Ingrid Klussmann: vestuario de una época


Juan B. Juárez

En los próximos dí­as se abrirá al público la muestra «Luces en El Túnel» que reúne parte del vestuario que la artista Ingrid Klussmann utilizó durante la época que va de 1971 a 1990, principalmente en las inauguraciones de las exposiciones que se realizaban en su galerí­a, y que ilustra de un modo muy peculiar su empeño por «poner de moda» el interés por el trabajo de los artistas vivos.


Cuando se habla de vestuario uno tiende a pensar en los diseñadores más famosos, en el garbo con el que las exquisitas modelos lucen los trajes deslumbrantes, en las luces de las pasarelas, en las lujosas revistas de moda e, inevitablemente, en la vanidad (no sólo de las mujeres) que, viéndolo bien, es el núcleo alrededor del cual gira toda esa parafernalia glamorosa con la que la alta sociedad y el jet set internacional se distinguen y marcan su espacio. Pero también cabe pensar en el ámbito del teatro, sin duda más restringido, dentro del cual el vestuario se piensa en atención no sólo de la ambientación de la época y la evocación del contexto sociocultural en el que se desarrolla la acción teatral sino también en las caracterí­sticas psicológicas de los personajes y el rol que juegan en la historia, todo ello en función de la coherencia y la verosimilitud del hecho dramático que se recrea en el escenario.

Entre esos extremos habrí­a que situar el vestuario que Ingrid vistió o utilizó en su papel de promotora de arte y directora de la famosa galerí­a que fundó en 1971. Sin descartar la vanidad implí­cita en la actitud audaz de estar a la moda y sin dejar de lado el placer que pudieron haberlo proporcionado las sedas y las pieles, los encajes y los brocados, las luces y las lentejuelas, la exposición de su vestuario tiene, además del interés psicobiográfico, un valor documental con relación a una época, especí­ficamente la que va de 1970 a 1990, y a la tarea que se impuso un sector de nuestra sociedad para crear en nuestro paí­s un mundo artí­stico y cultural que fuera más allá de lo intelectual, lo académico y también más allá de la bohemia, que incorporara una estética mundana en las relaciones sociales y que propiciara algo así­ como un refinamiento de las costumbres.

Desde esa perspectiva, el vestuario de Ingrid Klussmann, que alguna vez hizo época como grito de moda en un sector social que se empeñaba en estetizar su conducta, su apariencia, sus ambientes y sus conversaciones, puesto ahora en exhibición cumple la función contraria a la que originalmente le dio sentido: no viste sino que desviste a esa época, la expone literalmente a otro público que mira el arte desde otra posición sin duda menos rebuscada y al que quizás se le escapa la forma y las condiciones bajo las cuales el arte nacional se instaló en la vida cultural de la sociedad guatemalteca.

Para Ingrid Klussmann, que se desempeñaba como promotora de arte y directora de la única galerí­a privada %u2014y que precisamente lució ese ropaje suntuoso en las inauguraciones más sonadas%u2014, tal vestuario fue, de cierta manera, su ropa de trabajo, un trabajo que consistí­a precisamente en despertar el interés sobre la obra de los artistas vivos a un público poco ilustrado, de escasas luces, doméstico, tradicional y conservador. Tarea difí­cil si se recuerda que se trataba de un público convencido de que el único arte posible estaba en los museos de Europa como reliquia de genios incomprendidos que murieron en la miseria y que, en el mejor de los casos, confundí­a el arte con la decoración.

Emulación del gran mundo, remedo de Nueva York o Parí­s. Lo que sea, pero fue por ese expediente incorporado a la beneficencia, la filantropí­a, las exposiciones y las subastas glamorosas, que finalmente el arte «se puso de moda» en un sector social que empezó a ver a la cultura guatemalteca como un valor y a vivir una «estética» más allá del paisaje.

¿Y los artistas? Pues también haciendo lo propio: evocando, al igual que hoy, lo que desde muchos años atrás habí­a dejado de ser novedad en Nueva York y Parí­s, esperando ser «descubiertos» y «reconocidos» si no por el público europeo, al menos por la sociedad local.