí­so y la Perison son como una especie de preparación». En efecto, hay una gran analogí­a entre ambas obras: la Peri como Fausto después de haber errado mucho, aspiran a llegar y llegan al cielo.

En julio de 1848 todo está preparado, y a primeros del año siguiente las partes vocales e instrumentales entréganse al autor. El 29 de agosto de 1843 ejecútase en Leipzig la obra, durante las fiestas conmemorativas de Goethe. Liszt prepara una audición en Weimar, y el mismo Schumann otra en Dresde. Dispónese una audición próxima, adaptándose la segunda versión del final como preferible a la primera y añadiendo, algunas escenas del «primer Fausto» que en efecto fueron compuestas durante el mismo año igual que la primera escena.