En este artículo se describe la generalización de que todas las mujeres engañamos a nuestros hombres y la reflexión de ésta desde una perspectiva social y psiquiátrica.
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Escuché un anuncio de radio que a la primera impresión me provocó risa. El cual ofrecía servicio de consulta y orientación de manera específica a hombres víctimas del engaño y maleficio  de sus esposas. Según me acuerdo era algo así:
 Señor, no se deje lastimar por ese remedio que le da su mujer todos los días; le quiere quitar de su camino, lo quiere matar y para ello lo está envenenando. ¡Que no se da cuenta! Es agua de calzón con sulfuro. Cada día que pasa usted se siente peor, más cansado y más enfermo.
 El mal existe y debe creerlo, su esposa ya tiene otro hombre en su compañía y es probable que usted no sobreviva a este plan letal que han dirigido ellos  contra su persona.
Resulta importante observar, dentro de la descripción anterior, como el engaño es referido acompañado de la malignidad supuesta que atañe al ser mujer. Entonces, el género femenino es visto  como destructor de  hombres y  poseedor del ejercicio del mal.
Por lo tanto, lo malo o la violencia que nos ocurra a nosotras las mujeres. Pueda ser definida por alguien  como bien merecida. Debido a que dentro de nuestras sociedades de orden patriarcal las mujeres somos vistas desde lo maligno («engañosas, maléficas») y con ello se contribuye a aumentar los presagios celotípicos de muchos hombres, los cuales pueden convertirse en devastadores.
Así que un anuncio como el anterior puede ser visto de manera ingenua como algo neutral e inofensivo, pero, enciende los celos y provoca sed de venganza contra «las pícaras mujeres».
En la evaluación del examen mental de Benjamín, un hombre con el cual había sostenido una conversación tranquila durante ya un tiempo prolongado; y casi podría asegurar que en ese momento  no cursaba con ninguna enfermedad psiquiátrica. Hasta aquel instante en que comienza a detallar de manera sorprendente cómo su esposa le está engañando con otro hombre. Mire, mire ahorita mismo ella se encuentra abordando el bus a su trabajo en compañía de su amante, ella me engaña, es verdad.
 A este hombre se le observa compungido y con mucha tristeza ante la descripción de su propio hallazgo que detallaba de manera contundente el engaño sentimental del cual se creía objeto. Esta conducta lleva el nombre de celos enfermizos, celotipia, constituye un elemento de clasificación diagnóstica del trastorno delirante o puede ser una manifestación consecuente al uso y abuso de sustancias psicoactivas, al alcohol entre estas, así como una expresión de otros desórdenes mentales.
La celotipia puede producir problemas conyugales, familiares, sociales y laborales. Las personas con este problema desarrollan irritabilidad, puede haber accesos de ira y conducta violenta.
Para finalizar hemos de considerar que verdaderamente existen hombres y mujeres que pueden incurrir en la infidelidad. Pero ante todo a nosotras las mujeres nos consideran desde la perspectiva patriarcal como engañosas, maléficas y casi que no tenemos argumentos para defendernos de la misma situación enfrentada por un hombre. He de recordarles que no hace mucho  solo la mujer era sancionada de manera estricta por el delito de adulterio dentro del sistema legal de nuestro país.
También es importante evaluar que existen enfermedades psiquiátricas que se manifiestan con celos patológicos. Encender la mecha de pólvora de quien se siente defraudado y desvalorizado por su pareja conduce a riesgos. Dificultades para el establecimiento de una adecuada calidad de vida en todas las esferas de interacción social y, además, al surgir de la temida muerte.
Les agradezco, como siempre, la lectura y comentarios de la columna y me atrevo a solicitar de ustedes la colaboración en el planteamiento de temas que les sean de interés y se adecuen a su temática.