El derecho a elegir


Cuando hablamos de participación polí­tica de las mujeres, rápidamente pensamos en las mujeres electas, es decir, las que participan polí­ticamente en la toma de decisiones en diversas instituciones del Estado. En nuestro paí­s el número de mujeres electas es muy bajo y nos encontramos en la cola en América Latina. Situación que evidencia que el derecho a ser electa es aún una utopí­a.

Ligia Ixmucané Blanco
masmujeresmejorpolitica@gmail.com

Sin embargo, en este artí­culo quiero referirme al derecho a elegir. No se habla mucho al respecto, damos por sentado que todas las mujeres ejercemos nuestro derecho a elegir. Pero la realidad evidencia todo lo contrario.

En Guatemala, la Revolución de Octubre trajo consigo, en 1945, la posibilidad del voto para las mujeres alfabetas, siendo hasta 1965 que se otorgó el voto a las mujeres en general. Esto significa que desde hace más de medio siglo se reconoce el derecho de las mujeres a elegir a sus representantes. Sin embargo, las estadí­sticas muestran que el ejercicio del derecho a elegir es muy precario, especialmente entre las mujeres indí­genas.

Para poder ejercer el sufragio es necesario ser mayor de edad y contar en un primer momento con la cédula de vecindad y luego empadronarse en el Registro de Ciudadanos. En nuestro paí­s, el costo y el trámite de la cédula de vecindad puede a veces ser bastante complejo, especialmente en el área rural. Esto como resultado de las condiciones de pobreza y pobreza extrema que vive la población, especialmente las mujeres indí­genas. Esta primera limitante para la participación polí­tica de las mujeres es lo que se conoce como abstencionismo primario, es decir, cuando las personas ni siquiera tienen acceso a la documentación necesaria para ser consideradas ciudadanas.

El trámite para el empadronamiento es más simple, pero cuenta con la desventaja de no tener mucho sentido para las mujeres, ya que la polí­tica no resuelve sus principales necesidades. Aunado a lo anterior, los bajos niveles educativos, de cultura polí­tica y, por lo tanto, el desconocimiento de la importancia del voto, determinan en gran medida el poco interés en los procesos electorales. Esta segunda limitante para la participación polí­tica es conocida como abstención secundaria.

Para las últimas elecciones, el total de mujeres en edad de votar era de 3 millones 573 mil, de las cuales únicamente 2 millones 809 mil estaban empadronadas; finalmente votaron 1 millón 709 mil 911 mujeres. Estos datos ponen de manifiesto que más de la mitad de las mujeres en edad de votar, no ejercieron su derecho a elegir.

Es necesario poner énfasis en esta situación tan desfavorable para las mujeres, especialmente para las mujeres indí­genas y del área rural, ya que damos por sentado que la democracia electoral es un hecho en nuestro paí­s y no es así­. Mientras más de la mitad de la población no tenga la posibilidad real de ejercer sus derechos cí­vico- polí­ticos, la democracia es todaví­a un ideal.

Cuando hablamos de democracia paritaria y de más mujeres, mejor polí­tica definitivamente estamos haciendo referencia al ejercicio de los derechos cí­vico polí­ticos de elegir y ser electas. En ambos casos, el reto para las mujeres guatemaltecas es muy importante y en el próximo proceso electoral debemos exigir el cumplimiento de ambos derechos.