Miseria y desamparo


Pesca. Un joven indonesio aprovechó las inundaciones para sacar su caña de pescar y tratar de conseguir su almuerzo.

Embarazada de nueve meses, Sri, que perdió casi todo en las inundaciones de Yakarta, la capital indonesia, acampa ahora en un estacionamiento y lava su ropa en el agua turbia que cubre la calzada.


«No tuvimos tiempo de agarrar nada, salvo la vestimenta que tení­amos puesta», explica esta joven de 26 años, uno de los 350 mil desplazados por las torrenciales lluvias que azotaron la ciudad, y que han dejado un saldo de al menos 29 muertos.

Sri no pierde de vista a su hijo Hasan, quien a sus cuatro años aún no comprende del todo la tragedia que se ha apoderado de su familia: nada y patalea en el agua, como cientos de niños contentos de no tener que ir a la escuela.

Su madre enfrenta una avalancha de problemas, y no puede confiar en la ayuda de las autoridades, superadas por la amplitud de las crecidas provocadas por precipitaciones diluvianas.

«Mi certificado de casamiento y los otros documentos se perdieron cuando huí­amos de la casa», relata. Era de noche cuando el agua invadió su hogar situado sobre la orilla de uno de los rí­os de Yakarta.

Junto a decenas de vecinos, esta indonesia casada con un albañil decidió instalarse en el estacionamiento de un mercado.

Las mezquitas y edificios públicos transformados en refugios humanitarios desbordan de ví­ctimas, y muchas personas se ven obligadas a dormir bajo las estrellas, a la merced de nuevas lluvias tras los diluvios de los últimos dí­as.

«De noche hace frí­o», dice Sri, que espera que los socorristas le traigan mantas. «Debemos recomenzar todo de cero», añade.

No lejos, vendedores ambulantes aprovechan el flujo de siniestrados, muchos de los cuales no reciben ví­veres distribuidos por organizaciones caritativas musulmanas.

El precio del arroz, el elemento de base en Indonesia, y el de los huevos, subieron súbitamente a raí­z de las dificultades de aprovisionamiento en la ciudad.

Según la agencia de prensa oficial, Antara, el precio del arroz subió entre un 7% y un 14%, depende del barrio. Varios cruces de rutas se hallaban cortados a la circulación el lunes.

Sodikin ubicó su carro ambulante cerca de los desafortunados que se apilan en el estacionamiento, y su negocio marcha viento en popa.

«Vendí­ 10 kilos de huevos, más del doble de lo que habitualmente vendo», cuenta. «En general gano 30 mil rupias (unos tres dólares) por dí­a, ahora puedo llegar hasta 80 mil rupias (unos ocho dólares)», añade.

Abdul Rohman, de 40 años, se congratula también de haber salvado de las aguas su carro, donde transporta y vende sopa con albóndigas de carne.

No tiene un sitio para descansar durante la noche, pero se niega a sumirse en la desesperanza. «Más vale trabajar que quedarse sentado sin hacer nada», afirma.