Interés en la literatura centroamericana


Augusto Monterroso, escritor guatemalteco, fue merecedor, en sus últimos años de vida, de homenajes y estudios para comprender su obra. En la gráfica, la portada del prestigioso suplemento cultural de La Jornada de México, dedicada al narrador.

Arturo Arias

En el mundo literario centroamericano internacional, estamos viendo ahora un crecimiento marcado de interés en la reflexión crí­tica en torno a la literatura centroamericana. No deja de ser novedad, dado el permanente silenciamiento crí­tico por parte de los centros cosmopolitas de producción crí­tica de la literatura a lo largo de la mayor parte del siglo veinte. Fuera de contados individuos -entre los cuales sobresale Asturias por encima del resto- la reflexión crí­tica sobre la producción literaria centroamericana estuvo casi ausente. Incluso si pensamos en otras figuras que posteriormente al premio Nobel ganaron reconocimiento crí­tico, tales como Claribel Alegrí­a, el merecido reconocimiento de la poeta salvadoreña no se puede comparar al obtenido por Asturias. En buena medida, los cí­rculos crí­ticos interesados en la obra de Alegrí­a a partir de los ochentas fueron en su mayorí­a crí­ticas feministas de la segunda ola, quienes vieron en la obra de Alegrí­a una afirmación de la subjetividad femenina centroamericana por encima de su amplia preocupación social en la región.


Claribel Alegrí­a, escritora nicaragí¼ense-salvadoreña.Luis Cardoza y Aragón ha merecido pocos estudios crí­ticos afuera del ámbito guatemalteco, pese a ser un autor de culto en México.

Algo similar podrí­a decirse de Cardoza y Aragón o Monterroso. Fueron reconocidos ambos como figuras de importancia en el ámbito cultural mexicano. Sin embargo la estima en la cual se les tuvo por parte de importantes productores culturales mexicanos tales como Diego Rivera y Frida Kahlo en el caso de Cardoza, o Juan José Arriola en el de Monterroso, no se tradujeron ni en preocupación crí­tica en torno a su obra dentro de México, ni en preocupación crí­tica en torno a su obra por sus relaciones intertexuales con la producción literaria mexicana por parte de crí­ticos problematizando la mexicanidad. Incluso la devoción de Garcí­a Márquez por Cardoza no generó interés crí­tico por parte de los seguidores del colombiano. Fuera de México, ni Cardoza ni Monterroso tuvieron mayor trascendencia en vida. Los textos crí­ticos importantes que se han publicado en los últimos 20 años sobre Monterroso apenas si los pudo conocer el escritor antes de su muerte. Cardoza continúa pasando desapercibido para la crí­tica fuera de Guatemala pese a la brillantez de su obra y a su influencia decisiva en la producción cultural mexicana, desde su simpatí­a con el grupo de los Contemporáneos en los veintes, su oposición acérrima al realismo socialista en los treinta encabezada por los escritores afiliados al Partido Comunista Mexicano, y que casi resultó en su expulsión del vecino paí­s, su decisiva crí­tica sobre el muralismo del vecino paí­s que no sólo fue fundacional sino continúa vigente y decisoria en la reflexión sobre ese movimiento cultural, y su cercaní­a con los principales escritores mexicanos o residentes en México de la segunda mitad del siglo, desde Garcí­a Márquez hasta Carlos Monsiváis.

En otras palabras, si bien existió excelente literatura centroamericana desde Darí­o en adelante, para limitarnos exclusivamente al perí­odo de la modernidad, fuera del poeta modernista sólo Asturias generó significativo interés crí­tico, y éste se manifestó fundamentalmente en Europa. En los Estados Unidos, fuera de Darí­o era como si nunca hubiera existido la literatura centroamericana. Vale la pena recordar también que el reconocimiento a Darí­o se inició en España por su solidaridad con dicho paí­s en la guerra hispano-americana de 1998, en la cual Darí­o se desdijo de su nicaragí¼eidad y se reinventó como «latinoamericano,» representante cultural del conjunto del continente.

