El Procurador de los Derechos Humanos reacciona ante el asesinato de su cuñado Francisco Monterroso


Mala fama viene generando la violencia criminal contra Guatemala, tanto en lo nacional como en lo internacional.

Marco Tulio Trejo Paiz

Ya casi no están teniendo valor periodí­stico las noticias sobre los múltiples asesinatos que a diario se cometen en esta capital y en otros lugares del paí­s.

La «noticia» frí­a, anodina, serí­a que en este suelo centroamericano todo transcurre «sin novedad» en lo que hace a la incesante danza macabra…

Mueren a manos de siniestros «matarifes» hombres, mujeres y niños por lo regular inocentes; sólo porque se resisten a entregar dinero y objetos de valor.

Nuestro paí­s se ha convertido, por tal motivo, en uno de los más violentos de todo el continente y, a lo mejor, de todo el mundo.

Las estadí­sticas registran cada dí­a un promedio de alrededor de una veintena de hechos criminales y mortales (léase asesinatos) en la urbe capitalina y en el resto de la república; aunque, como se comenta en corrillos, la cifra-promedio puede ser mayor, ya que otros crí­menes que son perpetrados en los departamentos no salen a luz deliberadamente o por no meter escándalo en el pueblo y en el exterior.

La Procuradurí­a de los Derechos Humanos se mantiene inmersa en esta actualidad grávida de la preocupante problemática del crimen que, al parecer, aumenta progresivamente y, para colmo de males, se «perfecciona» en algunos de sus terrí­ficos aspectos.

El titular de la citada Procuradurí­a, Sergio Morales Alvarado, acaba de sufrir en su núcleo familiar, puede decirse, un rudo golpe moral. Su cuñado Francisco Monterroso fue ultimado por forajidos que, como virtualmente ocurre de modo punto menos que generalizado, sencillamente no son identificados. Juan Pueblo considera que ni siquiera tratan realmente de identificarlos porque se movilizan en motos y otros vehí­culos sin placas o robados. ¡Eso está de moda, ni modelo!…

Ya se está viendo con toda naturalidad el tifón de violencia, de sangre, que mantiene en vilo a la sociedad. Los hechos criminales se olvidan de un dí­a para otro, y eso no deja de ser lamentable porque por esa razón la autoridad constituida no arremete las 24 horas del dí­a y con la energí­a necesaria contra la colurie.

La violencia, que es padre y madre de la tremenda inseguridad que se está viviendo a lo largo y a lo ancho de la geografí­a de la patria, deberí­a o debe, mejor dicho, constituir la primerí­sima prioridad de las actividades que figuran en la agenda gubernamental; pero, desdichadamente, la situación se ha tornado demasiado grave.

La Policí­a Nacional Civil y los contingentes del Ejército Nacional, por más que echen el guante a los empedernidos delincuentes, no se reduce el í­ndice de actos reñidos con la ley y el humanismo. Y es que sus partes o informes no son fedatarios, contrariamente a lo que acontece en otros paí­ses.¿Será que no hay confianza en la capacitación, en la honestidad y en el proceder en general de las fuerzas de seguridad? Si se diere credibilidad y valor jurí­dico a lo informado por el elemento policial, otro serí­a el cantar. Se juzgarí­a eficazmente a los pí­caros que son capturados.

La falta casi absoluta de validez o de fe pública de los oficios o «partes», que dan las autoridades del orden, es motivo para que los tribunales de justicia ¿…? pongan en libertad en menos de lo que canta un gallo o, en otras palabras, de un dí­a para otro, como «al chilazo»-para emplear una expresión populachera-, ¡a las temibles fieras bí­pedas y de corazón corrugado!…

En los dominios de Juan Pueblo hay gente que critica a su manera la actuación de los funcionarios de la Procuradurí­a de los Derechos Humanos. Campean opiniones, algunas con pecados de lo arbitrario o antojadizo, en el sentido de que ese ente favorece más que todo a los maleantes, pero eso es muy relativo, porque estamos viendo que con objetividad y decisión la PDH, tras investigar -suponemos que bien, que a fondo, exhaustivamente- las situaciones que se suscitan, procede conforme a las normas legales establecidas, y sabe dar al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.

¡Que excusen los mortales que declaran paladinamente, sincera o coveniencieramente ser «idealistas», proclives al izquierdismo ateo a lo castrista, por mencionar al Supremo Creador del Universo!

Los vací­os abismales en todo cuanto se refiere a la justicia puede ser atribuible a los jueces que no cumplen religiosamente sus atribuciones, y es así­ como se enseñorea de todos o de casi todos los tribunales del Organismo Judicial la inveterada y mil y tantas veces censurada IMPUNIDAD que estimula a seguir adelante, armados hasta los dientes, a las diabólicas criaturas que trajinan en los terrenos del crimen organizado y del de carácter común. .