La tercera caí­da


Jesús Nazareno de la Caí­da de San Bartolomé Becerra, representa con una naturalidad admirablemente la caí­da a plomo. El pie izquierdo, la rodilla y la mano derecha en tierra, son su apoyo, con una ligera inclinación hacia la derecha para contrarrestar el peso de la cruz.

Mario Gilberto González R.

El sopor de la mañana era asfixiante. Poco faltaba para que el sol llegara a la mitad de su carrera. Jesús iba pálido, sediento, extenuado, sin fuerzas. Cada paso sobre la calle pedregosa, lo daba con dificultad. Las contusiones provocadas por el flagelo y los traumatismos repetidos le disminuí­an las fuerzas fí­sicas para poder mantenerse en pie.


En la aldea de San Bartolomé Becerra, se venera la bellí­sima imagen Consagrada de Jesús Nazareno que representa magistralmente, la tercera caí­da.Esta es la mano derecha de Jesús de la Caí­da, que se apoya en el suelo.La mano izquierda en la posición de los dedos separados, muestran la fuerza que se aferran al brazo bajo del patibulum.El pie izquierdo muestra en la posición de los dedos, el peso que resiste y la fuerza que hace para afianzarse al suelo.El pie derecho se apoya en el dedo pulgar, porque todo el peso y la fuerza está en la rodilla que se apoya en la tierra.Jesús de la Caí­da en procesión. Fotografí­a de Marco Antonio Trujillo Manzo.

No habí­a comido desde la última cena. Habí­a perdido mucha sangre en el huerto de los olivos, con la afrentosa flagelación que lo dejó hecho un guiñapo, con la grotesca coronación de espinas y en el hombro al cargar la cruz de más de doscientas libras de peso. Avanzaba lentamente a base de golpes y empujones.

El poeta Manuel Machado, nos dice: «No puede más…vacila.. los divinos

pies destrozan las piedras y matojos.

Y la sangre corriendo, hasta los ojos,

borra un momento todos los caminos.»

Enrique Pérez Escriche, en su libro El Mártir del Gólgota, trae este diálogo entre la ternura y la fuerza. «Una carcajada más estentórea, más prolongada, más sarcástica, dominó las risas de los verdugos.

Jesús levantó maquinalmente su hermosa y dolorida cabeza.

A pocos pasos del sitio donde se hallaba veí­ase una casa, sobre cuya puerta extendí­a sus verdes ramas una frondosa parra.

Bajo este verde techo se hallaba un pozo, y encima del brocal un cántaro lleno de fresca y transparente agua.

Junto a ese pozo, subido de pie sobre un banco de piedra, veí­ase un hombre de elevada estatura y facciones provocativas y pronunciadas.

Aquel hombre era el que habí­a soltado la terrible carcajada. Llámase Sanuel Beli-Beth.

-¡Hosanna al que viene en nombre del Dios invisible de Israel á morir por el hombre! … ¡ja! ¡ja! ¡ja!- exclamó Beli-Beth en tono de mofa- El Gólgota va quedar honrado con tu suplicio. ¡Llorad, hipócritas jerosolimitanas!! ¡Llorad por el mago, por el falso profeta, por el embaucador!… ¡ja! ¡ja! ¡ja!

Y aquel miserable se reí­a como un condenado.

-Samuel,- dijo Jesús- tengo sed. Por caridad, dame un poco de agua que contiene tu cántaro.

-¡Anda, falso profeta! Mi pozo se secarí­a si tus malditos labios bebieran de su agua.

-Samuel, -volvió a decir Jesús- permite por caridad que descanse un solo momento a la sombra de ese emparrado; no puedo con la fatiga, deja que me apoye unos instantes en el poyo de tu puerta.

– ¡Anda, hechicero maldito! Tu contacto marchitarí­a los verdes pámpanos de mi parra. – Samuel, -repitió Jesús- aun puedes salvarte. Ayúdame por caridad a llevar la cruz hasta el Gólgota; su enorme peso me postra y las fuerzas me abandonan.

-¡Ja! ¡ja! ¡ja! -exclamó Samuel. -¿No eres hijo de Dios? Pues entonces ¿por qué no llamas a los ángeles? ¡anda, embaucador! ¡Anda, hechicero! ¡anda! ¡anda! ¡anda!

Y empujó brutalmente a Jesús, que cayó por la tercera vez a la puerta de aquel miserable judí­o sin caridad, sin corazón, sin clemencia.

