El centenario de la Revolución Mexicana (Parte IX)


El Ejército Federal a finales de 1912 aún permanecí­a fiel a Madero, el hecho sin embargo no podí­a ser atribuido a la lealtad, más bien esperaba al hombre y el momento preciso para derrocarlo.

Doctor Mario Castejón
castejon1936@hotmail.com

Existí­a una atmósfera de inquietud. Los diputados revolucionarios visitaban al Presidente para advertirle de la gravedad de la situación. Insistí­an en que el apoyo de la opinión pública era necesario, los excesos de la prensa manejada por el sector conservador que habí­a sido adicto a Porfirio Dí­az, así­ como a los intereses extranjeros, procuraban dañar la imagen de Madero, quien habí­a venido perdiendo soporte popular. Madero respondió que nada malo iba a pasar. El Director del diario Nueva Era comentaba en broma que se necesitaba valor para que alguien se declarara maderista. Por su parte el Embajador Wilson presentaba en sus informes a la Casa Blanca, un panorama sombrí­o con Madero al frente del Gobierno.

Dos grupos estaban en activa conspiración: los miembros del anterior Partido de Los Cientí­ficos que veí­an hacia el general Jerónimo Treviño y un segundo grupo hacia los generales Bernardo Reyes y Manuel Mondragón, este último representante de Félix Dí­az. Los conspiradores se reuní­an y conferenciaban con oficiales del Ejército y con miembros activos del Partido Católico. El general Victoriano Huerta fue sondeado por algunos partidarios de Reyes y se mantuvo como un espectador en esa primera etapa del complot. Huerta tení­a sus propias cartas que en su momento vendrí­a a utilizar.

El golpe planeado para el primer dí­a del año fue pospuesto luego para el cinco de febrero, debiéndose aplazar de nuevo para el dí­a once. Enterados que el Gobierno conocí­a sus planes, se reunieron en una sesión de emergencia el sábado ocho de febrero decidiendo dar el golpe al dí­a siguiente. Las personas comprometidas y los regimientos que participarí­an eran conocidos por Madero quien calificó los informes de exagerados.

En las primeras horas de la madrugada del domingo 9 de febrero se inició el levantamiento en los suburbios de Tlalpan y Tacubaya, con la participación de 300 alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes, un centro fundado por Félix Dí­az. De los cuarteles de Tacubaya salieron 300 dragones del Primer Regimiento de Caballerí­a y 400 más del segundo y Quinto Regimiento de Artillerí­a, así­ cerca de mil hombres se dirigí­an a derrocar al Gobierno. Un grupo se encaminó hacia la prisión de Santiago Tlatelolco -la misma de donde Francisco Villa habí­a huido el 24 de diciembre pasado- en la cual el general Reyes estaba encarcelado. Después de ser liberado Reyes, se provocó un motí­n y en el incendio del edificio murieron más de cien personas. Luego la misma columna avanzó hacia la Penitenciarí­a en donde fue liberado Félix Dí­az.

La segunda columna habí­a tomado posesión del Palacio Nacional habiendo capturado a Gustavo Madero y al ministro de Guerra Garcí­a Peña. El general Lauro Villar, jefe militar de la plaza reclutó algunas fuerzas leales y recobró el edificio liberando a Madero y a Garcí­a Peña preparándose para defender el palacio. La columna encabezada por los generales Reyes, Dí­az y Ruiz después de huir de la Penitenciarí­a, ocuparon las calles paralelas que desembocan en el Zócalo.

Momentos después el general Reyes apareció a la cabeza de algunos soldados. Villar le ordenó detenerse. Reyes sin hacer caso siguió avanzando y fue acribillado a balazos. Con su actitud dijeron sus seguidores, esperaba que la muerte viniera a liberarlo, decidido a no sobrevivir a otro fracaso. El combate se desarrolló entre las fuerzas que defendí­an el palacio y los rebeldes que ocupaban el pórtico, edificios y calles de la Plaza del Zócalo. Cuando el combate cesó más de 400 personas, la mayorí­a civiles, habí­an muerto, entre ellas Reyes. Félix Dí­az retiro sus fuerzas para atacar la Ciudadela, una vieja fortificación sin importancia estratégica. Madero informado de los acontecimientos salió a lo largo de Reforma rumbo al Palacio Nacional. Cabalgó serenamente a lo largo del paseo sonriendo y saludando a las personas. Llegando a la Avenida Juárez esperó el resultado del tiroteo que todaví­a se mantení­a en el Zócalo, con él estaban algunos ministros, y el General Victoriano Huerta que seguí­a sin mostrar sus intenciones.

Madero continuó la marcha hacia el Zócalo no sin antes ser ovacionado y montando de nuevo su caballo se dirigió hacia el Palacio Nacional. Por recomendación del ministro de Guerra Garcí­a Peña, nombró a Victoriano Huerta para dirigir el ataque contra los rebeldes. El núcleo de éstos se reunió cerca de la estatua de Carlos IV, en la confluencia de Juárez con Reforma y desde este punto se dirigió hacia la Ciudadela. Ocuparon las cuatro calles que conducí­an a la antigua Fortaleza. Emplazando cañones y ametralladoras, antes del mediodí­a, la Fortaleza que era más una fábrica de armas y una bodega del Ejército con muros de un metro veinte centí­metros de grueso, se rindió. Después de tomar la Fortaleza los rebeldes se desplazaron hacia la azotea instalando los cañones en las calles vecinas. Luego de reconocida la situación por Madero, fue confirmado el nombramiento de Huerta y se acordó llamar al general Rubio Navarrete en ese momento en Querétaro, para hacerse cargo de la artillerí­a, mientras los destacamentos cercanos fueron llamados a concentrarse en la Ciudad. Madero decidió salir personalmente a Cuernavaca por el general Felipe íngeles, en quien confiaba, para regresar luego a la capital. La ciudad despertó el dí­a lunes en un profundo silencio, las casas de comercio estaban cerradas. Ese dí­a en la pastelerí­a El Globo se celebró una plática entre Félix Dí­az y un enviado del general Huerta. Por la tarde Madero regresó de Cuernavaca a la capital, con más de mil hombres bajo las órdenes del general Felipe íngeles. Los rumores acerca de las conferencias del Globo señalaban al general Victoriano Huerta como parte de la conspiración. (Continuará).