Durante una semana aproximadamente, fui receptor de los mensajes publicitarios que el político Alejandro Sinibaldi enviaba para invitar a presenciar un primer programa televisivo semanal, llamado «Hablando con Sinibaldi». Finalmente acepté la invitación; y presencié aquel primer programa, que se transmitió el pasado lunes 19 de abril. Lo presencié en uno de los tres canales de televisión por cable que habían sido elegidos para transmitirlo.
Aunque compartiera o no compartiera las opiniones que Sinibaldi expresó, el programa me pareció interesante, desde el comienzo hasta el final. Me pareció interesante, no porque exhibiera alguna magnificencia escénica, o una impresionante espectacularidad, o seductores recursos audiovisuales. El programa me pareció interesante porque un político había decidido exponerse, con peligrosa periodicidad, a ser públicamente juzgado sobre, por ejemplo, los problemas nacionales y el modo de plantearlos, y las soluciones más eficaces.
Empero, también me pareció interesante porque un político había decidido legar un registro documental de ese pensamiento; registro que, en el futuro, podía servir para medir el grado de correspondencia entre el pensar en el presente, y el actuar en el futuro.
Exponerse al juicio público con peligrosa periodicidad, es una intrepidez de Alejandro Sinibaldi. Legar un registro documental de su pensamiento es confianza. Precisamente creo que es un político innovador, en el sentido de combinar esa intrepidez y esa confianza. Es impredecible el producto de esa innovación comunicacional, aunque es predecible que será una preciosa experiencia de «marketing» político en nuestro país.
El primer programa de Alejandro Sinibaldi trató sobre la participación de la juventud en actividades políticas partidarias y en el desempeño de funciones públicas. Opino que fue un tópico elegido atinadamente. Lo fue no sólo porque los jóvenes pueden tener una participación más importante que la tradicional en actividades políticas partidarias, sino porque ellos son algunos de los ciudadanos más aptos para desempeñar funciones públicas.
Adicionalmente, hay una notable proporción de ciudadanos jóvenes empadronados. Por ejemplo, los ciudadanos comprendidos entre 18 y 25 años de edad constituyen 16% del número total de ciudadanos empadronados (según cifras del Tribunal Supremo Electoral, hasta el 31 de diciembre del año 2009). Los jóvenes comprendidos entre 26 y 30 años de edad constituyen 13%. Es decir, los ciudadanos entre 18 y 30 años de edad constituyen casi 30% del número total de ciudadanos empadronados. Si, entre los ciudadanos jóvenes, se incluye a quienes tienen entre 31 y 35 años de edad, que constituyen 12%, entonces los ciudadanos empadronados jóvenes constituyen 42% del número total de ciudadanos empadronados.
Es lícito conjeturar que Alejandro Sinibaldi tiene una finalidad política electoral. No creo que él mismo pretenda ocultar esa intención, ni creo que deba ocultarla, aunque todavía no informe sobre la función pública por la cual tiene la intención de competir. Empero, sea cual fuere esa función pública, tiene un valor extraordinario la decisión de mostrar, por medio de la televisión, su pensamiento. Ese mismo valor tiene la decisión conexa de someter ese pensamiento a una discusión pública, de la cual ansiarán aprovecharse los futuros competidores.
Post scriptum: Alejandro Sinibaldi habla de la «generación del cambio». Confío en que discierne entre cambio que mejora, y cambio que empeora.