Hace un año no había en el mundo otro ministro de salud con más estrés que el mexicano José íngel Córdova, tras surgir en su país la primera pandemia del siglo: la gripe H1N1, que en poco tiempo atravesó fronteras provocando a su paso la muerte de unas 16.900 personas.
Un año después de declarada la alerta por la gripe H1N1, que popularizó el uso de mascarillas, puede decirse que México sobrevivió al virus H1N1 que contagió a 72.000 personas y provocó la muerte de 1.200, muchas menos de las previstas.
El aquejado sistema de salud mexicano parece haber soportado la prueba y la economía se resintió pero ahora está en mejoría.
El 23 de abril de 2009, cuando se declaró la alerta, no se sabía mucho del nuevo virus y los escenarios que se calcularon indicaban que tan sólo en México «podíamos tener dos millones de enfermos, con un millón de muertos en tres meses», señaló Córdova en entrevista con la AFP.
Médicos mexicanos veían atónitos que en plena primavera se multiplicaban neumonías atípicas que mataban en cuestión de días a varios pacientes por día.
«Tenía temor, angustia de que (el escenario previsto) pudiera suceder y de que pudiera desencadenar una crisis social», recordó el funcionario, que aquellos días no dormía más de tres horas seguidas.
Las autoridades mexicanas creyeron que el primer caso era el de un niño de Veracruz, pero después comprobaron que fue una mujer del norte del país. Ambos se salvaron, pero mientras se recuperaban el virus se propagó a otros estados.
La zona metropolitana de Ciudad de México, con 20 millones de habitantes, fue la más castigada.
La alerta sanitaria vació las calles de la capital, redujo el transporte y paralizó el comercio. Las clases se suspendieron dos semanas, los restaurantes, cines, museos, teatros y estadios fueron cerrados e incluso se cancelaron las misas.
Las prevenciones que se extendieron a todo el país agravaron la situación de la economía mexicana, ya contagiada por la crisis financiera internacional. El Producto Interno Bruto cayó 10,3% en el segundo trimestre del año.
Los aeropuertos estaban vacíos porque algunos países como Perú, Ecuador, Cuba y Argentina restringieron los vuelos hacia México.
El turismo -tercera fuente de ingresos, después del petróleo y las remesas- registró una disminución de 11,4% de visitantes extranjeros en 2009, aunque no es posible determinar cuánto de esa caída se debió al virus y qué tanto a la crisis económica mundial.
Los hábitos de los mexicanos cambiaron drásticamente durante meses. La gente dejó de saludar dándose la mano o un beso y evitaban compartir utensilios laborales, pero un año después todo parece haber quedado en el olvido y lo único que persiste es cierto cuidado al estornudar y toser.
«Se propició una cultura de higiene sin precedentes en hoteles y restaurantes», aseguró Miguel Torruco, presidente de la Confederación Nacional Turística.
Esos cambios de hábitos ayudaron a que se cortara «la transmisión rápidamente», argumenta Córdova, que tuvo que enfrentar además la protesta de la iniciativa privada por la parcial parálisis económica.
Finalmente, cuando comenzó a comprobarse que «el virus no era tan agresivo», a Córdova le volvió «el alma al cuerpo» y los mexicanos regresaron a la calles.
Un año después, Córdova dice que el virus H1N1 «se encuentra en un momento de control muy estable» y que los hospitales de México están «más aceitados». Se han vacunado a 24 millones de personas, las que tienen mayor riesgo.
Córdova defiende la forma en la que se gestionó la crisis y el papel de la Organización Mundial de Salud (OMS) al declarar la pandemia.
México ha pedido a la OMS resarcir, aunque en forma «parcial», los daños económicos afirmando que su rápida actuación impidió una propagación mayor del virus en el mundo.
«No es una cuestión de dinero», sostuvo Córdova, sino para animar a otros países a reaccionar igual en el futuro.
De lo contrario, apuntó, si comienza a propagarse otro virus más letal que el H1N1 en Asia, por ejemplo, «lo más probable es que no avisen por temor al daño económico, dejando que se extienda y eso sí sería gravísimo».
En abril de 2009, el descubrimiento en México y en Estados Unidos de un virus hasta entonces desconocido, el H1N1, despertó el espectro de una pandemia mortífera y desató una cadena de acciones sin precedentes de parte de las autoridades, cuyo criticado costo se eleva a miles de millones de dólares.
Un año después sigue circulando sin respuesta la pregunta sobre si la decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de declarar la primera pandemia del siglo XXI fue un exceso de dramatización o incluso si estuvo supeditada a intereses comerciales.
«Es una decisión que costó enormes cantidades de dinero, que alarmó a la población de todo el mundo de manera innecesaria», dice Paul Flynn, parlamentario británico que dirige una investigación del Consejo de Europa sobre el tema.
Flynn subraya que se destinaron enormes cantidades de dinero para adquirir antivirales y vacunas que finalmente no fueron utilizadas por el escepticismo de la población a vacunarse.
En Francia, por ejemplo, la compra de 94 millones de dosis de vacunas tuvo un costo de unos 600 millones de euros (unos 800 millones de dólares) pero menos del 10% de la población se vacunó. Estados Unidos destinó 1.880 millones de dólares a la compra de vacunas, Alemania unos 380 millones de dólares, y España unos 125 millones.
«Es un despilfarro», se indigna la senadora francesa, Marie-Christine Blandin, que participó en la redacción de una investigación parlamentaria francesa sobre cómo se trató el problema de la gripe.
Al ver el poco éxito de sus campañas los gobiernos se precipitaron para cancelar las vacunas encargadas, al tiempo que las críticas surgían sobre los verdaderos ganadores de este episodio pandémico: las compañías farmacéuticas.
Los dos gigantes suizos del sector, Novartis y Roche, dieron cuenta de resultados excepcionales el año pasado, impulsados por las ordenes de medicación contra la gripe.
En efecto los críticos ponen de relieve la presunta influencia de las grandes farmacéuticas en el tratamiento que dio la OMS a la epidemia.
«Todo lo que mezcla dinero y salud constituye un problema de credibilidad para las decisiones que se toman», explica el universitario Didier Tabutau, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París.
Sin embargo, numerosos científicos defienden a la OMS.
«Muchas de las críticas son políticas. No escuché criticas de ningún virólogo», dice John Oxford, virólogo y profesor de la británica Queen Mary»s School of Medicine.
Después de todo, el virus H1N1 era desconocido y desde que fue descubierto mostró una rápida diseminación.
En base a las pautas determinadas para una pandemia, el comité de expertos de la OMS declaró en junio la primera pandemia mundial del siglo XXI.
Diferentes países lanzaron entonces una serie de acciones destinadas a adquirir antivirales mientras que se ordenó a las compañías farmacéuticas que desarrollaran vacunas.
Al mismo tiempo que declaró la pandemia, la OMS precisó que era una de tipo «moderado», aunque agitaba el espectro de la gripe española que dejó al menos 40 millones de muertos en 1918.
El pánico cundió en el mundo: desde Tokio hasta Bogotá las máscaras y los alcoholes desinfectantes para las manos desaparecieron de las tiendas mientras que el cierre de las escuelas y la prohibición de realizar reuniones públicas se multiplicaron.
En nombre de la «transparencia» y para responder a las críticas, la OMS, que niega toda interferencia de los laboratorios en sus decisiones, creó un comité independiente para evaluar cómo se trató la pandemia.
Keiji Fukuda, al frente de la OMS, reconoció, con la distancia, que una mejor respuesta hubiese generado «menor confusión».
Los resultados del comité creado serán conocidos este otoño (boreal).