A tres días de las elecciones generales, Gran Bretaña parecía encaminada hoy hacia un parlamento sin mayoría absoluta, una perspectiva contra la que luchan los favoritos conservadores y que podría dar un papel clave al partido Liberal Demócrata, tercero en discordia.
Los dos últimos sondeos publicados hoy, uno del instituto ICM para el diario The Guardian y otro de YouGov para el Sun, otorgan al opositor Partido Conservador 33 y 34% respectivamente de las intenciones de voto. Por detrás se sitúan liberal demócratas, con 29 y 28%, prácticamente empatados con los laboristas en el poder, que obtienen 28% en ambas encuestas.
«Debido a los márgenes de error asociados a todos los sondeos, la proporción de votos está sujeta a una variación de más o menos 3%. Fundamentalmente está muy reñido», señaló Ben Page, director del instituto Ipsos-Mori en una entrevista con la radio BBC.
Si se confirmara el jueves en las urnas, este resultado no garantizaría a los conservadores la mayoría absoluta necesaria para gobernar, e incluso podría darles un número de escaños inferior al de los laboristas, amparados por el sistema uninominal mayoritario por circunscripciones.
En ese caso, los liberal demócratas del estelar Nick Clegg podrían terminar siendo el partido bisagra de una eventual coalición, aunque éste ya ha dejado claro que condicionará cualquier alianza a la reforma de un sistema electoral para introducir un grado de proporcionalidad.
Dispuestos a luchar hasta el final para evitar un «hung parliament», que sólo se ha dado una vez desde la Segunda Guerra Mundial, en 1974, conservadores y laboristas concentran sus últimos esfuerzos en las circunscripciones indecisas, alertando de los riesgos de una ausencia de mayorías.
«Si quieren un gobierno que pueda empezar a trabajar el viernes, a tomar decisiones para fortalecer el país a largo plazo, un gobierno decisivo es mejor que un parlamento sin mayorías», declaró al diario The Independent Cameron, que hasta hace un par de meses tenía el camino a Downing Street totalmente despejado.
«Reconozco que queda mucho trabajo por hacer, quedan millones de personas a las que aún hay que convencer», agregó luego en un acto en Blackpool (noroeste de Inglaterra) donde se mostró confiado en lograr su objetivo.
Si no consiguen los ansiados 326 escaños, los «Tories», que buscan regresar al poder tras 13 años ininterrumpidos de laborismo, podrían tratar de gobernar en minoría, sin recurrir a los LibDems que les robaron la exclusiva del cambio.
«No necesitamos un acuerdo de coalición formal si los unionistas (de Irlanda del Norte) están con nosotros en los proyectos legislativos clave», declaró al Daily Telegraph un miembro no identificado del gabinete de oposición.
Esto permitiría a los conservadores mantener intacto el sistema electoral, que según ellos garantiza la estabilidad, aunque sea a costa de los pequeños partidos, como el liberal demócrata, que en las últimas elecciones, celebradas en 2005, obtuvo el 22,1% de los sufragios y 9,6 % de los escaños.
A modo de comparación, los laboristas de Tony Blair lograron un 35,3% de los votos y un 55,2% de los escaños.
Clegg por su parte no ha descartado una eventual alianza con los laboristas, políticamente más cercanos, aunque ha insinuado que podría negarse a colaborar con Brown si éste no logra el respaldo popular.
De momento, sin embargo, los laboristas siguen concentrados en su campaña, recurriendo al miedo de un retorno al poder de los «Tories», como demuestra un anuncio televisivo presentado hoy que dice: «Si te metes en la cama con Nick Clegg, te puedes despertar con David Cameron».
Ante las dificultades para diferenciarse de los partidos que el jueves medirán fuerzas en la elecciones británicas, la personalidad de los candidatos puede jugar un papel decisivo, y en este ámbito el vencedor de la campaña ha sido claramente el liberal demócrata Nick Clegg.
De padre medio ruso, madre holandesa y esposa española, este atípico y desconocido líder británico de aspecto juvenil, bien parecido, europeísta, políglota y ateo de 43 años irrumpió con fuerza en la escena electoral tras el primer debate televisado de la historia del país, desatando una oleada de «Cleggmanía» entre sus desilusionados compatriotas.
A tres días de la cita con las urnas, y pese a las arremetidas del fatigado primer ministro laborista Gordon Brown y del telegénico favorito conservador David Cameron, quien durante largos meses fue el único rostro del cambio, la burbuja Clegg se ha desinflado un poco pero no se ha pinchado.
Y pese a no tener opciones reales de ser primer ministro, ha robado votos a los dos grandes partidos y podría determinar el color del próximo gobierno, lo que ha llevado a Brown a desplegar nuevamente la artillería.
«Estamos hablando del futuro de nuestro país, no estamos hablando de quién va a ser el presentador del próximo concurso televisivo», insistió Brown en una entrevista publicada este fin de semana en el dominical The Observer.
Aunque critiquen al carismático político, tanto Cameron, de 43 años, como Brown, de 59, se esforzaron por dar durante la campaña una imagen más cercana a los británicos, propulsando a sus mujeres al primer plano para que libraran lo que la prensa rápidamente bautizó como «la guerra de las esposas».
El «Tory», de orígenes aristocráticos y educado en el elitista colegio Eton, recurrió a su «arma secreta», Samantha Cameron, de 38 años y directora creativa de una empresa de papelería de lujo, para tratar de contrarrestar una caída en los sondeos y la percepción de que es un «niño bien» alejado de la realidad.
Sam Cam, de todavía más rancio abolengo que él pero también más bohemia, ha explicado en entrevistas que el líder conservador «no es perfecto y que como muchos maridos tiene muchas costumbres irritantes», como cambiar de canal constantemente o dejar desorden a su paso, pero que es un «padre fantástico».
La pareja, que se casó en 1996, tuvo tres hijos y espera otro para septiembre. Iván, el primogénito, aquejado de parálisis cerebral y epilepsia, murió en 2009 con sólo seis años, y Cameron se ha referido a menudo a él en la campaña personalizando su defensa del sistema de sanidad pública.
Brown, que también perdió a su primogénita a los pocos días de nacer en 2002 y tiene otros dos hijos, mantiene a su prole al margen de la política, pero forma equipo con su esposa Sarah, a la que el New York Times describió como la «humanizadora designada» del sombrío y al parecer iracundo primer ministro.
La popular primera dama, una ex relaciones públicas de 46 años que considera «su héroe» al hombre con el que está casada desde 2000, trata además de ganar adeptos a través de Twitter, donde tiene más de un millón de seguidores.
En eso Clegg, también es diferente. Su esposa, la abogada Miriam González Durántez, de 42 años, le acompaña sólo cuando se lo permiten su trabajo en un conocido bufete y sus tres hijos, y considera «frívola» toda la atención mediática que han suscitado las aspirantes a primera dama.
«Creo que los votantes merecen más, merecen que se ponga más atención en las políticas y menos en la ropa» que llevan las esposas, dijo en una reciente entrevista esta vallisoletana que conoció a Clegg cuando ambos estudiaban en Brujas, mientras trataba de ayudar a una amiga enamorada de él.
Sin embargo, la prueba política es la que plantearía más dificultades al candidato LibDem, acusado de radicalidad por los que bautizó como «los viejos partidos», especialmente por proponer una «amnistía» para los indocumentados que llevan 10 años en el país.
«Nick Clegg sigue siendo el más popular de los tres líderes», afirmó el Sunday Times comentando un reciente sondeo, «pero sus políticas no lo son».