Tom Wolfe es considerado el inventor del Nuevo Periodismo. El último dandy americano. El reportero impecable, incansable e innovador que pudo retratar tribus de los 60 tan heterogéneas como los monjes lisérgicos del Bus Mágico de Ken Kessy (The Electric Cool Aid Acid Test, 1968) y los aviadores cojonudos de la NASA (The Right Stuff, 1979).
Tom Wolfe, el autor de tres novelas dickenseanas, de más de 600 páginas cada una, que retratan a los Estados Unidos en todo su fulgor, ambición, belleza y perversión en los 80, los 90 y los 00, respectivamente (The Bonfire of the Vanities, 1987, A Man in Full 1998, I am Charlotte Simons, 2004). Acaba de cumplir 78 años y sigue con más energía, ganas y lucidez que cualquiera de los ya-no- tan-jóvenes escritores que se jactan por ser el próximo Gran Novelista Americano como Jonathan Franzen, David Foster Wallace o Jeffrey Eugenides.
– ¿Esta investigando su próxima novela?
– Sí, y ya tengo título, algo que no me pasa siempre. Pero cuando lo tengo me siento mejor. Tuve The Right Stuff desde el comienzo y también La hoguera de las vanidades. En ese caso estaba en un tour de American Express por Florencia. Paramos en la Piazza de la Signoria donde Savonarola tuvo su famosa hoguera de las vanidades y allí mismo me dije «Â¡Pucha, qué frase! Ese es el título de un libro». No sabía de qué se trataría el libro, pero tenía el título.
– ¿Y «The Right Stuff»?
– Yo tengo un amigo chino-americano que vive en California. Por algún motivo estaba desesperado por ser policía. Se había recibido en la universidad, pero quería ser policía. Pero no cumplía con los requisitos mínimos de altura: tenía que tener por lo menos cinco pies y siete pulgadas, y el tenía cinco con seis y medio. Y hacía todas las cosas imaginables para intentar vencer este obstáculo. Por ejemplo, había leído que somos más altos cuando nos despertamos por la mañana, porque se nos alarga la columna vertebral. Bueno, al instante de despertarse se iba rajando en su auto a la comisaría en donde hacían los exámenes de admisión. Pero era un Volkswagen que andaba muy lento y cuando llegaba ya se había achicado. De todas maneras, él me explicaba que sabía perfectamente bien que ser guardia se seguridad era un trabajo muy bien pagado y si lograbas ser jefe de seguridad en un Mall, por ejemplo, podías ganar hasta $ 150.000 por año, que era un muy buen sueldo en esos tiempos…
– ¡Y hoy también!
– Bueno, no sé. Cómo se está yendo el dólar para abajo… De todas maneras, él me decía que por más dinero que ganabas ibas a saber siempre, en tu corazón, que solamente un Policía Metropolitano tiene the right stuff (tiene la «posta»). Y allí estaba. Yo ya estaba interesado en los astronautas y esa frase se convirtió en mi guía para escribir el libro. Una historia que, como todas las buenas, está fuera de uno, ¿entiendes?
– ¿Y la próxima novela?
– Esta nueva novela que estoy escribiendo ahora se llama Back to Blood; sangre en el sentido de linaje. Acá en Miami, por ejemplo, hay una confluencia de distintas nacionalidades y de grupos étnicos. No son solamente los cubanos. Hay haitianos, nicaragí¼enses; ahora están entrando los rusos. Lo que me fascina es que Miami es el único lugar donde -hasta donde yo he podido averiguar- más de 50% de la población son inmigrantes recientes. Los Estados Unidos está lleno de inmigrantes pero en este caso me refiero a inmigrantes que llegaron desde 1960. Y lo increíble es que controlan el gobierno local. Ha sido muy interesante estar con las autoridades cubanas porque me han tratado muy, pero muy bien. ¡Pero de golpe te das cuenta! Están haciendo el esfuerzo de ser gentil contigo porque tú perteneces a una minoría. Nunca había tenido esa sensación.
– Ayer en un taxi, en plena autopista, vi un tipo bajarse de un Mercedes y ponerse a gritar: «Â¡Vuélvanse todos a su país, cabrones de mierda!» ¿Es algo que está por explotar?
