La huí­da


Falta poco. Debo aguantar hasta el último momento sin ver para atrás, dijo el hombre mientras subí­a la escarpada pendiente. Los otros vení­an pisándole los talones con la plena seguridad de atraparlo. Tres dí­as es bastante tiempo pero para él no habí­a posibilidad alguna de comer. Bebió un sorbo de agua sin detenerse. Sabí­a que los segundos eran preciosos y por unos instantes más de libertad era capaz de cualquier cosa. Pobre Pedro, no lo logró. Pero es mejor estar muerto que privado de la libertad, y tres años es un largo perí­odo de tiempo. Sólo por pensar de manera diferente. Es el colmo. Si todos tenemos los mismos derechos, no veo cuál es el problema.

Antonio Cerezo

Los de atrás apretaron el paso. Sabí­an que lo tení­an casi al alcance de la mano y lo que menos deseaban era enfrentarse con el Capitán Méndez. Antes muertos, decí­an, por la temible fama de matón del capitán. Además se murmuraba por allí­ que era el torturador estrella del presidente. No, con él no se juega, pensó el hombre, y antes de caer en sus garras prefiero morir. Apretó el paso pero las fuerzas comenzaban a fallarle. Como en el dí­a en que lo atraparon, recordó, por la falta de experiencia. Los otros cuatro ya eran reincidentes pero él se estaba estrenando. Si no hubieran sucedido las cosas como sucedieron no estarí­a en estos momentos huyendo, pensó, y recordó cómo le flaqueaban las piernas aquel dí­a. Era lógico en mi primera experiencia. Fue muy fuerte. Aprieten el paso, dijo el jefe del pelotón de persecución, porque si no lo vamos a perder. Recuerden que al Capitán Méndez no le gustan los fracasos. Y ya fue suficiente con permitir que escapara de la prisión.

De no haber sido por Pedro no estarí­a aquí­, dijo el hombre, disfrutando de estos momentos de libertad aunque sea condicionada y de huida. Porque es justo reconocer que lo planeó bien. Si no hubiera tenido tan mala suerte de quebrarse el pie cuando saltó, ahora estarí­a aquí­ conmigo y no cargando tierra. O sirviendo de comida a los zopes. Quién sabe si lo enterraron o lo fueron a tirar por algún lado. En fin, es mejor estar muerto que vérselas con Méndez. Es un hijo de puta. Si no se lo llevamos nos jode el Capitán, dijo uno de los de atrás, así­ que es mejor no comer. Ya tendremos tiempo de hacerlo después. Acuérdense que si pasa la frontera ya no podremos hacer nada.

Está cerca. Siento que está cerca. Estoy a punto de lograrlo, Pedro, no quedará tu cuerpo inerte en vano. Si logro cruzar la frontera estarás vengado. Nos habremos reí­do del capitancito ese que se cree Tata Dios. No puedo olvidar la captura; mis nervios de aquella vez. Qué momentos tan duros. Yo no sé cómo fue que nos cayeron encima aquel domingo. Alguien debe haber ido con el soplo a la policí­a. Siempre hay gente envidiosa. Pero lo planeaste bien, Pedro, si no te hubieras roto el pie… Ya casi lo tenemos. Vean: allá el cabrón ese. Está cansado. No es para menos caminar dí­a y noche con los nervios de que lo están siguiendo para llevarlo ante el Capitán Méndez. No nervios: el miedo cabrón que le da a uno con sólo pensar tenerlo enfrente. Se parece al mismito diablo vestido de hombre. Apretemos el paso muchachos, ya lo tenemos y no se nos va a escapar. El que estaba de guardia cuando éstos saltaron debe estar ahora en el calabozo esperando por las caricias del Capitán. Pobre, no puedo hacer menos que compadecerlo.

Si no me apuro me joden. Voy a meterme por esa vereda para despistarlos. No aguanto las piernas, Pedro, estoy a punto de reventar. La frontera debe estar como a tres kilómetros pero las piernas no quieren responderme, Pedro, ayúdame… No sólo el Capitán te va a somatar, cabrón, ya verás cuando te tenga en mis manos. Si yo hubiera estado de guardia me los quiebro a los dos. Así­ nos hubiéramos ahorrado esta cacerí­a que ya me está hartando. Se meten a hacer cosas fuera de la ley y después andan haciendo ostentación de sus ideas descabelladas. Si yo paseara por estos bosques en otra situación, Pedro, me sentirí­a el hombre más feliz del mundo. Pero huir en un dí­a tan lindo me parece lo más atroz. Ya los oigo, Pedro, y no puedo correr, ni siquiera caminar, ilumí­name, haz algo por favor… Ahí­ lo tienen, disparen cerca para que se detenga. Recuerden que el Capitán lo quiere vivo para divertirse. Me disparan, Pedro, perdóname, voy a fracasar, vamos a fracasar, Tata Dios se saldrá con la suya y no puedo más, me han dado en una pierna, la arrastro, no me rindo, Pedro, no me rindo, estoy herido pero corro, qué desesperación, si ya se ve la frontera… Ya le dieron, cabrones, les dije que sólo cerca, para asustarlo… Me han dado, Pedro, me duele la espalda… y el suelo, estoy en el suelo, Pedro, y qué vista más linda, Pedro, el cielo azul donde tú debes estar, y un ave, un ave que tranquila vuela y que me mira, me mira y me llama, Pedro, un ave libre como tú y yo, que flamea en el espacio infinito y que me llama, Pedro, me llama para compartir contigo y con ella ese cielo, ese espacio, lejos de los hombres, abrazados a la libertad, Pedro, llenos de libertad.

Los de atrás apretaron el paso. Sabí­an que lo tení­an casi al alcance de la mano y lo que menos deseaban era enfrentarse con el Capitán Méndez. Antes muertos, decí­an, por la temible fama de matón del capitán.