El orgullo de Nación se expresa en sus símbolos y sobre todo en sus edificaciones. Las pirámides proclamaban la grandeza de los faraones. Estaban a la vista por distantes kilómetros en las planicies desérticas a la par del Nilo. Igualmente conmovían sus espigados obeliscos (que hoy día están esparcidos por todo el mundo). La puerta de Istar inquietaba a cualquier visitante de Babilonia al igual que en su época el palacio de Persépolis. Los templos de Tikal o las pirámides de El Mirador sobrecogían a cualquier maya de la época.
Los romanos conmemoraban sus triunfos por medio de los arcos triunfales que inauguraba el desfile de los vencedores. Para los franceses el Arco del Triunfo expresa el orgullo que sentían por su Emperador. La majestuosidad del monumento se fue combinando con la utilidad de la construcción como el Foro o el Coliseo en Roma o la Basílica de San Pedro. Orgullosos los ingleses con su democracia le dedicaron un espléndido conjunto a las orillas del Támesis. Siguiendo ese ejemplo los recién estrenados estadounidenses no escatimaron esfuerzo alguno en construir un edificio que representara su democracia: el Capitolio de Washington y casi todos los Estados presumen de su capitolio en las respectivas capitales. En La Habana se yergue también un capitolio -que alberga la tercera estatua interior más grande del mundo–. Se dice que tiene reminiscencias con el Capitolio de Washington pero su arquitecto sostiene que se basó más en la cúpula del Panteón de París. En todo caso parece que ese parecido a «los Yanquis» pudo haber molestado al entrante gobierno revolucionario que, en 1960, lo destinó a museo y Librería Ministerio de Ciencias y Tecnología o acaso por ser la representación de la democracia representativa. ¿Quién iba a necesitar de congreso por un tiempo? Igualmente en muchos países del mundo y América Latina destaca la construcción en lugar céntrico, por lo general con cúpula, de sus respectivos capitolios, parlamentos, casa de las cortes (en sentido legislativo), casa de los comunes, senado, etc. En Guatemala tenemos un edificio que en lo externo es poco vistoso; por dentro tiene muy bonitos detalles y se ha mantenido bien con los años. Sin embargo no es un monumento que nos identifique, del que nos sintamos orgullos y del que podamos presumir hacia afuera. Es una obra modesta y muy poco funcional. Cumplió, y ha cumplido su función, pero su momento ya pasó. Para irlo adaptando se han hecho malabarismos arquitectónicos conectando inmuebles vecinos en una serie de laberintos poco prácticos. Es hora de tener otro edificio del pueblo. No lo digo por la actual legislatura, ni siquiera la próxima, y no lo digo en merecimiento de ellos, o algunos de ellos, lo planteo en consideración de la investidura (de la que muchos no son dignos, pero ese es otro tema). Los guatemaltecos nos merecemos un parlamento del cual sentirnos satisfechos, honrados; un edificio que materialice ese orgullo de ser guatemaltecos. Un edificio que sintamos propio, casa del pueblo, y de esa manera nos mueva a exigir que solo representantes dignos ocupen sus curules. Que nos recuerde que todos somos Guatemala. (Continúa).