Jesús se incorporó lentamente.

Colocase el pesado leño sobre el hombro derecho, miró de un modo compasivo a Samuel y le dijo:

-Tú lo has dicho, tu lo quieres. Te ofrecí­ el paraí­so de mi Padre y me has dicho anda; quise darte el agua que aplaca la sed eterna y me has dicho anda; te pedí­ un asiento para darte un trono en la mansión de los cielos y me has dicho anda. Pues bien, Samuel Bel-beth. Yo luego descansaré, pero tú, andarás sin cesar hasta que Yo vuelva…tu paso no se detendrá nunca; serás inmortal, pero la inmortalidad será tu mayor castigo. Prepara tus sandalias, prepara tu cayado de viaje, ¡Infeliz! Me has dicho anda, pues tú andarás hasta la consumación de los siglos. Anda…anda…anda Samuel Beli-Beth.»( 1 ) No olvidemos que los daños internos de la flagelación manifestaban sus efectos. Fray Constancio Cabezón o.f.m. cardiólogo, con autoridad médica nos relata que «la disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria…Esta disnea se aumentó todaví­a más, si cabí­a, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tení­a graves sí­ntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní­ y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de lí­quido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no tení­a.» ( 2 )

En la tercera caí­da le cuesta levantarse. «está débil, pálido y desfallecido.»

La ciudad de Antigua Guatemala, heredó de su antecesora ciudad de Santiago de Guatemala, parte de la riqueza de su valiosa y artí­stica imaginerí­a. En la aldea de San Bartolomé Becerra, se venera la bellí­sima imagen Consagrada de Jesús Nazareno que representa magistralmente, la tercera caí­da.

Al contemplarlo detenidamente, se aprecia el sólido conocimiento que el imaginero tení­a de la anatomí­a humana, de las proporciones clásicas del cuerpo y el dominio seguro del buen manejo de los instrumentos sobre la madera, para darle, no solo forma sino expresión que la vincula al sentimiento humano.

Todos los elementos forman una sola unidad bien lograda. La caí­da es natural con una leve inclinación del cuerpo hacia la derecha por el contrapeso de la cruz. El pie izquierdo, la rodilla y la mano derecha, apoyados en el suelo. Con el brazo y la mano izquierda, sostiene el patibulum. Lo admirable es que nada es forzado. La caí­da natural de un cuerpo humano al suelo por un desfallecimiento fí­sico y por un enorme peso.

Jesús iba extenuado y sus piernas le flaquearon. La caí­da de Jesús la tercera vez, es la caí­da a plomo. Esta caí­da tiene tres puntos de apoyo: El pie izquierdo, la rodilla y la mano derecha en tierra.

La imagen de Jesús Nazareno de la Caí­da, lo expresa admirablemente. Esta imagen como otras tantas que hoy se veneran en la ciudad de Antigua Guatemala, no están documentadas. Se atribuyen a. Jesús de la Caí­da se atribuye a Pedro de Mendoza, autor también, sin confirmación de dos ví­rgenes bellas que expresan humanamente, en una las punzadas del dolor y en la otra el vací­o de la Soledad. Me refiero a Marí­a Santí­sima de los Dolores de la iglesia de la Merced y a Marí­a Santí­sima de la Soledad de la Escuela de Cristo. La ciudad de Santiago de Guatemala, contó con imagineros excelentes, grandes conocedores del secreto artí­stico que dominaron con maestrí­a la herramienta y la madera y que dejaron escuela.

Confirmemos lo que venimos diciendo.

Jesús Nazareno de la Caí­da de San Bartolomé Becerra, representa con una naturalidad admirablemente la caí­da a plomo. El pie izquierdo, la rodilla y la mano derecha en tierra, son su apoyo, con una ligera inclinación hacia la derecha para contrarrestar el peso de la cruz.

Para reforzar esta natural expresión, voy a recurrir a dos doctores que desde el punto de vista medico, han estudiado la muerte de Jesús.

El Dr. Francisco Ortega Viñolo, lo contempla con «La boca entreabierta, respiración jadeante, la corona de espinas sobre su cabeza de donde brotan gotas de sangre, que bajan hacia su frente, cara y cuello. Sus ojos, con mirada indiferente. Su rostro, en la expresión de dolor, tristeza y profundo abatimiento.» ( 3 )

Don Antonio Hermosilla Molina es otro médico que ha estudiado la muerte de Cristo y al referirse a la caí­da, describe el daño que sufre el cuerpo humano.

