Gordon Brown, admirado en el extranjero pero criticado en su propio país, espera que su tenacidad encomiable compense su impopularidad récord y su falta de carisma en las elecciones generales británicas del 6 de mayo.
El primer ministro laborista, considerado un brillante intelectual, llegó a ser percibido como el «salvador del sistema financiero» por su liderazgo en el G20 durante la crisis. Pero esta misma crisis, que sumió a Gran Bretaña en su peor recesión en 60 años, podría costarle el cargo que heredó de Tony Blair, sin pasar por las urnas, en 2007.
A los problemas económicos se sumaron en los últimos meses varios escándalos que salpicaron al laborismo, golpes fallidos contra su liderazgo y acusaciones de despotismo hacia sus colaboradores.
Pese a estos ataques, el desgastado Brown podría tener aún la última palabra debido a la corta distancia que le separa en los sondeos de los conservadores liderados por David Cameron, algo impensable hace unos meses.
Una victoria sería la culminación de una vieja ambición para este escocés reservado y taciturno de 59 años nacido en el laborismo. Su padre, un pastor presbiteriano, le inculcó desde pequeño los principios de la justicia social.
«Aburrido pero muy inteligente», según su propio hermano, Gordon Brown ingresó con sólo 16 años en la Universidad de Edimburgo, donde se doctoró en historia mientras se formaba políticamente como líder estudiantil.
Fue en esa época cuando sufrió un desprendimiento de retina jugando al rugby que le hizo perder la visión en el ojo izquierdo.
Tras trabajar brevemente como periodista y profesor, decidió consagrarse de lleno a la política en 1983, año en que fue elegido diputado. Su compañero de despacho era otro debutante, Tony Blair, con quien trabó amistad rápidamente.
Pero la relación entre los artífices del Nuevo Laborismo, se convirtió en creciente rivalidad tras la muerte del líder del partido, John Smith, en 1994.
Tras años de rumores, Brown admitió recientemente que pactó entonces con Blair que éste asumiría el liderazgo mientras él seguía al frente de las Finanzas y luego cedería el puesto.
Pero el «Canciller de Hierro» tuvo que esperar 13 años y tres elecciones ganadas por los laboristas para suceder al carismático Blair, debilitado por presiones internas y la polémica participación británica en la guerra de Irak.
Entretanto, este adicto al trabajo que apuntaba maneras de solterón se casó en 2000 con la ex relaciones públicas Sarah Macaulay. La pareja tiene dos hijos varones. Su primogénita, Jennifer, falleció en 2002 días después de nacer.
Tras su instalación en Downing Street en junio de 2007, Brown sólo conoció un efímero estado de gracia. En otoño fue acusado de cobardía por no haber querido convocar elecciones anticipadas.
Un año después, la crisis le permitió exhibir sus credenciales de gestor de la economía, pero la larga y profunda recesión de la que el país está saliendo ahora con dificultades hicieron caer su popularidad a niveles nunca vistos.
Por eso nadie esperaba que pudiera todavía optar una cuarta e inédita victoria consecutiva del laborismo. Si no gana, también entrará en la historia como uno de los «Premiers» más fugaces del Reino Unido, aunque continuará al frente de su partido para «terminar el trabajo empezado».