Rechazan negociaciones con los «camisas rojas»


Unos manifestantes tailandeses apuntan con sus armas contra el Ejército, en la zona de conflicto en Bangkok. FOTO LA HORA: AFP PEDRO UGARTE

El gobierno de Tailandia rechazó hoy los incesantes llamados a un alto el fuego de los «camisas rojas» y excluyó cualquier forma de negociación antes de que se retiren de Bangkok, donde los enfrentamientos eran menos intensos que en los dí­as precedentes.


Columnas de humo daban cuenta de una persistente tensión en el barrio ocupado por los manifestantes que exigen la renuncia del gobierno, pero no se registraban enfrentamientos similares a los que en los cuatro dí­as precedentes causaron la muerte de 38 personas y más de 300 heridos.

Sin embargo, el poder mantuvo hoy un discurso de firmeza.

«La situación podrá solucionarse y podremos llegar a unas negociaciones cuando los manifestantes se hayan dispersados», avisó el ministro Satit Wonghnongtaey, excluyendo todo diálogo.

Las «camisas rojas» aceptaron anteriormente una propuesta del presidente del Senado, Prasobsuk Boondej, de servir de mediador en caso de negociaciones.

«El primer ministro (Abhisit Veijjajiva) se suma hoy al principio de las negociaciones pero, por dos veces, han fracasado debido a la ingerencia de las personas en el extranjero», respondió frí­amente Satit, acusando implí­citamente al ex primer ministro en el exilio Thaksin Shinawatra, icono de numerosos manifestantes, y acusado por el poder de atizar las protestas.

El viceprimer ministro, Suthep Thaugsuban, también rechazó la hipótesis de un alto el fuego. Es un «sinsentido», afirmó, y precisó que «los responsables de la seguridad no disparaban contra los civiles». «Los que disparan son terroristas», añadió.

Las negociaciones están rotas desde el pasado jueves, cuando el primer ministro Abhisit Vejjajiva anuló su propuesta de organizar elecciones anticipadas a mediados de noviembre, exasperado por las exigencias cada vez más elevadas de los «rojos».

La Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Navi Pillay, «exhortó los lí­deres a dejar de lado su orgullo y la polí­tica por el bien del pueblo tailandés».

La mayorí­a de las violencias opusieron a manifestantes armados con tirachinas, cócteles molotov y petardos, a unos militares autorizados a disparar con balas reales, constató la AFP.

Amnestí­a Internacional acusó de hecho al ejército de recurrir al «uso inconsiderado de armas mortales». «Hay testimonios e imágenes de ví­deo que muestran claramente que los militares dispararon balas reales contra personas (…) que no representaban ningún peligro para los soldados o para los otros».

El poder estimó en más de 2.000 el número de manifestantes activos en el exterior del campo y en 5.000 el número de personas en haber ignorado la orden de evacuar el interior el lunes.

Las operaciones para evacuar el barrio «van a seguir» pero «la opinión pública debe tener paciencia porque tardarán», advirtió el portavoz del gobierno, Panitan Wattanayagorn. «Las autoridades tratarán de evitar la confrontación» y de «minimizar» las posibles pérdidas humanas.

La policí­a anunció su intención de detener a cinco jefes «rojos» cuando abandonen su barricada y el poder ha prohibido las transacciones financieras de 37 individuos y sociedades, sospechosas de financiar al movimiento.

La crisis perturba cada vez más la vida cotidiana de los 12 millones de habitantes de la capital, ahora invitados a quedarse en casa hasta finales de la semana, declarada festiva. Las escuelas públicas, las administraciones y numerosas oficiales permanecieron cerradas y el metro no circuló por cuarto dí­a consecutivo.

Desde que empezó la crisis a mediados de marzo, unas 67 personas han muerto y unas 1.700 han resultado heridas.

Todos los muertos son civiles, con excepción de un soldado y de un general rebelde, Khattiya Sawasdipol, que murió el lunes tras haber recibido una bala en plena cabeza.

Los manifestantes, que han abandonado sus camisas rojas distintivas para no ser tan fácilmente localizados, llevan ahora un brazalete negro en homenaje a las ví­ctimas.

REY BHUMIBOL Sí­mbolo de unidad


El rey Bhumibol Adulyadej es considerado un pilar esencial de la sociedad tailandesa, como lo confirma el llamamiento lanzado el domingo por las «camisas rojas», pero el monarca de 82 años se encuentra ahora retirado de la vida pública.

«Como pueblo de este paí­s, pedimos su bondad», dijo este fin de semana Jatuporn Prompan, uno de los lí­deres de los manifestantes antigubernamentales, durante los enfrentamientos que han dejado 38 muertos y más de 200 heridos en el corazón de Bangkok desde el jueves. «Creo que los tailandeses sienten lo mismo, que Su Majestad es nuestra única esperanza».

Es la segunda vez en un mes que los «rojos» llaman a una figura ampliamente venerada en el paí­s, que reina desde 1946 y que algunos consideran como un semidios.

El pasado 10 de abril, unas horas después de que una operación militar finalizara en baño de sangre (25 muertos y más de 800 heridos), otro lí­der «rojo» hizo declaraciones similares.

El presidente del primer partido de la oposición también afirmó haber pedido audiencia al monarca. El palacio real señaló sin embargo que no habí­a recibido ningún pedido formal en este sentido.

El rey Bhumibol no se ha pronunciado sobre la crisis polí­tica en la que se encuentra su reino.

El monarca, hospitalizado desde septiembre sin que la casa real comunique sobre su Estado de Salud, apareció en televisión en febrero ante el rí­o Chao Praya de Bangkok en silla de ruedas, arrastrado por su perro que sujetaba con una correa.

El único rey que la gran mayorí­a de los tailandeses han conocido sólo pronunció un breve discurso a finales de abril en el que exhortó a los magistrados recientemente nombrados a cumplir con su deber. Pero no mencionó ni a los muertos ni a los enfrentamientos.

«El rey no se pronuncia sobre las realidades de la Tailandia de hoy», explica Arnaud Leveau, del Instituto de Investigación sobre Asia del Sureste Contemporáneo (IRASEC). «Sus últimos discursos no se han referido a ella ni ha dado ningún tipo de indicio sobre lo que sabe de ella ni lo que piensa».

La crisis, que ya dejó 55 muertos y más de 1.600 heridos desde mediados de marzo, es la más grave del reino desde 1992.

Y el paí­s entero se acuerda de la intervención del monarca aquel año, cuando logró hacer ceder tanto a los lí­deres de los manifestantes como al ejército ante las cámaras de televisión, poniendo de inmediato fin al conflicto.

Al apelar a su figura, los manifestantes «esperan que lo que ocurrió en 1992 va a reproducirse, y que se van a librar de cualquier enjuiciamiento», estima Paul Chamberts, especialista de Tailandia en la universidad alemana de Heidelberg.

«Si el gobierno y los militares dispersan a los manifestantes, habrán hecho todo esto para nada. Si encuentran a alguien por encima del gobierno, más potente, para forzarles a dejar de hacer lo que están haciendo, será una suerte de victoria» para los «rojos».

Pero esta hipótesis tiene pocas posibilidades de realizarse. En las últimas grandes ceremonias reales, incluido el entierro de un oficial del ejército, el rey no se ha desplazado.

Le suele representar, dependiendo de las circunstancias, su esposa, la reina Sirikit, su hijo, el prí­ncipe heredero Maha Vajiralongkorn, o su tercer hija, la princesa Sirindhorn, que los tailandeses adoran.