Todos los políticos que llegan al poder sienten que los medios de comunicación son injustos con ellos porque no comparten la paradisíaca visión que empiezan a tener de su desempeño y unos más que otros, terminan enfrentados con los periodistas porque la crítica no es agradable cuando uno se acostumbra a vivir rodeado de aduladores que sacan raja al endiosamiento.
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Obviamente en los medios de comunicación hay de todo, como en la viña del Señor, puesto que así como existen algunos que tienen su propia agenda y sirven a determinados intereses, hay otros que actúan con responsabilidad y en busca de lo mejor para el país y sus habitantes. Pero todos terminan encasillados en el mismo rango por los gobiernos porque los adulados no pueden distinguir entre la crítica sana y constructiva y aquella que no persigue otra cosa que destruir. El caso de un mandatario que propone utilizar la radio nacional, el diario oficial, un canal de televisión y hasta una agencia de noticias como instrumentos para contrastar su verdad con la verdad de los medios independientes no es nuevo. El experimento se ha realizado en muchos lugares pero generalmente se observa la ausencia de una verdadera política de comunicación porque los encargados de dirigir esos medios son, para variar, parte de la red aduladora que se la pasa haciéndole la barba a quien manda. Y en vez de ser instrumentos de información, se convierten en medios de propaganda cuyo resultado es muy pobre porque la gente duda de su credibilidad al notar que se apartan de reflejar hechos para incurrir en el famoso culto a la personalidad. Escuchar la forma en que se dirigen al Presidente sus interlocutores en el programa radial es una muestra patética de esa lambiscona actitud en que se cae para aferrarse al hueso. Y no hay que criticar a quienes lo hacen, porque está demostrado que nuestros políticos, mediocres por excelencia, no están para escuchar más que la lisonja y cuando alguien se atreve a decir sin tapujos lo que piensa y formula alguna crítica, por leve que sea, pierde la gracia y queda fuera del círculo que todo lo aplaude y que va conformando la visión oficial sobre esa peculiar realidad. Yo estoy convencido de que los gobiernos tienen que tener una muy buena comunicación con el pueblo porque al fin y al cabo siempre he pensado que el mejor político y el mejor estadista es aquel que es capaz de articular consensos entre los ciudadanos y ello únicamente es posible si éstos entienden perfectamente lo que persiguen los gobernantes. Un buen mandatario tiene que ser, ante todas las cosas, un buen comunicador porque aun si tiene excelentes proyectos e ideas, si no tiene cómo explicarlos a la gente, está perdido y más aún si se enfrenta a una crítica persistente. Hace algunos meses conversaba con el agregado de Prensa de una embajada que es muy afín al Gobierno y me decía este diplomático, que ya partió de Guatemala, que era terrible ver la ausencia de una real política de comunicación entre quienes tienen esa responsabilidad en el gobierno actual. Me decía que le preocupaba verlos más interesados en el manejo del presupuesto, en el diseño de campañas de propaganda que no tenían mucho sentido que en establecer puentes de contacto con quienes podrían reproducir sin ruido el mensaje del Gobierno, entendiendo que no es posible llegar a mucha gente si no es a través de los medios independientes. Pues esa inexistente política de comunicación es lo que hará que toda la inversión del gobierno de Colom en «informar» no pase de ser propaganda.