Una olvidada base estadounidense de submarinos de la Segunda Guerra Mundial recuperó su importancia estratégica al ser rehabilitada por Panamá para combatir el tráfico de drogas en el mar.
Un letrero en una playa de Bahía Piña, en el Pacífico, prohíbe el acceso a esta base aeronaval reabierta el último viernes, que luchará contra los traficantes que trasiegan drogas desde Sudamérica hacia Norteamérica.
Ubicada a solo 26 kilómetros de la frontera colombiana, un centenar de policías convivirán -en medio de robles, cedros, acacias y palmeras- con pericos, tucanes, loros, serpientes y escorpiones, en una ex estación secreta de submarinos que protegió el Canal de Panamá durante la guerra de 1939 a 1945.
Los policías asignados -que parecen soldados porque están equipados con traje y armamento de combate- monitorearán 20 millas náuticas desde esta zona costera y selvática semideshabitada de la provincia del Darién, donde viven principalmente afrodescendientes e indígenas Emberá-Wounaan.
La infinidad de islas, playas y ríos son utilizados por narcotraficantes colombianos para esconder y trasladar drogas hacia Norteamérica.
La base carece de comodidades, pero tiene paneles solares de energía, algunas edificaciones viejas, tiendas de campaña y una zona bajo los árboles para dormir en hamacas. Varios cuartos de concreto sirven de dormitorios, cocina, baño y sala de reuniones.
Esta base es «la primera defensa del país», dice orgullosamente a la AFP el mayor Moisés Correa, con 18 años de servicio en el Darién, donde los policías cumplen 30 días continuos de servicio antes de ir a descansar a sus hogares.
El paisaje luce paradisíaco para el visitante, pero los policías saben que la zona es muy peligrosa, porque operan bandas de narcos colombianos y a veces también incursionan guerrilleros.
«La guerrilla colombiana trata de formar sus campamentos» en esta aislada parte territorio panameño, explica a la AFP el teniente Miguel Herrera.
Los policías panameños están enviando mensajes por radio y volantes a los guerrilleros advirtiéndoles que «no tenemos ningún interés de pelear con nadie ni hacer daño a ciudadanos colombianos, pero tenemos el compromiso de proteger y mantener limpias nuestras fronteras», agrega Herrera.
«Debido a tanto trabajo no nos queda tiempo para pensar en el tiempo libre», asegura el mayor Correa, aunque destaca que «tenemos muy buenos cocineros».
En su tiempo libre, los policías escuchan música, juegan a las cartas o al dominó, pero no hay televisión y la señal de teléfonos celulares se capta con dificultades.
La reapertura de la estación aeronaval, que tiene helipuerto y muelle, y las restricciones impuestas por los policías han alterado la apacible vida de los lugareños en Bahía Piña.
«Esta ruta marítima la han utilizado toda la vida nuestros antepasados para ir a comprar, para vender nuestros productos agrícolas y nuestra pesca y para ir al médico», cuenta a la AFP Ignacia ílvarez mientras vende en la calle unas bolsas con trozos de mango.
«Esa es la vía que siempre utilizamos para desplazarnos porque cuando el mar está picado es más segura y ahora no nos dejan pasar», lamenta Katia Rose, presidenta de la asociación de padres de los alumnos de la escuela local.
«Nosotros no les prohibimos nada, (pero) les dijimos que no podían fondear ni anclar embarcaciones delante de la playa porque nosotros no tenemos juguetes sino armas de guerra y a veces entrenamos y es peligroso», explicó el teniente Herrera.