«En la caí­da se origina una contracción refleja de los músculos que adoptan posturas defensivas, por ejemplo: la mano que se apoya en el suelo al caer. Se desarmonizan las leyes organistas y antagonistas de la marcha normal y se eliminan sustancias tóxicas originadas en el esfuerzo muscular (calambres).

Las lesiones provocadas por las caí­das, se localizan principalmente en las rodillas y en las manos.

Además de los traumatismos de las rodillas, en las caí­das, hay que valorar otras lesiones motivadas por la misma causa, en caderas, codos, manos y costados, sumándolas a las provocadas por la cruz en el hombro, espalda, cuello y parte posterior de la cabeza.» (4)

Esta es la mano derecha de Jesús de la Caí­da, que se apoya en el suelo. La fuerza está en la muñeca de la mano que recibe el peso del cuerpo y marca los tendones tensos por la fuerza para no caer.

La mano izquierda, en cambio, la posición de los dedos separados, muestran la fuerza que se aferran al brazo bajo del patibulum. Ambas manos son diferentes en la expresión.

El pie izquierdo muestra en la posición de los dedos, el peso que resiste y la fuerza que hace para afianzarse al suelo. La peana representa el suelo pedregoso para darle más naturalidad. Sobresalen los tendones y el pie se ve inflamado por el maltrato.

En cambio, el pie derecho se apoya en el dedo pulgar, porque todo el peso y la fuerza está en la rodilla que se apoya en la tierra.

El Dr. Hermosilla Molina, afirma que «Las lesiones provocadas de las caí­das se localizan principalmente en las rodillas y en las manos. Estas lesiones pueden ser desde una simple contusión a heridas más o menos profundas que dejan al descubierto el tejido celular subcutáneo o el periostio de la cara anterior de la rótula.» ( 5 )

Otros autores afirman que la «…rodilla derecha tiene una herida contusa mayor que la herida de la rodilla izquierda.»

«…en las caí­das hay que valorar el traumatismo en sí­, provocado por el propio peso del cuerpo y el motivado, además por el peso de la cruz.» ( 6 )

Los escultores-imagineros de la ciudad de Santiago de Guatemala, gozaron, además de dominio artí­stico, de riquí­sima inspiración superior para legar, joyas de arte y devoción que enriquecen la pedagogí­a cristiana de la pasión y resurrección del Señor.

La Consagrada Imagen de Jesús Nazareno de la Caí­da de San Bartolomé Becerra, sale en solemne y majestuosa procesión, el quinto domingo de Cuaresma, en hombros de centenares devotos cucuruchos que, revestidos con su penitencial túnica morada, lo llevan por las cuatro veces centenarias calles de la ciudad de Antigua Guatemala, con un numeroso acompañamiento de fieles que le siguen desde la salida hasta la entrada.

Representa magistralmente la tercera caí­da, en su paso por la ví­a dolorosa y es una joya valiosí­sima que lastimosamente fue tocada por manos inexpertas.

* Mario Gilberto González R. es ex cronista de la ciudad de Antigua Guatemala. Las fotografí­as, excepto la que se indica, fueron tomadas por el autor.

Notas

(1) Pérez Escriche, Enrique. El Mártir del Gólgota, t.II, ps. 418-420

(2) Cabezón o.f.m., P. Constancio, p. 5

(3) Ortega Viñolo, Dr. Francisco. Pregón Semana Santa Almerí­a 2009, p. 17

(4) Hermosilla Molina, Dr. Antonio. La pasión de Cristo vista por un Médico. P. 133

(5) ídem

(6) Ibí­dem.

Bibliografí­a

Cabezón o.f.m., Constancio P. La flagelación de Jesús. Christusrex.org.

Hermosilla Molina, Dr. Antonio. La Pasión de Cristo vista por un médico. Sevilla: Guadalquivir, 1997. p. 278 ilus.

López Alonso, Dr. Antonio. La muerte de Jesús vista por un médico. Creyente. Madrid: Librerí­a Médica, 1999

Ortega Viñolo, Dr. Francisco. Pregón Semana Santa Almerí­a 2009. p 33

Pérez Escriche, Enrique. El Mártir del Gólgota. 3ª. Ed. Madrid: Imp. Y Librerí­a de Miguel Guijarro, 1871, 2 t. plus.