A veces, uno de columnista se siente derrotado, sin fuerzas y sin entusiasmo para abordar determinados asuntos de interés general, porque pareciera que hasta los propios perjudicados de determinados problemas, decisiones u omisiones también están desanimados y sin ninguna perspectiva que los aliente, salvo las excepciones de la regla.
Como posiblemente ustedes estarán enterados, esforzado padre de familia y sacrificada ama de casa, el pasado lunes 15 se conmemoró el Día Mundial del Consumidor, más con pena que con gloria en lo que respecta a Guatemala, porque tanto consumidores como usuarios seguimos desprotegidos ante la voracidad, la ausencia de escrúpulos y la falta de respeto a las débiles normas que deberían protegernos, de parte de un grueso número de empresarios, cuyo afán por el excesivo lucro al amparo de la casi sagrada economía de mercado los torna inmunes a cualquier tipo de sanción, al contrario de los pocos que se han autoimpuesto normas de responsabilidad social empresarial.
Pero son lo menos, y de ahí que los guatemaltecos, sobre todo los asalariados que nos regimos por un miserable, modesto o decoroso presupuesto familiar, nos encontramos a expensas de lo que decidan unilateralmente los propietarios o fabricantes de indeterminados números de servicios y productos de uso y consumo cotidiano, sin que contemos con una institución estatal vigorosa y con suficientes recursos humanos y técnicos a la que podamos acudir en búsqueda de protección.
  No es necesario exprimirse los sesos para señalar abundancia de casos referentes al irrespeto de los derechos naturales de los consumidores y usuarios, y para el efecto cito el costo abusivo y desproporcionado que cobran en los estacionamientos de vehículos, incluyendo las empresas funerarias, así como de centros comerciales, sin tomar en consideración que, en el primero de los casos, los usuarios acuden a compartir la congoja de los deudos, y en el otro, los consumidores van a adquirir productos con su dinero y no a recibir regalos.
Ahora mismo, o, por lo menos, hace pocos días, como por obra de magia el azúcar desapareció de tiendas, abarroterías y supermercados, y sólo salió a la venta cuando los consumidores aceptaron resignados el aumento del edulcorante, mientras los propietarios de ingenios acumularon más riqueza, como si no fuera suficiente con las ganancias que obtienen, a la vez que han contaminado los ríos al convertirlos en vertederos de desechos.
 Y la Diaco, el Ministerio de Economía y el Gobierno de la Solidaridad sin enterarse. Sólo son ejemplos. (Al aludir a uno de sus colonos, pobre en extremo, el terrateniente Romualdo Tishudo se justifica: -La mala suerte no lo persigue; vive con él).