Lo anterior desde luego no se debe sólo a la pobreza crí­tica existente en Centroamérica misma durante buena parte del siglo veinte. Esa misma pobreza existió también en casi todo el continente. La crí­tica literaria seria acogida en recintos universitarios -salvo las excepciones individuales que todos conocemos tales como Alfonso Reyes, Angel Flores o Pedro Henrí­quez Ureña- es un fenómeno que se inicia a partir de la década de los sesentas en prácticamente todo el continente (incluyendo los Estados Unidos, donde se abren los departamentos otrora concentrados en la literatura española, a la producción literatura como resultado de la revolución cubana, la cual generó financiamiento federal para estudiar América Latina, interés en la producción del continente y una ola de profesores cubanos de importancia emigrando hacia los EE.UU.).

Más bien tenemos que entender la falta de interés crí­tico como un fenómeno asociado a los regí­menes de conocimiento que desde el siglo diecinueve condicionaron la lectura de la centroamericanidad como una lectura racializada, ubicando el conjunto del espacio topográfico de la cuenca del Caribe como un espacio geográfico candidateado para la modernización pese a sus poblaciones o, más bien, por encima de sus poblaciones, como señala Ileana Rodrí­guez al analizar el pensamiento de figuras como E.G. Squier o Arthur Morelet en su capí­tulo «Banana Republics» de su excelente libro «Topografí­as Transatlánticas» (2004). Según Rodrí­guez, Centroamérica era a finales del siglo diecinueve un mecanismo para promover la modernización. Sin embargo, esto se limitaba al espacio geográfico. Citando una variedad de geógrafos estadounidenses, ingleses y franceses, queda claro que la población era vista como problemática. Rodrí­guez llega a la conclusión que la misma era problematizada como «hí­bridos mutantes» en el lenguaje de Homi Bhaba, sujetos colonializados que impedí­an la reproducción del sistema cultural metropolitano. Esta homogenización (la cual deberí­a dolerle más a las élites de nuestros paí­ses, quienes según Casaús Arzú se consideraban a sí­ mismos blanco y europeos) transformó su representatividad ante el resto del mundo como residentes de la barbarie. Sabido es que la supremací­a blanca que emergió en Europa a lo largo del siglo diecinueve y que adquirió caracterí­sticas cientí­ficas con los escritos de Fichte o Gobineau, entre otros, condenaban a las poblaciones indí­genas y africanas a los estratos más bajos de la humanidad. Igualmente sabido es la dicotomí­a sarmientina de civilización o barbarie que le dio, al interior del continente, vuelo a esta misma oposición binaria ubicando la superioridad de las poblaciones blancas y europeas por un lado, por sobre las nativas indí­genas y descendientes de esclavos africanos por el otro. Pero lo que no se ha reflexionado lo suficiente es que estos grandes esquemas axiológicos que orientaron una cierta mirada racializada por encima del conjunto de Centroamérica, entre otras áreas del continente y del mundo, contribuyeron también a desligitimar su producción cultural. Es decir, desde un posicionamiento eurocéntrico, si estas poblaciones eran bárbaras, carentes de civilización e incapaces de constituirse como sujetos modernos, no tení­a sentido buscar en su seno códigos simbólicos de mérito.

En esta lógica, si los «hí­bridos mutantes» eran apenas una molestia para la ocupación del espacio geográfico y su transformación al servicio del capitalismo anglocéntrico, no tení­a sentido alguno estimar cualquier producción cultural suya. Ni siquiera se consideraba la posibilidad de que tuvieran cultura. Mucho menos de que ésta tuviera validación alguna. Por lo tanto, no cabí­a en los parámetros de esta conceptualización del mundo preocuparse de una literatura cuya existencia ni siquiera se consideraba. Mucho menos valorarla crí­ticamente.

