Desde los inicios de la década de los ochenta el tema del transporte colectivo urbano, principalmente el de la ciudad capital, ha sido manejado con una constante: promesas, promesas y más promesas de constituirse en un servicio mejorado, mejorable y con «calidad humana». A poco más de 25 años de otra constante: el subsidio, se manifiesta la conformación de la última promesa por hacerle mejoras, mejorarle y brindarlo con «dignidad para el usuario». Esta es pues la última promesa que estará por representar un endeudamiento a largo plazo.
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Si la suma total de lo brindado en concepto de subsidio al transporte colectivo, en su momento y desde el inicio se hubiese destinado a la construcción de una red de transporte público, desde un sistema de tranvías, hasta un metro de superficie, por ejemplo, hoy la realidad del uso de las principales avenidas, calles, bulevares y otras arterias urbanas sería completamente diferente.
En primer lugar el denominado «parque vehicular» no estaría saturando, en las cantidades actuales, a la red vial urbana. Recordemos que el crecimiento aproximado del primero es en el orden del cinco por ciento respecto del año anterior, en tanto la segunda con mucho llega a superar un dos por ciento. El anuncio del colapso abrumador en las horas pico, es cuestión de meses de continuar dicho ritmo de crecimiento tan asimétrico, aun y en medio de los onerosos pasos a desnivel. Necesarios sí, pero insuficientes.
Al estado de cosas descrito se agrega un ingrediente lleno de «zonas oscuras», que al parecer no se ha tenido la capacidad de visualizar con ojos autocríticos y rigurosos. Puede tratarse de oponerse por oponerse, puede ser. Pero el caso es que lo que debiera llamar la atención es no dejar tanto «cabo suelto» y con ello entrever «micos aparejados», como las ágiles concesiones, los disfraces empresariales a un aparente surgimiento de la legalización de un oligopolio, cuyos medios de control no se vislumbran con claridad y precisión. Es como aquello de «no hagas algo bueno que parezca malo».
Y cuando digo disfraces empresariales, recuerdo cuando la figura emblemática del uso gremial de términos «amigables», estas personas, que desde más de 25 años vienen manejando el colectivo, apelaron al empleo del uso del término «cooperativas» del transporte colectivo. Ayer una figura, hoy otra. Todo para apuntalar sus promesas por un «mejor servicio, con seguridad y calidad humana». Nuevas modalidades para viejas prácticas de hacerse del erario y depositarlo en sus cuentas personales. ¿Y si el sistema fracasa, cómo rendirán cuentas, cuáles son los medios de garantía, qué mecanismos se implementarán para aplicar correctivos a tiempo y no cuando todo apunte a ser solo una intentona que fracasa como las otras iniciativas implementadas en el pasado reciente?
Yo deseo equivocarme. Quisiera que esta columna no tuviese mayor fundamento para sustentar mis razonamientos. Pero en verdad el colectivo conducido por unos cuantos «directivos» del transporte colectivo es, a la luz de la historia reciente, la suma de unos defraudadores y espero no estar siendo un espectador más frente a la última promesa de éstos. He visto cómo han aplacado la intención de inversionistas menores por incorporarse a la actividad. El modo de «acaparar» los derechos y modos para ser parte del «gremio» los deja ver casi como defensores de clubes tan selectivos cuyo ingreso se concreta mediante un pacto de sangre y silencio. Ojalá pues, que esta no sea una onerosa promesa más y que en breve estemos lamentando como una iniciativa que fracasa, pues con este fracaso, dado el endeudamiento, perdemos todos, hasta el habitante del municipio más apartado del metropolitano. Veremos pues. El tiempo dirá la última palabra.