– No sé si tanto. Pero uno escucha muchos casos como ese vinculados con el tránsito. Por ejemplo, te cuento una, que es una escena en la novela. Una mujer llega tarde a un restaurante con su marido y justo ve que se está desocupando un lugar para estacionar. Pero cuando se libera entra un Porsche convertible así ¡zweeeeeng – grang! y toma el lugar. Resulta que es una mujer latina. Se arma un gran despelote entre los dos, una gritando en inglés y otra en español, diciéndose barbaridades. Bueno, la americana se enfurece y empieza a gritar: «Hable en inglés, carajo. ¡Está en los Estados Unidos ahora! Y la otra responde, en un inglés acentuado: «Sí. Pero tú estás en MI-AM-I». Pero quiero decirte esto. A pesar de todo lo que puedan decir sobre los Estados Unidos, este sigue siendo el único lugar en el mundo al que pueden llegar personas de otro país, que hablan otro idioma, que tienen otra cultura, y que hasta parecen drásticamente diferentes, y aun así pueden lograr tomar control de una metrópolis en poco más de una generación. Es lo que hicieron los cubanos en Miami.
– Escribió «Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies» hace más de veinte años ya. ¿Alguien le tomó la palabra? ¿Algún escritor siguió ese manifiesto?
– No. Yo creo que nadie me hizo caso. Bueno, hubo uno. Uno que es terriblemente bueno que se llama Richard Price. No sé si necesariamente estaba respondiendo a lo que yo escribí en ese ensayo pero de alguna manera tomó la idea de salir a la calle y conseguir material trabajando. Su primera novela se llamaba The Wanderers y estaba basada en su adolescencia en el barrio del Bronx y su experiencia en ser parte de una pandilla. Es una novela muy graciosa y en momentos conmovedora. Y después escribió dos novelas más basadas en su experiencia personal. En ese ensayo que mencionas yo escribí que Emerson dijo que cada persona tiene una gran autobiografía dentro de ella, si simplemente sabe entender lo que es único de su propia experiencia. Pero no dijo que cada persona tiene dos autobiografías para escribir. Bueno, este Richard Price se salvó porque se volcó a reportar y a meterse en vidas ajenas.
-¿Su método de reportar cambia cuando es para una novela?
– No. Es lo mismo. Yo pensé que iba a ser mucho más fácil escribir ficción porque, bueno carajo, lo inventas no más. Pero para mí simplemente no lo fue. Terminé trabajando tanto para La hoguera de las vanidades como lo hice para The Right Stuff (Lo que hay que tener).
– Si intenta mirar su carrera objetivamente, ¿qué le parece más importante: su trabajo en el Nuevo Periodismo o sus novelas?
– No me gusta hacer eso porque me hace sentir más cercano a la muerte. Yo no miro para atrás. No pienso en mi carrera. No me gusta hacer eso.
– Entonces podría preguntar: ¿nunca dudó al investigar para una de las novelas, que en realidad el material sería mejor usado en una obra de no ficción?
– Mira. Pasó lo siguiente… para contestar tu pregunta directamente… Yo sospecho que mi no-ficción al fin es más importante, desde el punto de vista literario, que mis novelas. Lo que pasó originariamente es que yo iba a hacer un trabajo de no-ficción sobre Nueva York. Algo siguiendo las líneas de Vanity Fair del novelista inglés del siglo XIX, Thackeray. Yo había escuchado que el compositor Leonard Bernstein iba a dar una fiesta en su departamento de Park Avenue para los Black Panthers (grupo político de acción directa de los años sesenta). «Â¡Dios mío!» pensé, «Â¡Los Black Panthers en Park Avenue!» Quería una invitación. Mi mujer trabajaba en la revista Harpers y una tarde en que pasé a buscarla entré en la oficina de David Halberstam -que estaba vacía- ¡y allí estaba esa invitación increíble a la fiesta en Park Avenue en el duplex de Bernstein con los Black Panthers! Entonces llamé y di mi nombre diciendo que aceptaba.
