Que difí­cil es admitir el error histórico


El Vaticano ha reaccionado al signo de los tiempos promoviendo una actitud de cero tolerancia a los sacerdotes y religiosos pederastas pero, lamentablemente, no se produce ni en las altas esferas de la Iglesia ni entre los párrocos, una actitud de humildad para simple y sencillamente asumir el error histórico y siguen empeñados en decir que se trata de una campaña de desprestigio a través de los medios de comunicación social. En los dos últimos fines de semana me ha llamado la atención que sacerdotes de muy distinto entorno coinciden en hablar del tema destacando que es una campaña orquestada en contra de la Iglesia, sin asumir la responsabilidad que institucionalmente les corresponde.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

No me cabe duda que personas que le tienen animadversión a la Iglesia Católica aprovechan la situación para despotricar, pero nada de eso serí­a posible si la jerarquí­a no hubiera actuado criminalmente al apañar y proteger a los pederastas, demostrando una absoluta indiferencia ante el dolor de las ví­ctimas. Como católico, más que el lloriqueo de los curas que insisten y remachan que el problema es de una campaña de desprestigio, quisiera ver una actitud de verdadera contrición que no puede ser plena y completa sin asumir la culpa que les corresponde. Ofende que nos quieran ver la cara, porque en el fondo lo que nos dicen es que no hay problema de fondo sino que es todo cuestión de imagen y de manejo de la información y eso es absolutamente falso. Yo sostengo que la mayorí­a de curas y de religiosos son gente que hace honor a sus votos, pero esa forma que tienen de enconcharse no ayuda a que se resuelva, de una vez por todas, la cuestión. Siempre he pensado que el papel institucional de la Iglesia se parece mucho al del Ejército nuestro durante los años de la represión, puesto que cuando se señalaban abusos o corrupción de algunos oficiales, todos cerraban filas para negar los hechos y atacar a los que hací­an el señalamiento, con la idea de que así­ defendí­an al Ejército como institución. Viendo lo que pasó a lo largo de los años y cómo fue que cardenales públicamente y por escrito, alentaban a los obispos a proteger a los curas pederastas, no puede uno sino darse cuenta de que habí­a un espí­ritu de cuerpo muy mal entendido que afectó a muchos niños porque los curas que no fueron denunciados ni castigados siguieron haciendo daño irreparable a sus ví­ctimas. Y si en los primeros casos la culpa y responsabilidad puede haber sido individual del religioso, en los que ocurrieron después no se puede negar la responsabilidad institucional de la Iglesia. Y admitir eso cuesta mucho, por lo visto, al punto de que todos optan por el camino más fácil de culpar a los medios de comunicación del escándalo. No habrí­a escándalo si no hubiera habido pederastia protegida por las más altas instancias del clero, porque si todo fuera sobre la base de hechos falsos o inventados ya hubiera acabado hace mucho tiempo el furor, pero el mismo Santo Padre se reunió con algunas de las ví­ctimas y derramó lágrimas cuando escuchó la forma en que los vejámenes sufridos les afectaron su vida para siempre. Admitir el error, admitir la torpeza de haber protegido a esos hijos de mala madre, puede ser duro y difí­cil, pero es el único camino para enderezar el rumbo seriamente.