No soy economista. Pero desde hace varios años he leído los análisis de la situación económica del país. He notado que la mayoría de veces parten de la situación macroeconómica, la que para el caso de Guatemala, se encuentra la mayoría de veces de una situación «estable».
El nivel de crecimiento del Producto Interno Bruto -PIB-, ha sido más elevado que varios de los países de la región. Desde el análisis macroeconómico, se parte de esta información para establecer la posibilidad de que se mantengan los niveles de empleo, la contracción o no del crédito, la estabilidad de la moneda, las inversiones, entre otras cosas. A este análisis, se añade en la actualidad el de la crisis económica de los EE.UU., su efecto en las importaciones y exportaciones, el empleo y el flujo de remesas.
Lo que me resulta preocupante es que estos análisis de Economía son los que, muchas veces, prevalecen para tomar decisiones sobre la política económica del país, que de alguna manera determina toda la política pública de la nación.
Con esto no digo que no se deban hacer estos análisis. Creo que son útiles, pero no abarcan toda la realidad económica de Guatemala. Para empezar, porque el crecimiento del PIB no siempre resulta en un crecimiento del poder adquisitivo de la población. Basta con comparar el costo de la canasta básica mensual, con el salario mínimo (que no se paga siempre a toda la población).
Al observar que el primero suele estar más alto, se puede concluir que el nivel de vida de la ciudadanía promedio no suele cambiar aunque haya crecimiento del PIB. Esto tiene su explicación en que las utilidades derivadas de la producción nacional se concentran en pocas manos.
También es necesario añadir que en Guatemala, no hay estadísticas de empleo que permitan demostrar que el crecimiento macroeconómico impacta en el acceso a fuentes de trabajo.
Sin embargo, lo que deseo plantear es que hay que añadir otras variables que reflejen otras realidades económicas del país, que quedan totalmente excluidas de esos análisis macroeconómicos. Me refiero por ejemplo al campesinado. En Guatemala existen cerca de ochocientos mil campesinos y campesinas de autosubsistencia.
Aunque la macroeconomía diga que caerán o subirán empleos, la situación de este sector no cambiará, pues un grueso de este grupo no tiene posibilidades de incorporarse al sector laboral denominado «formal». ¿Por qué?, por educación, por no tener acceso a los lugares donde están los empleadores, por no hablar el español, por la edad, etc.
Tampoco les afecta la contracción del crédito. El campesinado sin tierra pocas veces tiene posibilidad de acceder a créditos.
Con todo y esto, se estima que la producción del maíz representa el 1% del PIB. Puede parecer un insignificante 1%, pero que es probablemente la única fuente de acceso a los alimentos de este sector campesino; además, por ser el principal alimento del país, tiene un mayor valor, más allá del monetario.
De manera que, si se incluyera esta rama de la economía, se daría más importancia a la producción de alimentos, de la que se está dando ahora, y habría más elementos para darle a la alimentación un enfoque económico productivo, y no sólo electoral-asistencialista.
Se podría entonces analizar, además de la crisis económica, la ambiental, puesto que es un factor que impacta en la producción, pues las sequías más prolongadas reducen la producción de alimentos y afectan grandemente a la producción de autosubsistencia. Para obtener resultados diferentes, se tienen que hacer las cosas diferentes.