El mayor estadounidense James Coffman espera que su informe sobre la ayuda médica a cuatro médicos y farmacéuticos afganos en el bastión talibán de Marjah haya sido claro y pregunta: «Â¿Qué les parece?». Sólo uno responde: «Lo mejor sería que no nos ayuden, hasta que se restablezca la seguridad».



«Cuando venía, fui detenido tres veces por los talibanes y me preguntaron donde iba y si trabajaba con los estadounidenses. Es demasiado peligroso», agregó.
Para los militares norteamericanos la desilusión es grande.
Después de varias semanas de combates esporádicos, están tratando de pasar a la segunda fase de la operación, cual es la reconstrucción y la instauración de estructuras (escuelas, hospitales), única opción viable para contener la insurrección ganando «el alma y el corazón» de los civiles, según los estrategas estadounidenses.
Pero a pesar de las mejores intenciones, es muy difícil para los hombres del Sexto Regimiento de Infantería de Marina entregar medicinas a los habitantes de Marjah, esta aldea barrida por la arena y donde las plantaciones de adormideras se extienden al infinito.
«Hay que ser muy valiente para llegar aquí. Sabemos que ustedes desafiaron las amenazas de las minas caseras y las represalias de los talibanes», comenta el mayor Coffman.
«Afganistán sera reconstruido por hombres fuertes como ustedes», les dice para envalentonarlos.
Sin dejarse impresionar, el doctor Noor Ahmed que estudió en la universidad de Kabul pregunta: «Â¿Cuál es su idea?».
El teniente coronel Brian Christmas, comandante de los infantes de marina para el norte de Marjah, se esfuerza por convencer a los médicos a que acepten la ayuda.
«Nuestros recursos son limitados, pero podemos traerles algunas cosas antes que el hospital funcione. Estáis en seguridad, pero habrá siempre una amenaza de los talibanes», explicó.
«Los talibanes pegan carteles en nuestras puertas prohibiéndonos abrir nuestras farmacias», alega el doctor Azim.
Todos son unánimes: los contactos con los militares estadounidenses no pueden ser directos, algo «demasiado peligroso».
Un funcionario de las autoridades provinciales propone a los médicos enviar a «una persona de confianza» cuando quieran enviar un mensaje, pero la respuesta es un silencio cortés.
Kristin Post, universitaria estadounidense que trabaja para el Pentágono sobre las tradiciones locales en el Helmand, evoca una distribución gratuita de medicinas bajo forma de «regalo» con motivo del año nuevo.
«Si son distribuidos gratuitamente, los talibanes sabrán que los obtuvieron de los extranjeros», replica el doctor Azim.
«Hagan pagar a los habitantes una suma módica», propone el coronel, antes de sermonear a los doctores. «Hay talibanes, pero habrá un momento en que la gente respetable de Marjah tendrá que ponerse de pie y hacer algo. Nosotros ayudaremos», exclama.
Después de una larga inspiración, da por terminada la reunión. «Les daré mi número, y en cuanto decidan algo, me lo dicen», concluye.
«Si saben que tengo su número, terminaré con mi cabeza en la punta de una pica», dice el doctor Azim.
«Pues bien, apréndase mi número de memoria», replica el oficial.
«Estaba seguro que esto sería así. No dicen no, el simple hecho que hayan venido es un sí. Pero hay que encontrar la manera de salir de esta situación», resumió el oficial estadounidense.