Se produjo, esta vez, un hecho delictivo que golpeó, en principio, a una familia más, luego a la comunidad de comunicadores y por extensión a la sociedad en su conjunto. Dejó de ser un dato perdido entre la polémica de las cifras de delitos en nuestro país y la impunidad campante, sea ésta de 99.75 o de 75 %. En efecto, el atentado contra Luis Felipe Valenzuela Carrillo golpeó en múltiples ámbitos, trascendió a su dolida familia, amigos y compañeros más cercanos. Como suele pasar con otras víctimas. La diferencia es la notoriedad del ahora martirizado en los ámbitos hospitalarios. Pero, ¿podríamos esperar algunas lecciones positivas de este deleznable hecho?
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La parte más cómoda lo constituiría la sola manifestación de repudio. Señalar la incapacidad de las autoridades de turno y demandar el pronto esclarecimiento. En ello, a mi juicio no hay lección, solo reacción. Tal el caso de que al condenar el hecho se mantenga la actitud del señalamiento tendencioso hacia alguno de los dos ámbitos hasta ahora expuestos como parte de la hipótesis inicial para dilucidar el violento acto cometido el pasado jueves 8 de abril.
Detengámonos ahora en otra parte del escenario. A la mañana siguiente como parte de las reacciones de conmoción y solidaridad, algunas personas -por la vía de la radio-, expresaron que por el sector se desenvuelve un grupo de personas dedicadas a robar carros, «ellos se desplazan en un japonés de color verde» apuntó una afligida radioescucha, que momentos más tarde fue secundada por otra persona del auditorio del programa radial. Más tarde, nos recuerdan de la existencia de «zonas rojas». íreas en las que se tiene conocimiento de la vulnerabilidad para los transeúntes, sea que transiten a pie o en vehículo.
Dicho de otra forma, se cuenta con información quizás no sistematizada, de los sectores en los que suelen operar los delincuentes; sea por las condiciones del entorno, sea por su propia comodidad, sea por lo que sea, el caso es que se posee información. Es la autoridad gubernamental encargada de la materia la que ha de ordenar todos estos datos e intentar armar el rompecabezas para interpretar el «teatro de operaciones delictivas». Ese es uno de los pasos iniciales para decodificar el «modo de operación» de los criminales.
Por aparte, el Estado es la suma de población, normas o reglas, autoridades y territorio. En consecuencia el Estado somos todos. La participación de los radioescuchas nos descubre la búsqueda en pro de la satisfacción de la sed de justicia. Hay un franco deseo de ponerle coto al actual estado de cosas. Nunca como ahora ha sido más que evidente la necesidad de vincular, de estrechar los lazos relacionales entre autoridades y sociedad. Esto es más que ideológico, esto es necesario para contar con algún grado de éxito que pueda suponer imponer acciones que en efecto coarten las libertades de las que por ahora gozan los grupos delincuenciales. Es el momento de impulsar bajo una nueva dinámica la instauración, puesta en marcha, evaluación, seguimiento y continuidad de una verdadera Policía Comunitaria que nos ayude a encontrar los elementos que nos permitan confiar en las normas vigentes, en las autoridades y los planes para garantizar el bien común.
Espero que pronto podamos volver a contar con la presencia de Luis Felipe en la radio, en el matutino, en los foros y otros eventos de interés nacional. Espero que su recuperación se vea favorecida con ese ahínco que él suele imponer como parte de su huella personal al exponer sus buenos deseos para con otras personas. Que se pueda producir un cambio de actitud de la sociedad respecto de los grupos antisociales, antiestatales. Si es así, con o sin mi aporte, después de reprochar este lamentable suceso contra Luis Felipe, indudablemente que nos habrá dejado varias lecciones que podríamos emprender. Que te aliviés rápidamente Luis Felipe.