Me llamó mucho la atención el inicio del despacho de prensa de la agencia internacional de noticias IPS, cuando anunció que había asumido la Presidencia de Uruguay el ex guerrillero José Mujica, porque declaró llanamente «Somos un país que ama los fines de semana largos tanto como la libertad».
 Es que «Pepe» (como lo llaman familiarmente la mayoría de los uruguayos), sin proponérselo deliberadamente, obsequia un discurso sencillo, ya sea frente una multitud o en pequeños círculos de amigos, correligionarios, opositores políticos, empresarios, dirigentes obreros y campesinos, amas de casa, en fin, en cualquier parte donde se le escucha con deleite, incluso cuando de repente suelta palabrotas que sonarían chabacanas y de mal gusto si fueran expresadas por un político o funcionario de florida hipocresía.
  Aunque parezca trivial, la imagen tosca, quizá rudimentaria de Mujica, sin las delicadezas de los líderes políticos acostumbrados a presentar facetas ficticias y poses fingidas, sintetiza apropiadamente la vocación democrática y de prosperidad sin estridencias de la sociedad uruguaya, según la fotografía verbal de la periodista Diana Cariboni, de IPS.
  Pese a que los medios impresos y electrónicos de Uruguay han dedicado mucho espacio a exponer de relieve los aspectos más llamativos y díscolos de la personalidad de Mujica, un ex insurgente y cultivador de flores, la verdad es que sus propuestas tienen claros vínculos con la gestión de su antecesor, el presidente Tabaré Vásquez durante el período 2005-2010.
  Uruguay es una «pequeña empresa» o «una aldea grande» con abundantes riquezas naturales, describió Mujica al decir su discurso de toma de posesión en el Palacio Legislativo, cuando su mujer y presidenta del Senado, la también ex guerrillera Lucía Topolansky, le tomó juramento, y minutos más tarde en la Plaza Independencia, al recibir la banda presidencial de manos de Vásquez, frente a mas de 1,300 invitados internacionales, seducidos por la naturaleza simple y franca del recién elegido mandatario uruguayo, y ante una inmensa multitud que lo arropó de vítores y aplausos, la soleada mañana del lunes 1 de este mes.
  Entre los invitados especiales se encontraban los presidentes Cristina Fernández, de Argentina; Luis Inácio Lula da Silva; de Brasil; Evo Morales, de Bolivia; ílvaro Uribe, de Colombia; Rafael Correa, de Ecuador; el ex sacerdote izquierdista Fernando Lugo, de paraguay, y el venezolano Hugo Chávez., además de la secretaria norteamericana de Estado, Hillary Rodham Clinton.
   El flamante presidente paraguayo que pasó 13 años encarcelado en condiciones infrahumanas durante buena parte de la dictadura militar (¡cuándo no!) de 1973 a 1985, manifestó su apego a un rumbo distinto al que siguen otros gobiernos de orientación izquierdista, como el vociferante Chávez, el indígena Morales y aun el economista Correa, si se escuchan y leen sus palabras, como cuando dijo con asombrosa afabilidad: «No dejo de soñar con una sociedad donde lo mío y lo tuyo no nos separen», aunque con realismo puntualizó que «No es poca cosa tener libertad de disentir, de respetarnos, multiplicar conocimientos y conciencia».
   Que el Altísimo acompañe al continuador de la política del Frente Amplio en Uruguay.
    (El obrero Romualdo Tishudo, al escuchar por radio el discurso de toma de posesión del presidente José Mujica, parafraseó este refrán a un compatriota: -Nunca prives a nadie de la esperanza; puede ser lo único que los guatemaltecos aún tenemos).