Hace pocas horas me enteré de la partida repentina e inesperada de quien en vida fuera María Eugenia Padua, primera cónyuge de mi amigo y compañero Antonio Alfonso Portillo Cabrera y madre de una estimada, sensible y capaz hija, Otilia Portillo Padua.
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María Eugenia tomó la decisión de renunciar a continuar viviendo acosada, perseguida y tremendamente afectada por la acusación, no comprobada, que ella había recibido beneficios y recursos de procedencia ilegal.
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No tuve el honor de conocer a doña María Eugenia Padua, apenas la saludé un par de veces por teléfono, sí he conocido y tengo especial cariño y aprecio por su hija, Otilia Portillo Padua y quisiera poder trasladarme a México para acompañar a esta joven que hoy se ve enfrentada a esa triste, enorme y delicada situación de perder a su querida madre. Legalmente no puedo hacerlo ya que sin ningún fundamento, la denuncia del ex ministro Marco Tulio Sosa Ramírez, avalada por el presidente í“scar Berger Perdomo, me impide desplazarme con toda libertad.
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Cuánto sufrimiento, cuánta maldad, cuántos mensajes o correos electrónicos habrá recibido doña María Eugenia; quiénes son los responsables de su depresión, de su tristeza, de su angustia, de su desesperación. Sólo Dios lo puede responder.
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Lo que yo sí puedo señalar, sin duda de ninguna especie, es que parte del costo de aceptar ser un hombre público, de tratar de cambiar a Guatemala, de enfrentarse a la supercúpula económica, a la injusticia social, al abuso de la mayoría de los guatemaltecos que viven en pobreza y extrema pobreza, implica la posibilidad de ser acusado, de ser perseguido por medios de comunicación, por individuos que sin tener el conocimiento se atreven a convertirse en jueces, en juzgadores, en acusadores. Basta sumar los miles de hojas de periódicos que se han impreso en el tema que un medio denominara La Conexión Panamá, para citar sólo un ejemplo.
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Cómo se sentirán los familiares, cómo se sentirán quienes directa o indirectamente son corresponsables de la depresión de doña María Eugenia, cómo se sentirán quienes han privado de su madre a Otilia.
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Dios da, Dios quita, pero no se supone que nosotros, individual o colectivamente, oficial o extraoficialmente, seamos responsables de un hecho como el que ha acontecido.
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Alfonso Portillo no es el único hombre público al que sus enemigos han acusado, han tratado de destruir, tampoco será el último, aún así esperemos que quienes le acusan, que quienes le persiguen comprendan que hacerlo sin suficiente fundamento los convierte en responsables de la muerte de doña María Eugenia, los convierte en responsables de las lesiones psicológicas que le están infringiendo a sus hijas, a sus seres queridos.
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Yo puedo decir que el daño que se causa a las familias y a las personas por una falsa acusación, de forma pública, privada o legal, es enorme, irreparable, incompensable. Ojalá que esos individuos lo lleguen a comprender y que no se les revierta y sufran en carne propia lo que consciente o inconscientemente han sido capaces de causar.
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«…Sabe Dios qué angustia te acompañó, qué dolores viejos calló tu voz, por la blanca arena que lame el mar su pequeña huella no vuelve más…»