Santa pedofilia


Culpa y vergí¼enza son parte de los estragos que se instalan en la ví­ctima que ha sido abusada sexualmente. Si estas heridas ocurren durante la niñez, es muy probable que la devastación sea permanente con secuelas durante el resto de la vida. El sentimiento de vergí¼enza y culpa que siente la persona vejada es justamente lo que alimenta su silencio, es lo que garantiza la impunidad y ocultamiento del victimario que es capaz de sostener la relación con la ví­ctima por mucho tiempo. El complemento perfecto de esta fórmula, es el fino chantaje que se justifica con el coctel de pecado y expiación que provee la doctrina religiosa.

Julio Donis

Al parecer estamos acudiendo a lo que podrí­a ser el inicio de la transformación final de la Iglesia Católica, que derivará en dos posibles caminos que a su vez dependen, de cuan responsables y dignos sean sus lí­deres para saber leer los signos de los tiempos. En el primero de ellos, los cambios tendrí­an que incluir como mí­nimo, la abolición de la figura medieval del celibato, que cual candado, ha mantenido reprimido el placer de muchos curas ocasionando entre otros, cientos de casos de abuso a menores y que hoy se descubren como goteras en el techo pulcro de la iglesia, que pasará uno de sus peores inviernos, porque cada dí­a se descubren uno y otro agujero, me temo que el agua inundará la casa.

Sobre esta misma alternativa, es debida la aceptación de su culpabilidad por los representantes de la fe y una contundente disculpa que anteceda a las transformaciones en la estructura y organización de la iglesia, por ejemplo la revisión del esquema de relacionamiento a lo largo de toda su red de centros educativos que administran en todo el mundo. Además se debe incluir el sometimiento a la justicia por los delitos incurridos, y un proceso de resarcimiento a las ví­ctimas que incluyan no sólo la parte material sino la atención y reparación psicosocial. El hecho también tiene una dimensión polí­tica, y en este sentido el Estado del Vaticano es responsable de abuso a ciudadanos de otros Estados, ¿cuál es la posición de sus lí­deres? El derecho canónico no alcanza, se necesita el derecho internacional.

Lamentablemente parece que la Iglesia está tomando la otra alternativa, la de tapar los hoyos, la de enviar mensajes esquivos evitando el conocimiento de los casos de pederasta, amparando a sacerdotes irresponsables que hicieron de las suyas a diestra y siniestra. Esta posición sobra decir, tendrá implicaciones devastadoras a nivel polí­tico y en la dimensión ética de los fieles, su mayor capital. La interpretación inmediata de éstos es traición, y la jerarquí­a quedará al amparo de los lí­mites del perdón que sus creyentes puedan conceder. De hecho ya hay sí­ntomas de este cisma, he escuchado aquí­ mismo en Guatemala voces que se autodenominan disidentes de tal o cual parroquia, reclamos de laicos que prefieren apartarse y hacer su propia iglesia, crí­ticas que señalan la incoherencia y contradicción entre la práctica y el discurso tanto de fieles como de jerarcas, incomodidades sobre un tratamiento desigual.

Finalmente vale la pena preguntarse: ¿cómo se pudo contener por tanto tiempo este oscuro secreto que si bien era a voces, un equilibrio de poderes que lo mantení­a a resguardo?, ¿qué alteró el balance perverso de fuerzas que alcanzó hasta el máximo lí­der de la Iglesia Católica?, ¿qué otros oscuros pecados yacen en las catacumbas de la complicidad? Al parecer se han abierto las puertas del infierno y la verdad empieza a surgir como el gas que se fuga y se cuela por cualquier rincón, es inevitable e imposible detenerla. Espero que se acerque el fin del viaje de opio para los pueblos.