– Eso fue la acción de un reportero intrépido. No me imagino un escritor debilucho de ficciones haciendo algo semejante.
– Es que es considerado tan indigno hacer algo así. Mira, un reportero es alguien con una taza de mendigo que está esperando una contribución a la cual no tiene derecho. Pero simplemente tienes que quitarte la vergí¼enza y el pudor de encima y meterte en las vidas de los otros. Y estar a la merced de sus agendas y sus horarios. Y es ponerse en posición social terriblemente inferior.
-¿Pero en qué momento se dio cuenta de que lo que iba a escribir era una novela y no un reportaje?
– Primero fui a esta fiesta y era tan increíble que tenía terror que otra persona lo fuera a escribir. Había un periodista más, un tipo de The New York Times, que había sido invitado oficialmente y que tenía simpatía por lo que estaban haciendo. Entonces le tuve que ganar. Me dije: tengo que escribir esto ya, no puedo guardarlo para la novela.
– Y le terminó complicando la vida. ¿Pero ya entonces le gustaba provocar?
– Me gustó decir «Miren. ¡Todos ustedes son idiotas!» Simplemente fue un evento muy gracioso, en mi opinión. Pero, al escribirlo perdí lo que iba a ser un gran capítulo en mi novela de no-ficción. Y en ese momento me di cuenta de algo. Tienes que entender que ya en ese momento tenía cincuenta años. ¿O era más tarde? No me acuerdo cuándo era exactamente. Bueno, de todas formas, yo sabía que había mucha gente que me estaba observando atentamente. Yo estaba haciendo este gran alboroto por una nueva forma de arte, una nueva forma de narrar -o sea, el Nuevo Periodismo-, pero sabía que había muchas personas que pensaban: «Dios mío. Qué manera tan complicada de evadir de escribir la grande (The Big One)». Es decir, escribir una novela.
-¿Entonces sentía culpa por no haber escrito una novela?
– Sí. Porque para todas las personas en este país que arrancaban en la universidad con la intención de ser un escritor serio, la novela es la única meta. Era la cosa más seria, el logro más codiciado. Pero, para mí, en algún momento el periodismo se convirtió en algo muy interesante y me dediqué a eso. Pero allí siempre -yo sabía- estaban las personas que decían, «Â¡Cuántas vueltas más tienes que dar para escribir una novela!» Entonces me dije: «Bueno, dale. Tú puedes hacer eso». Y me costó una barbaridad al comienzo.
-¿Sufría escribiéndolo?
– Sabes, simplemente me quedaba sentado frente a mi escritorio en un estado catatónico. Sabía que se iba a tratar de Nueva York. Sabía que iba a tratar de las clases altas y las clases bajas. Pero no arrancaba. Hasta que, durante unas vacaciones, conocí al juez Burt Roberts. Era un gran raconteur que terminó siendo el juez principal en las cortes criminales y civiles del Bronx. Entonces comencé a ir a los juzgados. Tomaba notas. Y allí estaba todo. Era un lugar donde, por definición, se juntaban las clases altas y las clases bajas. Allí, trabajando como un reportero, me empecé a destrabar.
-¿Usa el traje blanco siempre, aun cuando está investigando?
– No, no. Mira, nunca intento pasar inadvertido porque no me sale. Si estoy trabajando suelo usar un blazer azul. Pero sí uso corbata. Y eso en este país, ahora, te haces ver. Sabes, muchas veces cuando voy a un restaurante se me acercan personas y me preguntan si hay mesas disponibles.
– Señor Wolfe, llamamos a su sastre antes de venir, para entrevistarlo.
– No me digas. ¿Pudiste entender una palabra de lo que hablaba?
– Fue bastante complicado. Pero quería preguntarle, aunque parezca frívolo: ¿Piensa que hubiera sido el mismo escritor sin el traje blanco?
