Los turkmenos, que sólo han conocido el autoritarismo soviético y el totalitarismo delirante de Saparmurat Niazov, eligen el domingo a su nuevo presidente a la espera de una nueva era, aún incierta, para este país aislado del resto del mundo desde hace dos décadas.
Los 2,5 millones de electores escogerán entre seis pretendientes, algo sin precedentes en esta nación de Asia Central acostumbrada al candidato único y, más tarde, al presidente vitalicio Niazov, que murió el pasado 21 de diciembre.
Sin embargo, la democracia está todavía lejos de ser una realidad porque nadie pone en duda la victoria del presidente interino, Gurbanguly Berdymujamedov, en un régimen de partido único.
Los otros cinco candidatos, un viceministro de Energía y cuatro responsables regionales sin mayor envergadura, parecen haber sido elegidos por el régimen para destacar al candidato favorito.
«Es una cuestión de imagen internacional. A Berdymujamedov le hacía falta una elección con rivales», estima un diplomático occidental que ha trabajado en Turkmenistán.
El ex viceprimer ministro era alguien más bien desconocido de la población hasta su nombramiento, tras la muerte de Niazov, como presidente interino por el Consejo de Seguridad, un órgano que reagrupa a los dignatarios más importantes del país.
«Â¡No podemos continuar viviendo así, cortados del mundo! Formamos parte de él y queremos vivir», proclama Selbi, una joven madre de familia de 30 años, en vísperas de esta elección.
Un mes después de la muerte del tirano, el mayor deseo de Selbi es que por fin se levanten las drásticas restricciones impuestas sobre los viajes al extranjero.
Tras haber sido paralizados por el miedo durante estas dos décadas cuando querían expresar una opinión sobre el Turkmenbachi (jefe de todos los turkmenos), los habitantes se arriesgan ahora a hablar.
«La población se ha adaptado muy bien a la desaparición de Niazov», asegura sin lamento Dortkuli, un vendedor de 58 años.
«Votaré por Berdymujamedov, pero no lo haré en paz», explica por su parte Svetlana, de 45 años, que recuerda que el favorito apoyó durante toda su carrera las derivas de Niazov.
A pesar de ello, se palpa la esperanza de que ciertas decisiones del difunto megalomaníaco presidente sean anuladas rápidamente. Las peticiones se concentran en la salud, la educación y las pensiones, dominios devastados por los «ahorros presupuestarias» de Niazov, que sólo tenía manga larga cuando se trataba de construir palacios y estatuas a su gloria.
Los gigantescos recursos de gas en este territorio de cinco millones de habitantes, esencialmente desértico y que, en su historia, ha visto pasar a persas, turcos y rusos, deberían asegurar el bienestar de la población.
Por el momento, Berdymujamedov anuncia su compromiso con los contratos existentes, un discurso que complace a Rusia, quien tiene en Turkmenistán un importante proveedor con tarifas preferenciales.
Pero las potencias occidentales y China intentan hacer valer ahora sus argumentos para unas reservas calculadas en 2.900.000 millones de metros cúbicos de gas natural.
La muerte de Niazov ha hecho renacer el sueño norteamericano de un gaseoducto bajo el paraíso energético del mar Caspio, una conexión que también permitiría reducir la dependencia europea respecto al gas ruso.
Actualmente, todos los gasoductos que salen del país están controlados por el gigante ruso Gazprom, con la excepción del que se dirige a Irán, que tiene una capacidad reducida.
En el horizonte turkmeno se dibuja una apertura sin agitaciones.
«La oposición sigue al margen del escrutinio y está condenada a mantener su crítica desde el extranjero», resume el analista kazajo Dosym Satpaiev, del Grupo de Evaluación de Riesgos.