Desafortunados destinos


José Luis López Garcí­a, A-1 301386

En la vida hay misterios insondables en lo más í­ntimo del hombre, pues hay en el corazón un mundo oculto. Es una realidad de que el hombre desconozca cuán profunda y misteriosa es su alma. El suicidio en sus múltiples facetas tampoco está exento en aquellos hombres que nacieron dotados de gran inteligencia. No hace falta ser un experto psicoanalista, para hablar un poco sobre este tema. Pero llama la atención el suicidio de jóvenes que en un pleno triunfo intelectual y artí­stico, un dí­a se privaron de la existencia cuando pudieron haber dejado muchos tesoros literarios, pues estaban en plena producción al momento de tomar una decisión fatal.

Veamos: Mariano José Larra, Fí­garo (1809-1837), fue un tipo de escritor y periodista de gran renombre. Y pese a su matrimonio que se dice que fue infeliz, Larra se agradó con una vida fácil y cómoda, y un particular gusto por vestir bien. Frecuentador de teatros, cafés y tertulias literarias, con un privilegio de viajar por Francia, Portugal, Bélgica e Inglaterra. Al contrario de muchos escritores dados a la misantropí­a, este célebre periodista se codeó con cierta aristocracia de aquellos remotos tiempos. Se dice también que Larra se dio el lujo de firmar ventajosos contratos con una empresa periodí­stica y sus famosos artí­culos, llegaron a tres o cuatro volúmenes. Siendo su pluma muy temida y admirada. Empero, el joven triunfador, por un trivial disgusto amoroso pone fin a su vida.

Otro célebre suicida fue el colombiano José Asunción Silva, miembro de la grey de los románticos y precursor del modernismo. Este joven poeta se suicidó cuando tení­a treinta años más o menos, y su vida estuvo atada a una serie de acontecimientos que lo llevaron al borde de la desesperación. Silva, hubo de luchar en contra de una quiebra comercial de la familia, en contra de una jaurí­a de acreedores y la muerte prematura de su hermana «Elvira», su extraña musa que fue objeto de un culto amoroso y literario. José Asunción Silva (1865-1896) estuvo a punto de ser Cónsul de Colombia en Guatemala, pero por considerar que el sueldo no era acorde a sus pretensiones, no aceptó el puesto diplomático que le ofrecieron.

Estas tragedias de dos jóvenes escritores, tan célebres como inmortales, nos hacen pensar que en el ser humano existen hilos indescifrables que en cualquier momento se pueden romper. Quizá en el caso de Silva, su tragedia fue peor, pues se dice que en un naufragio perdió mucha de su producción literaria.