– Lo que pasó es que yo siempre quise ser un reportero en Nueva York. Ese era el lugar. Yo estaba en The Washington Post cuando me llamaron, en 1962, para un trabajo en Nueva York. En esos días los reporteros tenían que usar saco y corbata. Y yo tenía exactamente dos sacos a muy mal traer. Entonces me fui a una tienda y me compré un traje blanco. En Virginia, de donde soy, no es para nada fuera de lo común vestirse en un traje blanco en el verano. Pero este traje, por más que fuera blanco, estaba hecho con un material bien espeso, como de lana. Por lo tanto lo empecé a usar en noviembre con el frío, porque no tenía mucha ropa. Y desde el primer día me di cuenta que le molestaba a la gente sobremanera. Era de un corte convencional pero el maldito era blanco. Bueno, esto habla más de mí que de ellos, pero por primera vez en mi vida me empezó a producir un gran placer vestirme por la mañana. No tengo el número directo para las consultas nocturnas del doctor Freud, sino le preguntaría de qué se trata. Pero poco después publiqué mi primer libro, The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, una antología de artículos de revista. Yo seguía trabajando para el Herald Tribune como reportero, pero por primera vez en mi vida alguien me estaba entrevistando a mí. Estaba muy acostumbrado a entrevistar a gente pero nunca me ocurrió estar al otro lado. Y francamente me sentía muy incómodo y por ende estaba seguro de que iba a ser una entrevista malísima. Pero leí la nota al día siguiente y decía, «Qué hombre interesante. ¡Y se viste con trajes blancos!» Entonces por unos cinco años el traje sirvió como sustituto para una personalidad. Me ha servido bien.
-¿Cómo ve a los escritores jóvenes de hoy en los EE. UU. ?
– Mire. Estaba hablando con un chico de Harvard, editor de la revista The Lampoon. Se supone que esa posición la ocupa una persona con mucho potencial. Y yo le pregunté qué quería hacer después de recibirse. Y me dijo: «Me encantaría escribir para Los Simpson». ¡Los Simpson! Yo le insistí: «Tu sabes que no hay más de veinte personas en este país que puedan recordar a un escritor de televisión». Pero eso no le preocupaba. Claramente su idea de lo que es una carrera literaria era muy distinta a la mía.
– Su archienemigo Norman Mailer dijo, antes de morir, que consideraba que la serie «Los Soprano» estaba consiguiendo, en términos narrativos, cosas que ninguna novela estaba logrando. ¿Compra ese argumento?
– Lo compro en el sentido de que son las personas trabajando en el cine las que están saliendo a descubrir cosas. Mailer nunca habría escrito Los Soprano porque nunca se hubiera acercado a personas como ellos. Te tienes que ensuciar las manos. Y tienes que ponerte en una posición inferior a ellos para hacerles preguntas.
-¿Leyó su última novela, «El castillo en el bosque»?
– La empecé. Pero no, no pude. El sólo tiene un libro. Si vuelves a leer Los desnudos y los muertos te darás cuenta que no es una buena novela. Los diálogos no son muy buenos. Mailer nunca pudo escribir diálogo. Y es porque no escuchaba a la gente. Su único personaje siempre fue él mismo. La única excepción: El canto del verdugo. Pero en ese caso tomó todo el trabajo de un fotógrafo y reportero llamado Lawrence Schiller, que desafortunadamente no podía escribir bien. El le dio las cintas de Garry Gilmore. Ese libro son principalmente transcripciones. Por eso resulta realista.
-¿Es optimista sobre el futuro de la literatura en los Estados Unidos y en el mundo?
– No. Sólo la no-ficción. La novela, realmente, murió. La novela seria.
-¿Entonces, qué le diría a una persona joven que quiere desesperadamente ser escritor?
– Le diría: ¿Quieres escribir ficción o no-ficción? E inevitablemente la respuesta es ficción. Bueno. Entonces le diría: olvídate de la ficción en tus primeros años. Si quieres publicar cosas, es fácil si tienes algo para contar. No tiene que ser algo tuyo personal. Podría ser algo en tu barrio, en tu ciudad, algo que no haya sido reportado y a lo que tienes acceso exclusivo. Pero cuando has terminado el artículo no se lo muestres. Pídeles sugerencias. Si les pides consejos allí sí que te van a defender, porque los estás estimando. Te juro que es realmente fácil. Puedes aparecer de la nada.