Kafka: prisionero de su propio universo


Uno de los más prominentes novelistas del siglo XX, Franz Kafka, encuentra su legado en disputa entre Israel y Alemania, y entre una familia de refugiados de Praga y la opinión pública israelí­. Y todo porque nadie respetó la voluntad de Kafka manifestada en su lecho de muerte.


Un hombre debe comparecer a un proceso sin que jamás se especifique su delito. Un agrimensor es invitado a trabajar en un castillo al que se le niega la entrada. Un oficinista amanece convertido en un escarabajo.

Todo esto, sin que a nadie le extrañe demasiado, ni siquiera a los afectados.

í‰ste es el universo de Franz Kafka (1883-1924) el novelista checo que creó asfixiantes mundos en que el individuo naufraga en la maraña de la burocracia, de la deshumanización y el absurdo.

Algo de esto mismo parece estar ocurriendo con lo que, se cree, podrí­a ser su legado, contenido en cajas de seguridad en Suiza e Israel. Un legado que Kafka no quiso dejar.

LA HISTORIA

Todo comienza en 1924, cuando el albacea de Kafka, Max Brod, revisó los papeles de su amigo escritor, quien acababa de morir de tuberculosis en un sanatorio austrí­aco. Brod encontró, en una nota dirigida a él, lo que parecí­a ser la clara voluntad del escritor checo: todos sus papeles, diarios, manuscritos, cartas, borradores y bosquejos debí­an ser quemados.

Brod decidió desobedecer y, quince años más tarde, cuando los nazis entraron a Praga, Max Brod, ardiente sionista, partió en un periplo que concluirí­a en la Palestina bajo protección británica. Su equipaje incluí­a una maleta con los manuscritos de las novelas y relatos breves de Kafka, así­ como el resto de sus papeles.

Max Brod continuó editando parte de la obra de Kafka. En 1942, entró en la vida de Brod una secretaria, Esther Hoffe, también refugiada de Praga, casada, con dos hijas. Hoffe fue quien se encargó de cotejar las pruebas de imprenta con los originales manuscritos en preparación para su publicación.

En 1968, después de una relación que se habí­a ido estrechando con los años, a la muerte de Max Brod, el editor de Kafka declaró a Esther Hoffe guardián de sus bienes, incluyendo los papeles de Kafka. Hoffe puso a la venta varios manuscritos, entre ellos, «El Proceso», que Kafka le habí­a regalado a Brod.

A la muerte de Hoffe, en 2007, sus hijas Eva y Ruth heredaron la colección.

TRAICIONES

La primera traición que sufre Kafka es a manos de su amigo Max Brod, sin la cual la humanidad no dispondrí­a hoy de los famosos textos del escritor checo que prefiguró los horrores del nazismo y el estalinismo.

La segunda corre por cuenta de Esther Hoffe y sus hijas. Según sus crí­ticos, la mujer ha puesto distancia entre los restantes papeles de Kafka y el público en general. Hoffe y la Biblioteca Nacional de Israel tení­an un estira y afloja debido a la interpretación del testamento de Brod. í‰ste establecerí­a que los documentos debí­an ir a parar a una biblioteca o universidad. Aunque firmaron un acuerdo, Hoffe no autorizó jamás la entrega de los bienes de Brod a la biblioteca israelí­.

Por su parte, su hija, Eva Hoffe, con 75 años, sin hijos, depositaria de los manuscritos junto a su hermana Ruth, afirma que lo único que le queda en el mundo son los papeles de Kafka y Brod y no puede creer que la opinión pública israelí­ esté en su contra por declarar el carácter privado de los documentos que les dejó su madre.

Lo cierto es que el deseo de las hermanas Hoffe de trasladar los papeles de Kafka de Israel a Alemania para venderlos tampoco les ha granjeado la simpatí­a popular en ese primer paí­s.

La biblioteca nacional de Israel está presionando para que se abran las cajas. También quiere asegurarse la devolución de los manuscritos que Esther Hoffe le vendió al Archivo de Literatura Alemán, en Marbach.

LA SOBRINA NIETA CHILENA

La doctora en economí­a por la Universidad de Cambridge y consultora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe Stephany Griffith-Jones se llamaba orginalmente Stepanka Novy Kafka, lo que evidencia su relación familiar con el autor de «La Metamorfosis».

Para ella, es una anomalí­a que los documentos de un escritor tan importante como Franz Kafka «no estén en manos de una universidad o biblioteca y sí­ constituyan la propiedad de gente que nada tiene que ver con el novelista».

Según la doctora Griffith-Jones existe «hambre en el mundo por la obra de Kafka» y cuenta que ella recibe constantemente consultas al respecto. De esta forma, no pone objeciones a una «última traición» al escritor checo: las cajas que se encuentran en Zurich y Tel Aviv deben ser abiertas y su contenido, clasificado.

Nadie está seguro del contenido de las cajas, pero los catedráticos más optimistas esperan hallar tesoros literarios.

Con la inmortalidad asegurada muy a su pesar, Kafka, atrapado en su propio universo, sólo puede esperar una traición más.