De los partidos políticos se ha escrito mucho y, sobre todo, en América Latina a partir de la llamada apertura democrática o período de transición (?) a la democracia. Pero a pesar de que con diversos enfoques se han producido textos y estudios, así como celebrado seminarios, conferencias, etc. acerca del tema, hay coincidencia conceptual en precisar el perfil de esta clase de instituciones.
La Ley Electoral y de Partidos Políticos -Decreto 1-85 de la Asamblea Nacional Constituyente, y sus reformas- prescribe que «Los partidos políticos legalmente constituidos e inscritos en el Registro de Ciudadanos, son instituciones de derecho público, con personalidad jurídica y de duración indefinida, salvo los casos establecidos en la presente ley, y configuran el carácter democrático del régimen político del Estado».
Los partidos emergieron a la vida pública latinoamericana, a partir de la independencia y su desvinculación política de la Corona de España -en el caso del Brasil lo fue de Portugal-, y aunque al principio tuvieron poco arraigo, paulatinamente se fueron organizando, desarrollando y fortaleciendo, principalmente bajo el influjo de las ideas y principios que se originaron de los movimientos revolucionarios de Estados Unidos de Norteamérica (1776) y de Europa (1789).
En la actualidad los partidos políticos constituyen pilares importantes para la sustentación y desarrollo de la democracia, porque ejercen una función mediadora y articuladora en la representación política. Reflejan el pluralismo político como garantes del régimen democrático y son vehículos intermediarios idóneos entre las demandas del pueblo y el poder del Estado. Deben tener una estructura democrática, una configuración y una proyección ideológicas, con un número determinado de afiliados, todo dentro de un marco de organización y ordenamiento jerárquicos. Estos requisitos son indispensables para que los partidos deban compartir responsabilidades políticas, que conlleven a la consolidación de la democracia, al estado de derecho y a la gobernabilidad.
¿Qué pasa en Guatemala? De confomidad con los enunciados anteriores, ¿son real y verdaderamente partidos, las organizaciones que se autollaman, se registran y funcionan como partidos políticos? No es difícil la respuesta.
En Guatemala los partidos políticos carecen de estructuras y organización democráticas; no tienen una definición ideológica sustentada y, si esto fuera poco, nunca han presentado, ni siquiera algo parecido, a un programa de gobierno, ya que no pueden considerarse como tales unos folletines que ufanamente mencionan tener y, que a veces como a escondidas, muestran a los medios de comunicación. Dichos cuadernillos más parecen catálogos de ofertas del mercado que programas de gobierno.
Pregunto a los partidos, sus dirigentes y candidatos ¿Están en capacidad de afirmar, sin demagogias y mentiras, que han realizado estudios profundos y analítico-críticos acerca de temas de importancia nacional, como los históricos, sociales, económicos, culturales, étnicos y políticos, necesarios para formular un programa de gobierno? ¿Conocen las soluciones a los problemas derivados de dichas materias? Obviamente la respuesta será negativa, ya que jamás se han preocupado por los problemas que aquejan a esta nación pluricarente. ¿En donde están los estudios, los análisis, las soluciones? ¿Cuándo y en donde han celebrado seminarios, foros, mesas redondas y otros cónclaves, para plantear y debatir públicamente la problemática nacional?
No señores políticos, con discursos, mitines y promesas electoreras no se resuelven los problemas del país, ni tampoco con señalar las deficiencias del gobierno de turno, y menos con hacer hincapié acerca de las lacras que afligen al pueblo, como la violencia, la inseguridad y la corrupción, que todo el mundo conoce. No es con palabras huecas, estereotipadas y vacías con que nos van a sacar de este atasco en que vivimos.
Así están nuestros partidos y sus candidatos. Tienen la palabra los lectores.