DUNS SCOTO, BORGES Y FOUCAULT


El filósofo escolástico Johannes Duns Scoto, en el «Tratado del primer principio de todas las cosas», enunció tres requisitos de la clasificación, que pueden ser considerados principios lógicos de la taxonomí­a, o ciencia de la clasificación. Supónese que clasificar es formar, en una totalidad de seres, conjuntos de seres que tienen una propiedad común.

Luis Enrique Pérez

Los principios de Johannes Duns Scoto son, primero, los seres clasificados tienen que estar contenidos en el todo que se clasifica (por ejemplo, cualquier ser clasificado en el todo denominado «animales», tiene que ser animal); segundo, un ser que pertenece a una clase, no tiene que pertenecer a otra (por ejemplo, un animal que pertenece a la clase de los cánidos, no tiene que pertenecer también a la clase de los félidos); y tercero, ninguno de los seres que están contenidos en el todo que se clasifica, tiene que estar excluido de la clasificación (por ejemplo, en la clasificación del todo denominado «animales», ningún ser que sea animal tiene que estar excluida de la clasificación). Jorge Luis Borges, en «El idioma analí­tico de John Wilkins», imaginó una enciclopedia china que contení­a una clasificación de los animales, compuesta por catorce clases. Esas clases eran «pertenecientes al emperador», «embalsamados», «amaestrados», «lechones», «sirenas», «fabulosos», «perros sueltos», «incluidos en esta clasificación», «que se agitan como locos», «innumerables», «dibujados con un pincel finí­simo de pelo de camello», «otros», «que acaban de romper el jarrón», y «que de lejos parecen moscas». Es evidente que esa clasificación no cumple los tres requisitos de Scoto, sino que deliberadamente los incumple. Efectivamente, la clasificación incluye seres que no son animales (por ejemplo, un animal dibujado no es realmente un animal, sino dibujo de un animal). Algunos animales pueden incluirse en varias clases (por ejemplo, algunos perros sueltos pueden pertenecer también a la clase de animales amaestrados). Y algunos animales están excluidos de la clasificación (por ejemplo, «aquellos que son gansos azules»). El filósofo Michel Foucault, incitado por tan fantástica y absurda clasificación, escribió el libro denominado «Las palabras y las cosas». En esa sorpresiva obra trata sobre los criterios de semejanza y diferencia que, para clasificar seres, aplicó la «episteme» (es decir, la «ciencia») de la cultura occidental, desde la mitad del siglo diecisiete hasta el comienzo del siglo diecinueve. Foucault confesó que la clasificación contenida en la enciclopedia china que Borges imaginó, le habí­a provocado risa, en particular porque imposibilita la relación ordinaria entre las palabras, que suponen una clasificación (por ejemplo, la palabra «mesa» supone una clase de seres), y las cosas mismas, que son independientes de cualquier clasificación (por ejemplo, las mesas podrí­an ser clasificadas en función del color, o en función de la materia de la cual están hechas). Quizá Borges pretendí­a mostrar que aún la más fantástica y absurda clasificación intenta someterse a los requisitos enunciados por Scoto. Se intenta ese tortuoso sometimiento, aunque con más libertina imaginación que obsesión lógica se seleccionen insospechadas semejanzas inesenciales, o frágiles diferencias accidentales, y la clasificación final sea una maravillosa confusión, en la que, no obstante, persiste un angustiado clamor del sutilí­simo Scoto. Post scriptum. Una clasificación rigurosa debe satisfacer los requisitos propuestos por Scoto.