Estado despojado


La historia polí­tica de los últimos doscientos años se puede resumir muy atrevidamente sobre la convulsión por la que muchos paí­ses atravesaron en su camino hacia el capitalismo como modelo de producción económica y hacia la democracia como modelo polí­tico o como paquete de reglas del juego que asegurarí­an con relativa estabilidad, las relaciones entre la sociedad y el Estado. Esta trayectoria que empezó inicialmente en una región del planeta, luego se extenderí­a a Europa y a la mayorí­a del Hemisferio Occidental. Con el devenir del tiempo, el capitalismo que bajo la concepción wallersteiniana se volverí­a más bien en la caracterí­stica esencial del sistema economí­a-mundo (noción totalizante en el tiempo y en el espacio). En este trayecto el surgimiento de la entidad de los estados, como estructuras necesarias más bien de orden institucional, terminó de conformar dicho sistema de manera integradora, éstos empezaron a generar su propio poder desde lo interno, para competir con otros estados en el escenario de la globalidad. Desde esta perspectiva entonces los estados no se edificaron como entidades autónomas, sino como parte del sistema del cual forman, dando paso a lógica de la acumulación insaciable de capital.

Julio Donis

En el caso del Estado guatemalteco, su edificación debí­a seguir una evolución natural o debemos decir consustancial al modelo capitalista, y las contradicciones internas debí­an haberlo llevado hacia la mitad del siglo pasado, por el rumbo de la lógica del sistema mundial de acumulación; de hecho las condiciones estuvieron dadas para que la economí­a de esta región del hemisferio, se convirtiera en la más grande en términos de competencia incesante y se tragara las demás; la historia dijo lo contrario y el Istmo se convirtió más bien en un área gris del sistema.

La innovación estructural que debí­a garantizar el paso hacia un sistema capitalista, que planeaba desarrollarse sobre la base de la transformación del régimen agrario, haciendo un reordenamiento de la propiedad y destino de la tierra, para maximizar la productividad como impulso vital que generara suficiente acumulación de capital, para iniciar la fase industrializadora, quedó truncada. Pero lo estratégico de sus principales transformaciones son prueba del carácter desarrollista por el que avanzarí­a el paí­s, de no haber sido contrarrevolucionado, entre otros, la creación del Código de Trabajo, la Ley de Fomento Industrial, el seguro social, el reconocimiento de la ciudadaní­a a la mujer, la separación efectiva de los poderes del Estado.

Regresemos al presente y destaquemos las debilidades del Estado guatemalteco de hoy; imposibilidad para regir con efectividad en el territorio nacional, andamiaje institucional débil, incapacidad de generar amplios recursos para la polí­tica pública, el poder judicial en franca debacle, el legislativo compite por el centro polí­tico con el ejecutivo, los partidos polí­ticos reducidos a máquinas electorales. Un Estado acorralado por mafias y por grupos empresariales de la más cerrada y reaccionaria posición no vista en otro lado del hemisferio.

Lo que hoy vemos con cancerí­gena debilidad tiene una restrospectiva perversa en mi criterio. Tiene unos alcances y raí­ces que explicarí­an con pasmosa desesperanza un futuro embargado para este paí­s, y explica el por qué estamos anclados sin poder salir del puerto. En el mundo de los cincuentas del siglo pasado, la Revolución de Octubre abrió expectativas extendidas en un pueblo que clamaba participación e igualdad, motivarí­a una clase media que intuí­a el desarrollo y se apropiaba del concepto de ciudadaní­a, pero también alertó a los conservadores.

A partir de ese momento oligarcas de rancia avaricia y militares en oscura complicidad decidirí­an apropiarse de los recursos de un paí­s y emprender una expoliación controlada que garantizarí­a riqueza por generaciones. Este plan requerí­a mantener a la gallina de los huevos de oro alimentada, pero no tanto. El pacto oligarquí­a-militares empezó a desnaturalizarse con el tiempo por distintas razones, lo que derivó para los últimos en un mecanismo sofisticado y organizado, cual cofrades que rendí­an lealtad al poder oculto de una red paraestatal de negocios ilí­citos con un menú siniestro.

Los oligarcas también habrí­an de extender su acción acumulativa a través de mecanismos altamente sofisticados que incluí­an sistemas de inteligencia, ejércitos privados y grupos clandestinos. Más tarde llegarí­a un tercer grupo, el narcotráfico, que impondrí­a sus condiciones a fin de mantener negocios con todos y los propios. Bajo estas condiciones, lo que este paí­s ha tenido en los últimos cincuenta años es una democracia, una institucionalidad polí­tica y un desarrollo económico y social de baja intensidad, sin que crezca demasiado con las alas bien cortas, a resguardo y antojo de los que cuidan la gallina. Es así­ que Guatemala no perdió una década, se perdió en el mar.