El vértigo de los archivos


«Los desaparecidos sólo son culpables de querer un paí­s diferente.»

El hábito de registrar los sucesos o los hechos de la realidad representa una de las actividades más antiguas del ser humano. El impulso de escribir o anotar la realidad relevante o tan simple como la cotidianidad de la vida, se ha hecho desde los diarios personales que registran las contradicciones hasta archivos especializados de los registros civiles o los mecanismos clasificatorios de comportamientos sociales, fí­sicos o quí­micos, etc., pasando por la alucinación de clasificar obras de arte en museos; pero ¿qué impulsa esa casi obsesión de registrar todo lo que nos circunda? Inicialmente podemos identificar la función de apoyo que ofrece registrar datos ante la limitante de la memoria humana; también se lista para inventariar, para enumerar; sin embargo la utilidad más sustantiva del registro como fuente de primer orden, es la actividad sistematizadora e investigativa. Archivos, dossieres, registros, listados, colecciones, etc., representan fotografí­as y evidencias de momentos de la historia, y representan huellas ineludibles y muchas veces imborrables de las intenciones humanas. Es por eso que los desaparecidos durante los años del conflicto infame interno empiezan a aparecer poco a poco. Sin saberlo en el pasado, él que inscribió el asesinato de miles de guatemaltecos en fichas a mano o a máquina de escribir, de alguna forma estaba dejando un rastro para la justicia en el presente. El archivo por tanto tiene fines e intenciones que cambian en el tiempo, la utilidad del dato en el registro llega a convertirse en preciada materia prima para el investigador, que bajo el adecuado cruce puede derivar información, inferir comportamientos, deducir hábitos y definir culpabilidades.

Julio Donis

De esta manera, el Archivo de la extinta Policí­a Nacional guardaba el registro de la infamia y la actividad criminal del Estado autoritario de esos años, su intención era el control de la población para la seguridad nacional. El Dossier de la Muerte descubierto en el Archivo Nacional de Seguridad en Washington, demuestra además de los mecanismos violentos que llevaron a la desaparición forzada de miles de personas, información sobre los métodos psicológicos, la actividad de propaganda y la manera de desinformar a la población; pero también arroja evidencia sobre la intención del Estado norteamericano sobre el precario y cómplice Estado guatemalteco, para mantener el bastión anticomunista al fragor de la Guerra Frí­a, para lo cual se ofreció adiestramiento, parque de munición y metodologí­a de muerte.

La modernidad de los métodos técnicos sólo ha mejorado la manera del registro y han extendido la perdurabilidad del dato ad infinitum, pero aún en la precaria ficha llenada en máquina mecánica, los archivos develan los códigos de la confabulación, las palabras condenatorias, las claves infames, los signos de perversión y las fechas de la culpabilidad, como rastros de sangre que deja el cazador furtivo. La lista que sirvió para el control, hoy es evidencia para la justicia y para recuperar la memoria y la dignidad colectiva e individual. Esa paradoja demuestra que la prepotencia de los responsables de la infamia y de la muerte, les cegó y les imposibilitó visionar que los archivos registraban su propia condena. Los datos del Archivo de la Policí­a Nacional deben servir para recordarnos la delgada lí­nea que hay entre lo humano y lo abominable; su primera utilidad será la justicia, luego la recuperación de la historia para que jamás olvidemos el tiempo en el que la oscuridad inundó calles, parques y rincones por los que la vida solí­a andar.