Como resultado de lo anterior, la explicación crí­tica de la producción literaria centroamericana se inició tardí­amente, de forma empí­rica, y con aproximaciones muy superficiales. Pero esto mismo sucedió en buena parte de Latinoamérica. La gran excepción fue México. En el caso mexicano, esto tiene que ver directamente con la conceptualización de la revolución. Alfonso Reyes inicia su meditación sobre la producción literaria mexicana con «Visión de Anáhuac» en 1917 para reconfigurar la identidad mexicana post-revolucionaria fracturada por la revolución. Siguiendo el modelo decimonónico de emplear la literatura como columna vertebral del nacionalismo, Reyes es el ideólogo del mestizaje, la mezcla de culturas modernas, coloniales y prehispánicas como definidoras de la identidad del paí­s reinventándose luego del conflicto armado. En compañí­a del crí­tico dominicano Pedro Henrí­quez Ureña y de sus con-nacionales Antonio Caso y José Vasconcelos, fundó el Ateneo de la Juventud. Este esfuerzo común pavimentarí­a el camino para la elaboración de una estética cultural que iluminarí­a el resto del continente.

Actualmente existen paralelismos entre este posicionamiento y la emergente crí­tica literaria centroamericanista manifestada en diferentes sitios: los eventos en torno a los congresos de estudios culturales centroamericanos, celebrados ya en El Salvador (2007) y en Costa Rica (2009), los Congresos Internacionales de Literatura Centroamericana (CILCA) iniciados por el profesor chileno Jorge Román-Lagunas de la Universidad de Purdue, los cuales tuvieron como punto de partida la ciudad de Granada, Nicaragua en 1993, habiendo continuado anualmente hasta la fecha, con realización en Ciudad Guatemala y en Antigua, así­ como en sitios como Belice o Alemania. Agregarí­amos a esto el congreso titulado «Post-identidades Post-nacionales: Transformaciones en la producción literaria centroamericana de postguerra,» organizado conjuntamente por la Universidad de Liverpool, Inglaterra y la UCA de El Salvador, el cual tuvo su primera edición en esta ciudad en abril de 2009, y tendrá la segunda en Liverpool, Inglaterra, en abril de 2010. Asimismo, habrí­a qué agregar que en los departamentos de español y portugués de diversas universidades estadounidenses se interesan ya por contratar crí­ticos centroamericanistas. La pionera en este sentido fue la Universidad de Maryland con la contratación de la profesora Ana Patricia Rodrí­guez, pero ahora podemos ver esto en numerosos sitios, tales como las universidades de Kansas, Texas, Duke, Northridge, Carolina del Norte y hasta en la Academia Naval.

El interés crí­tico en la literariedad centroamericana es un producto inesperado del perí­odo guerrillerista. Es un fruto inesperado de los conflictos polí­ticos más agudos del siglo veinte. Al igual que en el caso mexicano de la década de los veintes, la postguerra ha llevado a una reflexión crí­tica que atraviesa lo literario cultural. Sobra decir que en este nuevo mirar, el interés fundamental pasa por la nueva literatura maya, cuya producción escritural es un fenómeno único en el continente y constituye la principal esperanza para Guatemala pese al racismo ladino tan enraizado en el paí­s, y aún presente en las capas intelectuales de la ciudad capital.

No nos queda sino esperar que los frutos culturales inesperados, resultantes de un trágico conflicto armado, enriquezcan el conocimiento sobre Centroamérica a nivel global. Asimismo, que los propios centroamericanos, y sus instituciones de educación superior, hagan eco de este interés y lo reproduzcan al interior de nuestros paí­ses.

* Arturo Arias, escritor y catedrático universitario; Premio Nacional de Literatura en 2008. Es doctor en Sociologí­a y Estudios Culturales y actualmente da clases en la Universidad de Austin, Texas.