El ruido de los grandes motores es atemorizante, tráileres gigantes, como tiburones blancos, transportan contenedores de diversa índole de productos, listos para embarcar en el Pacífico, corren presurosos 19 horas diarias sobre esta arteria, es el canto del progreso, que traerá dividendos a todos los habitantes de este bello país del Istmo Centroamericano. En la otra vía, sobre la misma calzada, de regreso, del Pacífico, vienen entrando a la capital, los camiones cisternas de gasolina y gas, eructando de llenos, cargados del oro amarillo y gas, que la industria espera ansiosa, hace que su tránsito sea lento y cadencioso. A lo lejos aparece un tráiler con una carga diferente, es una torre de tres pisos de picops, allí viene el sueño de tantos hombres, poseer una unidad de éstas para trabajar, -como el jibarito- sueñan con llevar dentro de estos caballos modernos su carga de productos agrícolas y  venderlos en el mercado, -con la venta compraran aquellos animalitos para abundarlos en su terrenito- En otro camión menos fastuoso, va cargado de reses vivas, camino al rastro, para satisfacer la selecta clientela, que se puede dar el lujo de comer carne.Â
A la par de tan grandes motores, voy yo a dejar a mi nietecita al kínder, ubicado en Mariscal, en un vehículo pequeño, a las 7:15 p.m. El viaje de ida dura 50 minutos, la niña llora y dice: -¡Nono, tengo miedo, ese camión grande nos va apachar!-  Si cree que miento, ílvaro Arzú, haga una encuesta en la zona 11, donde su popularidad es cero. De regreso a casa del trayecto se excede en una hora y media.  Toda la actividad del día se limita al traslado de la niña, por el exceso de tránsito pesado.
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Y el carril del transmetro en silencio, sin un alma a la vista… cada 20 minutos pasa uno como alma que se lo lleva el diablo y después… vuelta ver aquel carril desperdiciado. Mientras el único carril disponible lo compartimos, con buses pequeños, picops con mercadería que van y vienen del CENMA, buses confortables que van a Reu, Antigua, Villa Canales, Bárcenas, Santa Elena Barillas, Puerto de San José, y algún destino más que vuela encima de mi teclado.
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¿Qué espera el fastuoso Alcalde? ¡Quizá la explosión de un camión cisterna, o que los frenos de su proyecto fallido el transmetro envista a los carros pequeños de cuatro asientos, que transitamos en ese infierno de carretera!