Se armó la tremolina por el tema tributario que impulsa al presidente Colom. De nuevo cobra vigencia la confrontación entre el Gobierno y la cúpula empresarial, aglutinada en el CACIF. Las partes están empeñadas en no dar su brazo a torcer. Al contrario, echan mano a cuanto tienen en disponibilidad, a fin de conseguir sus propósitos.
El mejor apoyo acerca del fortalecimiento de su objetivo, radica en la publicidad a través de los medios, ahora en marcha de vencedores. A eso se debe que la población esté bombardeada noche y día de mensajes en pro y en contra. Mientras tanto las expectativas poblacionales cabilan a tiempo de inclinarse por una de esas posiciones radicales.
Cierto es que en el fondo hace falta mayor tributación, destinada a cubrir visibles necesidades en áreas prioritarias. Cabe eludir en la oposición respecto a nuevos impuestos, proveniente de ciudadanos de la clase popular y clase media. Al término del merequetengue son quienes sí pagan impuestos, situación que marca injusticia de ese orden.
El hecho evidente que los segmentos en buena posición evaden los tributos nadie lo puede negar, excepto el apóstol Pedro. Directamente no los asumen, por cuanto siempre son cargados en los costos al consumidor final. Además, existe objeción abierta al respecto, consistente en que la transparencia, eterno estribillo esgrimido no se ve claro.
Otro asunto en términos candentes sobre el particular radica en la ostensible división de clases o posiciones. Semeja una batalla al rojo vivo, toda vez que buscan los señalamientos de rigor, la puntualización entre «ricos y pobres». Una sociedad tan enardecida en la actualidad, no debe por ningún motivo atizar el fuego de suyo propicio.
Medidas tendientes a subastar el grave problema presupuestal salen a luz. De parte directamente de las posiciones en pugna las leemos y escuchamos a menudo. Entre ellas hago énfasis en la que dice urge poner en práctica la austeridad. Un análisis elemental concede importancia y múltiples beneficios al mecanismo en mención, merecedor de accionarse.
Pero hablar de austeridad, desde tiempos idos, como se van y no vuelven jamás al redil, implica abundar en muestras de situaciones convenientes. En el propio hogar puede haber manipuleos, sin embargo, prevalece la ventaja de obrar con genuina austeridad. Prescindir de gastos superfluos al igual que gastar más de lo que gana el matrimonio es un error.
Resulta frecuente que el Gobierno cuando se ve en apuros económicos pida austeridad a la población, y por lo tanto recurra a empréstitos internacionales para cubrir los hoyos fiscales. O sea que pide que la austeridad, tabla de salvación, o alivio, la tenga la ciudadanía. Y cuándo la pondrá en marcha el gobierno central, constituyen pregunta colectiva.
Señalamientos coinciden, sin asomo de duda, originados del hombre de la calle, vinculados con la famosa palabra austeridad, hoy más que nunca sumamente esperada. Citamos a continuación algunos que rebasan el dominio público a montones. Evitar, mejor dicho prescindir de viajes al extranjero de funcionarios de alto coturro.
Lejos de ser disco rayado, también repetirlo una vez más, ponderamos la conveniencia y necesidad, sobre todas las cosas, en aluvión, de llevarlo a cabo cuanto antes. La rebaja de sueldos, tipo cortesanos de los altos dignatarios de la nación, para estar en sintonía efectiva con la crisis actual del país y con la sintonía del incierto panorama 2010.
Austeridad tocante a no incurrir en gastos innecesarios como banquetes, compra de vehículos de lujo, viáticos de rey, Cohesión Social son los más necesarios de eliminación. Ya no es la gallina de los huevos de oro el gobierno. La transparencia en el gasto público dará visos de un cambio en el manejo de las finanzas públicas. Estamos en época de «vacas flacas».